A Hard Rain's a Gonna Fall
Dylan en estado puro. Primario, bíblico, premonitorio y poético. Perteneciente a su segunda entrega discográfica, The Freewheelin (1963), el talento de Dylan saca una ventaja de diez mil millas a todos sus coetáneos, sentando las bases de su revolución. Lobos salvajes, un hijo de ojos azules, una blanca escalera, el bramido de una ola… y, sí, la dura lluvia que va a caer. La que provocará el profeta en el templo de la música para reventar los cimientos del edificio. Quizá por eso, Patti Smith la llevó a la Academia Sueca para recibir su merecidísimo Nobel. Solo esta canción ya lo merece.
Blonde on Blonde
La pugna por la B tenía que ser brutal. Blowing in the Wind, The Band, The Basement Tapes y Bootleg Series hubiesen puesto el listón igual de alto pero elegimos el doble álbum con el que hizo historia en 1966. Séptima entrega de estudio y con Columbia a los mandos, Dylan da muestras de su explosiva fertilidad creativa entrando sin llamar a la historia del rock tras Bringing It All Back Home y Highway 61 Revisited. No es fácil elegir entre la discografía del bardo de Minnesota pero si hay un álbum en el que arranca la combustión de todos sus pistones es este. Un monumento, una señal, un camino y... un auténtico abrevadero para las siguientes generaciones de músicos.
Crónicas I
Cuesta salir de la hipnosis que provocan las letras de Dylan pero si sobreviven lean como si fuera un manjar estas memorias (publicadas en España por Malpaso con prólogo de Benjamín Prado) que narran sus primeros años de combate musical, cuando nuestro Premio Nobel vagaba aún buscando la piedra filosofal de su arte. Con tono sencillo y cercano Dylan abre su corazón y su memoria a todos los feligreses. “Lo que yo tocaba por entonces eran ásperas canciones folk servidas con fuego y azufre”, reconoce en sus páginas. Continuará (esperemos).
Don’t Look Back
Testimonio documental, rodado con toque “vérité” por el estadounidense D. A. Pennebaker, con la sangre que corría ya por las venas de nuestro genio. Da fe de la gira británica de 1965 y comprobamos, además de algunas actuaciones históricas, cómo se puede sacar de las casillas a un artista con dos dedos de frente (aunque desde luego él no lo pusiera fácil). ¿De verdad nos encontramos a un anarquista? Muchos solo vimos a un tipo que quería que le dejaran en paz y que no le hicieran preguntas que hubiesen avergonzado a un niño de cinco años.
Ed Sullivan Show
No. Dylan no fue un cantante protesta. O al menos no todo el tiempo. Tuvo su época, especialmente la que vivió junto a Joan Baez, pero en general sus acciones contestatarias iban más encaminadas a reivindicar su derecho a escribir y a cantar lo que le diera la real gana. Es el caso de Talkin’ John Birch Paranoid Blues, un tema satírico que parodiaba la obsesión comunista de unos tiempos que estaban cambiando (sic) y que fue prohibida en el Ed Sullivan Show en mayo de 1963 con la complicidad de la CBS. No salir en el programa, en el que Elvis se propulsó en 1956 y gracias a su impacto los Beatles se dieron a conocer en Estados Unidos en 1964, tenía un precio. Pero para nuestro bardo ese era el último de sus problemas. Seguía imparable su camino sin mirar atrás.
Freewheelin' Bob Dylan
Una cover para la historia en la que se inmortalizó junto a la bellísima Suze Rotolo. La actitud, la simpatía y la aparente “despreocupación” de ambos lograron derretir la nieve que cubría el suelo de Nueva York. Y un segundo álbum que Columbia publicó en 1963. Once canciones que no tienen desperdicio, entre ellas Blowin’ in the Wind (sobre la que se avalanzaron ese mismo año Peter, Paul and Mery con una intuición prodigiosa), Girl from the North Country, Don’t Think Twice, It’s All Right o Master of War. Convulsos tiempos en los que de nada servía “sentarse y preguntarse por qué”.
