
Jorge Ilegal. Foto: Jorge Fuembuena
Jorge Ilegal: "Yo meo cocaína, pero no la de estos años, sino la de los ochenta"
El líder de Ilegales repasa su carrera y demuestra que a sus casi 70 años sigue siendo 'Joven y arrogante', como el disco que acaba de publicar con su banda.
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Su filosofía no acepta insumisos: “Levántate y lucha, esta es tu pelea”. Nadie, esgrimen, va a luchar por ti. Y de batallas saben bastante: Ilegales nació como grupo de punk-rock anfetamínico, pero bien podría haberlo hecho como un comando.
Bregados en la Asturias de finales de los setenta, saltando al ruedo nacional en los ochenta y aguantando los rescoldos de La Movida o de la implosión de la telebasura, llegaron a un nuevo siglo entre acordes de banderilla y letras de estocada.
La madurez no les ha suavizado. A pesar de sus más de cuatro décadas de vida, la banda sigue fiel a su ausencia de filtros. El algoritmo de lo correcto dejaría entre sus fibras temas como ¡Qué mal huelen los muertos!, Eres una puta o Heil Hitler!, transformada en En la noche alemana para sortear esa censura a la sátira de los guardianes digitales.
Ahora presentan Joven y arrogante, decimotercer álbum de estudio y otra ráfaga de 10 disparos cortos donde se habla de salud mental, del (cuestionado) progreso o de la forma de enfrentarse al mundo. Que es, ni más ni menos, esa arenga al combate diario con la que se dieron a conocer en 1982 gracias a Tiempos nuevos, tiempos salvajes. Porque, ya decíamos, van sobrados de cicatrices. Las que dejan las pérdidas, las que genera el éxito y las que imprime el mundo, a pesar de llevarlo por montera con la gallardía a la que alude el disco.
A la cabeza, como creador y protagonista, está el incombustible Jorge Martínez (Avilés, 1955), más conocido como Jorge Ilegal. El cantante y guitarrista aún defiende, a punto de cumplir 70 años, la arrogancia y la juventud. Dos ingredientes necesarios para salir al escenario y ofrecer algo que suene “de puta madre”, según justifica desde un sofá de la sede de Warner en Madrid, durante una charla en la que usará varias veces esa expresión.
Allí, acompañando el discurso con una gran amabilidad y aspavientos de rejoneador, se explaya describiendo el nuevo lanzamiento, pero también su pasado, su pasión por las guitarras, su relación con otros colegas del gremio o el magma en el que se coció Ilegales.
¿Cuál era? El de los estertores del franquismo, cuando las universidades se llenaban de protestas, los calabozos de delincuentes habituales y los callejones de navajas temblorosas cuyo deseo era convertirse en aguja. Bajo esas contiendas cotidianas, Martínez escribió Agotados de esperar el fin, Destruye o Soy un macarra, dando pie a ese creciente repertorio que cautiva a una leal audiencia internacional y a la grabación de documentales sobre su figura, como Mi vida entre las hormigas (2017), o sobre el origen de la formación en Ilegales 82 (2023).
Una producción que sigue ganando adeptos. “Es curioso, porque nuestro público solía estar entre los 40 y los 60 años, pero ahora está entre los 18 y los 40”, cavila el líder, que alaba a las nuevas generaciones: “Los jóvenes son muy listos y tienen mucho mérito, porque entre el bombardeo de música que tienen, intentan buscar, seleccionar”. Es el momento en el que salta esa “falsa humildad” contra la que carga en el disco.
“Ahora suena todo igual. Y los grupos se cobijan en esa falsa humildad o en una arrogancia encubierta que no sirve en el rock. Para salir y vender entradas, tienes que sacar la arrogancia de que lo que tienes es bueno”, arranca Jorge Martínez, que trata de escuchar todo tipo de música, aunque se le atraganten ciertos géneros y corrientes. Según explica, existe cierta experimentación, pero poca innovación. Y todo, arguye, por comodidad, “por no meterse en líos”.
