Gran fiesta sinfónica la que se anuncia para los días 24, 25 y 26 de enero. Actúan para Ibermúsica en el Auditorio Nacional dos históricas formaciones germanas: la de Bamberg y la de Múnich, presididas por maestros muy distintos pero de la misma generación: Jakub Hrusa (1981) y Krzysztof Urbanski (1982). Este último es un todo terreno indomable, movedizo, ágil y cimbreante. Lo hemos visto más de una vez en el podio de la Orquesta Nacional, siempre con halagüeños resultados. Marca con presteza y claridad, dibuja anacrusas con entusiasmo y se maneja con la seguridad de
un maestro en ciernes.
No es por ello un arrojado jovenzuelo que se entrega fácilmente con fogosidad sin seso al discurrir de la música y se deja llevar por tempi en exceso vertiginosos, sino que sabe dar la pauta rítmica adecuada. Así esperamos que lo haga con la Filarmónica de Múnich. Admirable historial el de esta agrupación, con batutas titulares de enorme prestigio a su frente: Kempe, Celibidache, Levine, Thielemann, Maazel y Gergiev (apartado por apoyar a Putin).
Urbanski dirigirá programas asequibles. El 25 escucharemos en el Auditorio Nacional las Sinfonías nº 4 de Mahler y nº 6 de Shostakóvich, dos obras muy dispares aunque nunca se ha negado la episódica influencia que el bohemio ejerció sobre el ruso. El canto vienés tan desfigurado, el falso encanto de la primera junto al discurso más contemplativo, casi optimista (cosa rara) de la segunda. La cristalina voz de soprano de Katharina Konradi cantará los engañosos lieder del Wunderhorn de Mahler.
[Espacio, tiempo y genio: Celibidache]
El 26 el melenudo y virtuoso violinista serbio Nemanja Radulovic (1985) tocará el Concierto para violín de Chaikovski. Luego se escucharán los Cuadros de una exposición de Músorgski/Ravel. Aquí tendrán Urbanski y la orquesta una nueva ocasión de lucimiento. Como sin duda la habrán tenido Hrusa y la formación de Bamberg dos días antes a la hora de exponer otro programa taquillero constituido por la obertura Leonora III de Beethoven, el Concierto para violín de Stravinski y la Sinfonía nº 8 de Dvorák, tres obras que requieren excelente pulso, sentido del ritmo y fantasía a partes iguales. Esperamos que lo agreste y atmosférico de la sinfonía sea recreado adecuadamente por el director. El contagioso ritmo del furiant así lo pide.
Y no es una espera vana porque Hrusa ha demostrado más de una vez, alguna en Madrid, su identificación con la música del compositor bohemio. Es digno sucesor de anteriores maestros en el mismo podio: Jochum, Rowicki, Stein y Nott son los más recientes. Su gesto claro y elegante, que parte de una notable amplitud de brazos y de un manejo expresivo de la mano izquierda, sabe hacer suavemente uso de una autoridad bien entendida. Es minucioso y muestra una capacidad nada común para hilar un discurso lleno de accidentes, con especial atención a las dinámicas más sutiles. Y, sobre todo, muestra una capacidad cantabile muy necesaria para este tipo de aventuras.