Greenwich Village
Hay barrios en los que sí merece la pena adentrarse. Es el caso del Greenwich Village. Dylan llega a Nueva York en 1961 siguiendo el rastro de Woody Guthrie, enfermo y hospitalizado. Vagará por los garitos del Village con un repertorio folk que incluía temas de Fred Neil y Odetta, entre otros. Entonces era un territorio inhóspito, una charca primigenia en la que coincidían todos los aspirantes a cantautores del país. Hoy hay hasta rutas turísticas que recorren sus pasos como un calvario laico.
Highway 61 Revisited
Sexta entrega de estudio y un guiño -sin necesidad de hacer autostop- a sus ineludibles conexiones con las geografías musicales del sur del país. La nueva autopista que transita Dylan, ahora alejado del acústico y dejándose acompañar por una banda, tiene temas como Like a Rolling Stone, Desolation Row y Tombstone Blues. Una proeza de 1965 que vuelve a realizar junto a Columbia y que tiene momentos que no volverán a repetirse en toda su carrera. Einstein, disfrazado de Robin Hood.
I'm Not There
No le ha ido mal el cine a Bob Dylan, especialmente en el documental. Lo vimos en el mencionado Don't Look Back, a las órdenes de Sam Peckinpah en Pat Garrett y Billy the Kid, fue pionero de los vídeos musicales, con derroche de cartelería incluido, en Subterranean Homesick Blues y Scorsese lo inmortalizó tanto en Rolling Thunder Revue como en The Last Waltz (aunque bien es cierto que aquí los protagonistas son The Band y él solo hace un “cameo”). Pues bien, en I’m not There (2007) Todd Haynes recrea algunos momentos de su vida con una camaleónica Cate Blanchett que se hace creíble hasta en sus gestos más insignificantes. Así lo reconocieron los Globo de Oro de 2008. En la piel del bardo se pusieron hasta ocho actores. Y es que Dylan nunca estuvo ahí.
John Hammond
Recurrente en cualquier biografía musical de los 60 y 70, nada hubiese sido igual sin este productor que tenía un olfato capaz de detectar un talento solo con verlo caminar. Que se lo digan a Billie Holiday, Aretha Franklin, Pete Seeger, Leonard Cohen o Bruce Springsteen (al que dedica bastantes páginas en Born to Run). A Dylan lo llevó a Columbia y participó de sus creaciones desde 1961. Fue oír su manera de tocar la armónica y echarle el lazo...
Knockin’ On Heavens Door
Una de las bandas sonoras más bellas y famosas de la historia. Es un tema que dotaba de un tono melancólico y crepuscular a Pat Garrett y Billy the Kid, película de 1973 en la que Sam Penckinpah contó con el autor del tema para que acompañara en sus aventuras a James Coburn y Kris Kristofferson. Casi nada. ¿Versiones? Todas las que quieran, pero nos quedamos con la del "hombre de negro", la de Johnny Cash. Corta el aliento.
Love and Theft
Ejemplo de madurez y de lo que Dylan estaba dispuesto a dar en el estudio en el siglo XXI. Grabado en 2001, nuestro bardo camina firme pero ya sin la ayuda a los mandos del polifacético Daniel Lanois. Aunque sí de Jack Frost, su pseudónimo como productor. Se reafirma en el rock y en el blues y monta trilogía junto a Time Out Mind y Modern Times. No tardarán en llegar sus homenajes a Sinatra y a la tradición musical estadounidense. Pisa el acelerador con la gira Never Ending Tour , iniciada en 1988.
My Back Pages
Existen muchas entradas al mundo de Bob Dylan. Pues bien, esta canción es una de ellas. Agazapada en Another Side of Bob Dylan de 1964, su letra, pese al evidente distanciamiento del álbum de sus primeros trabajos, continúa con la profundidad en fondo y forma que le dio fuerza e identidad ante el público (qué tipo de público es otro análisis). Para la historia, el tributo que le hicieron Roger McGuinn (los Byrds vieron esta letra primero), Tom Petty, George Harrison (ambos amigos y compañeros de “carreteras llameantes”), Eric Clapton y Neil Young con motivo de los 30 años de su carrera. Dylan denuncia esa gran mentira de que la vida es blanco o en negro.
