Xavier Montsalvatge
Soy un esclavo de mi generación
20 febrero, 2002 01:00Xavier Montsalvatge. Foto: Domènec Umbert
Xavier Montsalvatge cumplirá noventa años el próximo 11 de marzo. Diversas instituciones se unen a esta celebración, empezando por la Orquesta Nacional que este fin de semana interpretará, dirigida por Ros Marbà, su Sinfonía de Requiem. Por su parte, el Palau de Barcelona e Ibermúsica en Madrid, ofrecerán sendos homenajes, el martes y el jueves de la próxima semana. En ellos participarán nombres de la talla de Alicia de Larrocha, Jaime Martín, Pepe Romero o María José Montiel, junto a la Orquesta de Cadaqués, bajo la batuta de Gianandrea Noseda. Con este motivo, El Cultural ha entrevistado al creador catalán.
-¿Se siente usted el decano de los compositores españoles?
-Bueno, no se debe olvidar que existe Joaquín Nin-Culmell, al que debemos considerar español a pesar de su larga residencia estadounidense. También Joaquín Homs, quien nació en 1906 y siempre ha permanecido fiel a su maestro y amigo, Roberto Gerhard. De lo que sí soy decano es de los críticos de música clásica, tras tantos años de ejercer como crítico en La Vanguardia.
-Usted forma parte de esa pléyade de compositores catalanes. ¿Se puede establecer un nexo estético, algún denominador común?
-No sé ver ese núcleo del que habla, lo cual no significa que no exista. Además hay unas diferencias de generación bastante notables. No me puedo considerar de la generación de mi amigo Mompou, ni de Toldrà. Tampoco de los de ahora, de Guinjoan, Mestres-Quadreny, Balada o Cercós. Mi generación fue, al menos en Cataluña, muy poco fértil en el campo de la música.
-¿Se puede decir que su música es la menos catalanista de la de todos los compositores que ha citado?
-Sí, aunque quizá después de la Homs. Porque Homs ha sido siempre tan fiel ¡tan fiel! al dodecafonismo... Pero, claro, al lado de la obra de Mompou, yo no soy nada catalán, porque Federico utiliza temas estrictamente catalanes.
Canciones universales
-Fueron precisamente las hoy universales Canciones negras las que le asentaron.
-Sí, las escribí en 1946. Su origen fue muy sencillo y desde luego nunca pensé en la trascendencia que iban a tener. La cantante Mercedes Plantada, que era amiga de la familia, me llamó y me dijo que si le escribía una canción me la estrenaría en un recital que iba a dar en el Ateneo de Barcelona. Fue entonces cuando compuse para ella la Canción de cuna para dormir a un negrito. La verdad es que tuvo un éxito enorme, de tal manera que Mercedes me dijo que sería muy bonito que escribiera una serie. En el transcurso de un año escribí el resto de las canciones.
-Entre ellas la deliciosa Cuba dentro de un piano, primera señal de su colorístico periodo antillano.
-Sí, y me lo han preguntado mil veces: "¿De dónde viene su inclinación antillanista?". La verdad es que nunca he sabido responder. Creo que, primero, porque siempre he sido un afrancesado, y nunca han dejado de encantarme obras como la Habanera de Saint-Saëns, la Carmen, ciertas cosas de Ravel... Siempre he tenido una enorme inclinación por ese mundo que tanto gustaba del exotismo y de sus vivos y lejanos ritmos. Al mismo tiempo, no sentía el nacionalismo hispano. Tampoco el catalán. Por otra parte, exactamente al final de la Guerra Civil, en la Semana Santa de 1939, cuando ya estaba tomada casi toda Cataluña, vine aquí, a la Costa Brava, a Calella, por primera vez. Había entonces, a pocos metros de donde ahora estamos, dos cafés, frecuentados por pescadores de verdad, de los que salían a pescar por la noche y no como ahora, que pescan de día, sólo para que les vean los turistas. Aquellos pescadores de Calella cantaban habaneras. Yo me entusiasmé con aquellas habaneras, y esto me inclinó hacia ese estilo mío que ha venido en llamarse "periodo antillano". Precisamente si se mira Cuba dentro de un piano, el tema viene de una habanera que había escuchado a los pescadores.
-Usted es un apasionado de la pintura, incluso posee una considerable colección de cuadros. ¿Incide esta afición en el colorido que desprende su creación musical?
-Es algo que se ha dicho varias veces. Es posible que así sea. Yo he sido muy aficionado a la pintura y a las antigöedades, más que nada por curiosidad. Todo esto seguramente ha influido en mi música. Pero yo no sé ni comprobarlo ni cuantificarlo. En muchas ocasiones me han preguntado en qué está inspirada tal o cual obra. Yo salgo del paso como puedo, pero para mis adentros me digo: "pero si no está inspirada en nada". Si acaso en las ganas de trabajar. Muchas veces, por cumplirse la fecha de entrega de algún encargo, acababas la obra de cualquier manera, casi sin fijarte en lo que haces. Y luego, cuando ha pasado el tiempo, y ves sosegadamente aquella pieza que hiciste deprisa y corriendo, agobiado y con el único deseo de terminarla, descubres que hay cosas interesantes, que realmente están bien resueltas. Quizá esa misteriosa inspiración de la que tanto se habla tuvo algo que ver.
-¿Cuándo pudo vivir exclusivamente de la composición?
