El 14 de agosto próximo se cumplirán 25 años de la muerte de Sergiu Celibidache (Roman, 1912 - París, 1996), uno de los más grandes maestros de la dirección de orquesta que ha dado el siglo XX, un artista único, original, un pensador de la música, un estricto servidor de las leyes más elevadas y profundas que rigen el arte de los sonidos. Opinaba que el director era un mero transmisor, que los pentagramas son los que nos indican el camino a seguir; el único posible. Era esa sacrosanta creencia lo que le impulsaba y lo que hacía que sus versiones –no interpretaciones, palabra que odiaba porque la música no hay que interpretarla, hay que hacerla y la partitura es la base informativa– fueran algo aparte. Las lentitudes, más frecuentes a medida que pasaban los años, pretendían que las notas quedaran al descubierto, que las resonancias marcaran el territorio y ayudaran a elevar esa narración en vertical, pero en la que todo está milagrosamente enlazado con el fin de que quede expuesta la ecuación espacio-tiempo.
Su proverbial lentitud buscaba que las notas quedaran al descubierto y marcaran el territorio
Con la Nacional mantuvo, desde su primer encuentro en 1952, una conexión permanente hasta que se produjo la ruptura en 1965. No regresó a ese podio hasta 1978. Pero en el interregno y durante varios años de la década de los setenta, el director volvió a Madrid en una oportunidad para ofrecer un concierto con la Sinfónica de Barcelona y en bastantes más para ponerse al frente de la Orquesta de la RTVE, con la que ensayaba en la inhóspita sala del antiguo Ministerio de Información y Turismo, que había sido la primitiva sede del conjunto. Aquel primer concierto con la Nacional, celebrado en el Real, con la obertura de La gazza ladra de Rossini, los Kindertotenlieder de Mahler, con la voz de Gérard Souzay, y Matias el Pintor de Hindemith, fue memorable. Luego, otras muchas propuestas, en las que pudimos saborear de nuevo las visiones del director de obras ya tocadas con la ONE, pero que se nos brindaban con luces diversas y una aproximación más asentada. Sus más destacados discípulos españoles, Antoni Ros Marbà –que lloró escuchando su Octava de Bruckner en Amsterdam–, Enrique García Asensio, Jorge Rubio, Jordi Mota, Juanjo Mena o la pianista Cristina Bruno –que ascendió a los cielos durante la citada interpretación del Lento de la misma sinfonía en San Florian–, mantuvieron la llama del maestro a buen recaudo, aunque cada uno haya hecho su carrera y seguido sus propios presupuestos partiendo, eso sí, de las teorías que ávidamente mamaron y que Celibidache exponía en cuanto se le daba la oportunidad.
Los dos primeros directores, que fueron titulares de la RTVE durante varios años, se reúnen para recordar al maestro este viernes en el Teatro Monumental de Madrid. El concierto contará asimismo con otro antiguo discípulo, el alemán Mark Mast, que fue nombrado en 2001 director de la Fundación Celibidache. Ros-Marbà dirigirá al comienzo de la sesión una obra de su cosecha para cuerdas: Meditación al Viernes Santo. Luego acometerá los seis primeros números de El jardín de bolsillo, una composición didáctica del propio homenajeado, cuyos siete números restantes serán dirigidos por Mast. Por último, García Asensio ofrecerá Celibidachiana, una partitura del recientemente desaparecido Antón García Abril escrita sobre los moldes teóricos del maestro. Una sesión en la que todos recordaremos al gran músico rumano y su personalísimo estilo