Newport Festival
Algunos de los testimonios de los que asistieron en julio de 1965 a la actuación del certamen de Rhode Island señalan que no fue para tanto. Que Dylan se “enchufó”, sí, pero que solo fue un grupo muy reducido el que abucheó aquella iniciativa y algunos por el pésimo sonido de la organización. El caso es que el calambrazo que provocó el de Duluth achicharró la historia de la música popular, abriendo las compuertas de la tradición americana al rock. A partir de entonces nada fue igual. Ni Dylan, ni los que estaban allí , ni los que nacerían (al mundo y a la cultura) a partir de entonces. Legendario.
Nobel
Como no encontramos la manera de llevar la Ñ a Dylan, repetimos la N en homenaje. Premio Nobel de Literatura 2016. Un merecido galardón que culmina una carrera llena de poesía y de canciones sublimes que han seducido (e influido) tanto en creadores como en espectadores. Aceptó el Nobel y lo representó en emocionado concierto Patti Smith (a quien debería haberle dado un trozo por méritos propios). Y, claro, tapó todas las bocas acabando su discurso (muy literario, por cierto) aludiendo a Homero y al inicio de la Odisea: “Canta en mí, oh Musa…” No se hable más.
Oh Mercy
Durante los ochenta Dylan sufrió varios altibajos, tanto personales (se fracturó una mano) como artísticos. Lejos quedaba ya el mítico accidente de moto de 1966 que lo recluyó en uno de los retiros más fértiles de la historia de la creación (en minúscula). El álbum Oh Mercy y la superbanda The Traveling Wilburys (con George Harrison, Tom Petty, Jeff Lyne y el gran Roy Orbison) le rescataron del bache. Producido por Lanois, Columbia publicaba en 1989 el milagro del ave fénix. De lo mejor de una década irregular en todas sus esquinas artísticas.
Premio Príncipe de Asturias
Como en tantos reconocimientos, el Principe (o Princesa ahora) de Asturias se ha adelantado a otros galardones. Siempre atento, fue en 2007 cuando le concedió el de categoría de las Artes por “conjugar la canción y la poesía en una obra que crea escuela y determina la educación sentimental de muchos millones de personas”. ¿Le tomó o no le tomó la delantera al Nobel? Con los mismos motivos que le dio a la Academia Sueca declinó su asistencia. “Es fiel reflejo del espíritu de una época que busca respuestas en el viento”. Y ahí sigue a sus 80.
Queen Jane Approximately
Volvemos a Highway 61 para recordar este tema que representa el tono epistolar que tantos réditos le dio a Dylan en sus comienzos. Como en Like a Rolling Stone, del mismo álbum, lanza sus metáforas como dardos a la “Reina Jane”. Era el momento, “cuando todos los payasos que has encargado han muerto en la batalla o en vano” y “cuando todos tus consejeros levanten su plástico a tus pies para reafirmar tu dolor”. Pese a sus cortinas de humo, algún día nos aclarará el viejo Bob si la canción está dirigida a la “reina del folk” Joan Baez.
Rough and Rowdy Ways
Hasta el momento, su último álbum. Si los ochenta que celebramos es un número redondo habrá que esperar a su siguiente entrega, la número 40 de estudio, para seguir redondeando y esperando nuevas sorpresas. Ni áspero ni mucho menos ruidoso es este álbum que nos alegró la existencia en 2020 con toques de blues y de sutiles arreglos. Disfrutamos especialmente False Prophet, una señal en la autopista 61 que seguramente es la culminación de otra de sus innumerables rutas. Y qué extraño el recuerdo a Kennedy en Murder Most Foul. Así de insobornable es, amigos.