-¡No, no! ¡Qué va! ¿Vivir como compositor? Sólo si eres una primera figura puedes hacerlo. Vivir de los derechos de autor basándose en obras que no sean ópera o música sinfónica puede darte para malvivir, para ir tirando y poco más. Yo no sé otros compositores españoles, pero yo no podría sobrevivir de los derechos de autor. Cuando regularmente recibo de la Sociedad de Autores las liquidaciones de los derechos de mis Canciones negras, no puede figurarse lo poquito que es, y eso que en la última liquidación se habían cantado en 17 países. Los derechos de las canciones he de repartirlos con el editor y con los autores de los textos. Vamos, que en España, de la música, como no seas Rodrigo o Falla, no vives.
Producción eclipsada
-¿El éxito apabullante de las Canciones negras ha eclipsado el resto de su producción o piensa que, más bien, ha servido para catapultarla?
-En cierto modo me ha dado a conocer y me ha ayudado. Pero también me he sentido un poco esclavo, porque tengo otras obras, como las Canciones para niños sobre textos de García Lorca o varias creaciones sueltas aún inéditas, que no echan a andar, y que creo que tienen méritos para ser difundidas con fortuna.
-Tengo entendido que entre este capítulo de obras inéditas figura una que compuso por expreso encargo de su gran amiga Alicia de Larrocha, que pensaba incluirla en un proyectado disco que iba a grabar junto a la mezzosoprano Cecilia Bartoli.
-Sí, es verdad. Un día me llamó Alicia y me dijo que iba a registrar un disco con Cecilia Bartoli, y que ésta le había pedido que hablara conmigo para que les escribiera una canción con destino al disco. La canción se llamaba Alelí, y era sobre un poema de Alberti. Al final el disco no se hizo y la canción, que había diseñado específicamente para las características de la Bartoli y Alicia, quedó desgraciadamente inédita.
-Esa preocupación por que su música resulte siempre grata de ejecutar al intérprete quizá sea una de las claves de la buena acogida que los músicos siempre le dispensan.
-Sí, es que los compositores hemos de pensar siempre en nuestros intérpretes. Es algo que nunca me canso de repetir a los jóvenes compositores que vienen a pedirme consejo. Les digo: no os preocupéis tanto de gustar al público, porque entonces haréis una banalidad: el público que se fastidie, y si no le gusta lo que haces, que se aguante. Pero en el intérprete tienes que pensar: porque si escribes una obra que no le gusta, que le resulta incómoda de tocar, pues no te la va a programar jamás. No hace mucho estuve en un tribunal de un concurso para jóvenes compositores. Recibimos muchas partituras, entre las que abundaban obras complicadísimas. ¡Debe ser un instinto natural de los jóvenes eso de querer decirlo todo! Yo pensaba: bueno, sí, muy bien, pero no servirá para nada porque no lo tocará nadie. Lo que más me angustiaba de todo eso era que entre aquellas obras tan "recomplicadas" había algunas que estaban francamente bien, y pensaba: "¡Qué lastima que no sea una cosa más fluida, más tocable!".
Alto virtuosismo
-Así nunca deberían haber nacido obras de alto virtuosismo, como la Iberia de Albéniz.
-Bueno, ni los Caprichos de Paganini ni tantas otras obras. Pero me parece que son casos absolutamente excepcionales. Yo digo eso, pero quizá no tenga razón. De lo que sí estoy absolutamente en contra es de lo que ha pasado durante un cierto tiempo, en el que la sencillez se asociaba automáticamente a lo banal. Se equivocaban: siempre he dicho que, en música, la cosa más difícil es escribir una cosa fácil. Piense en la Canción de cuna de Brahms y en La violetera de Padilla. Todos estamos de acuerdo y es evidente que la obrita de Brahms es algo magistral, y que La violetera es un valor local, gracioso, pero local. Pues dicho esto, yo desafío a quien sea a que me demuestre por qué una pieza es mejor que la otra. Porque si te pones a analizarlo, hasta te encuentras que está mejor escrita La violetera... Todo esto es un verdadero misterio.
-Por eso su escritura ha sido siempre limpia.
-A estas alturas escribo ya muy poco, muy lentamente, porque ¡le tengo tanto miedo a la responsabilidad que representa ser quien eres! Cada vez estás menos seguro de ti mismo. Al menos eso es lo que me pasa a mí. Yo me siento esclavo de mi generación. Y veo que las nuevas generaciones escriben de una manera tan distinta que tienes la sensación de que te has quedado pasado, como un poco fuera del tiempo.
-Se siente casi como Sibelius, quien los últimos 28 años de su vida los pasó recluido en su casita para refugiarse de un mundo estético que ya no consideraba como suyo.
-Quizá, de alguna manera, sí... (Se detiene, para reflexionar interiormente. Tras un largo silencio, matiza la respuesta). Pero no, no, mi caso es absolutamente diferente. A mí me gusta salir y disfrutar de todo. Soy profundamente vitalista. Yo, desde luego, no estoy recluido como hizo él y me mantengo abierto, e incluso receptivo a casi todo.
-En cualquier caso, siempre se ha mantenido ajeno a cualquier vanguardia y fiel a su propio y personalísimo camino estético. Por cierto, ¿se siente dolido por el hecho de que aún no le hayan otorgado el Premio Nacional de Música?
-Pues... ¡Qué quiere que le diga! ¡Doctores tiene la Iglesia! Bien es verdad que a todos nos gusta y nos viene de perlas un premio de tal calibre... Pero a ciertas edades, casi empiezas a preferir que no te den premios, porque pueden ser señal de que a lo mejor debes de empezar a inquietarte por tu estado de salud. A veces, los premios toman los mismos tintes de la visita de Brunilda a Siegmund en La valquiria. A propósito, ¿cuando hablamos de Wagner?