Hay muchos que “no han superado las historias de chico-chica”, apunta, “y hacen caso a su novia, al mánager, al de la casa de discos… ¡Joder: no salen, no beben, no se drogan!”. “Nosotros somos lo contrario y admitimos nuestros pecados, que son muchos”, sostiene el cantante, aludiendo a sus incursiones nocturnas “en bares terminales” donde habitan los zombis, a su querencia por el alcohol y a su consumo de determinados estimulantes. “Yo meo cocaína, pero no la de estos años, sino la de los ochenta”, añade con vehemencia antes de confesar que le ha dejado de llamar la atención. “Me he cansado. Será el cuerpo, que ya no lo pide”, comenta con gesto de hastío.
Y no lo confiesa por cumplir: a Jorge Martínez no le asusta la controversia. “En cuanto eres un personaje público te conviertes en esperpento, y no hay que hacer caso de lo que digan”, anota. Ya carga a sus espaldas con una carretilla de anécdotas donde su nombre era un sinónimo de polémica: trifulcas con punkis, puñetazos cruzados con otras bandas o incluso el lanzamiento de una mesa durante una conferencia que coordinaban Francisco Umbral y Moncho Alpuente. También tuvo las suyas con los jipis, a quienes dedicó ese Heil Hitler! donde les mostraba las bondades del jabón.

Ilegales. Foto: Jorge Fuembuena
“Fue una canción para meterse con ellos, que eran unos sectarios y que abogaban por la libertad, pero empezaron a prohibir todo. Pasa un poco como con la izquierda de ahora. Tienen la concepción de una libertad de expresión que no moleste a ninguna minoría. Y esa no es mi idea, aunque la izquierda defienda cosas inquebrantables”, sopesa, entrando en dos de los asuntos que examina en este disco: la ansiedad y el progreso.
No es ni televisión, ni el asombro del peaje, ni locura, ni crueldad, enumera en una canción con el diagnóstico en el nombre: Es ansiedad. "Yo la he notado y está en todos los lados, como cuando vas en el coche y te sale insultar”, concede Jorge Martínez, que la enlaza con “el acoso del progreso”. Es una enfermedad, enfatiza, que se ha reconocido en el siglo XXI y que va asociada al uso recreativo del alcohol u otras sustancias, ingeridas para intentar alejarnos de ella. La intentan curar, afirma, pero sólo la limitan pasajeramente.
El problema, en realidad, sigue surcando las aguas subterráneas de la sociedad. “¡Es que hay mucha gente pobre trabajando para hacer más ricos a los millonarios, que no van a tener tiempo para gastárselo!”, protesta Martínez, haciendo hincapié en que el cerebro humano apenas ha cambiado en miles de años y en cómo el sistema ha modificado nuestros anhelos. “De pequeños, querías tener un poco de dinero para alguna cosa y poco más. Ahora no, y das tu vida por él”, piensa, yendo a una actualidad que le atemoriza por guerras como la de Gaza, a la que dedica unas líneas.
“Vi la foto de un hombre sujetando a su bebé muerto o la de una fila de cadáveres con etiquetas y me tocó mucho”, rememora emocionado y exponiendo su postura: “A mí me gustaría la paz, pero con lo que le toca a cada uno de su país. Y si hay que colgar a Netanyahu, ¡que me llamen para hacerlo!”, sonríe el cantante, dispuesto a sumar batallas, a pesar de los lances vividos. Tal y como ha narrado a menudo, ha estado a punto de ahogarse varias veces en el mar, ha tenido accidentes “de todo tipo”, le han estado a punto de matar a cuchilladas y ha sufrido enfermedades peligrosas.
Pero siempre ha salido airoso. ¿Y si no lo lograra? “Pues, si un día se acerca la muerte con su guadaña, le diré: ‘toma, coge lo poco que te quede’ y le haré un corte de mangas”, reflexiona antes de levantarse del sofá y marcharse a otra pelea. Porque, como asegura desde sus inicios, nadie va a luchar por él.