Slow Train Coming
¿Giro radical a sus creencias o tal vez el kilómetro cero de su religiosidad? En 1979 (con Blood on the Tracks y la separación de su mujer Sara ya en el recuerdo) nos encontramos con este “tren que llega” a una espiritualidad larvada en su subconsciente desde las primeras letras. Su búsqueda incansable, el cambio como moneda artística y, por qué no, cierta influencia evangélica de su entorno, le hicieron zambullirse de cuerpo entero en las aguas del Jordán. La crisis le rondaba como un lobo hambriento y quizá agarró el cabo de la religión como un radical exorcismo. Quién lo sabe. Es Dylan.
Tarántula
Nadie sabe qué fue primero, si las notas que Dylan tomó para sus canciones de los sesenta o este texto en prosa de 1966 que parece compuesto a golpe de fase REM. ¿Canción kilométrica encuadernada, monólogo interior o relato psicotrópico? Un auténtico desafío para los dylanófilos, porque su transcripción llevará más tiempo que los jeroglíficos egipcios. Y, atención, no hay Piedra Rosetta. En todo caso, un ejercicio literario de enorme poder para engrasar y rimar estrofas y melodías. La cuidada edición española de Malpaso facilitará el tránsito.
Under the Red Sky
Metido ya en la década de los noventa, Dylan, entre su particular distanciamiento con el mundo discográfico y su compromiso con los Traveling Vilburys entregó este álbum que dividió profundamente a la crítica. No es más que un espejo de su búsqueda, quizá una transición necesaria después de varias décadas cambiándole la piel a la música contemporánea. Pensó en grande, incorporando nanas y canciones infantiles a su repertorio, y es posible que se quedara a mitad de camino.
Visions of Johanna
No hay que tardar mucho tiempo en volver a Blonde on Blonde. Por eso elegimos Visions of Johanna como una entrega fundamental en su carrera. Posiblemente una de sus canciones más “cinematográficas”, donde el poeta narra con espíritu notarial las imágenes que se le van cruzando y las caza como si fueran mariposas. Esta aspiración entomológica convierte a Dylan en el gran artífice de la sugerencia y de la metáfora. En una sola estrofa es capaz de hacer estallar la imaginación en mil pedazos y hacer que todos los fragmentos sean igual de valiosos y brillantes. La emisora de country suena suave, el sereno enciende su linterna, un beso de adiós, nostalgia de autopista… son las visiones de Johanna. Lo único que nos queda.
Wight
Pues sí. Antológica la “espantá” de nuestro bardo en agosto de 1969 para actuar en el festival de Woodstock, cabreado como estaba con los fans que no le dejaban ni a sol ni a sombra. Bien por desaire, bien por ganas de orearse, aceptó sin embargo la invitación del Festival de Wight, en Gran Bretaña, para integrar, unos días después, un cartel en el que figuraban sus colegas de The Band, The Who y Joe Cocker, que por aquella época no se perdía una. Respecto a Woodstock, Dylan recuperaría el tiempo perdido en la edición de 1994. Ay, ese Knockin’ On Havens Door al atardecer tras el diluvio universal…
XX
Su siglo. Al menos a partir de la segunda mitad. Por todo lo dicho, por todo lo escrito, por todo lo cantado y contado, Dylan ha dejado un legado capaz de marcar a fuego a varias generaciones. Sus convulsiones sociales, sus guerras (totales o parciales) han pasado de una manera o de otra por su guitarra y su armónica. Su “marcha” sobre Washington en 1963 fue posiblemente, junto al utópico sueño de Martin Luther King, una de sus apariciones más comprometidas y militantes.
You're No Good
Cerramos este diccionario con dos comienzos. You`re No Good abría Bob Dylan, el álbum con el que debutaba en 1961 de la mano de Columbia y John Hammond. “Bueno, no sé por qué te amó como lo hago”, fue el primer verso, el big bang dylaniano. A partir de ahí puso Dylan nombre a todas sus criaturas. En realidad puso nombre, directa o indirectamente, a todas las canciones por venir. Inauguraba su torrencial epistolario: “Vas por los caminos del diablo, duermes en la guarida del león”. Un largo periplo hasta llegar a estos ochenta años que, imaginamos, celebrará este lunes igual de esquivo y huidizo que siempre.
Zimmerman
Segundo comienzo. El apellido que le conecta con una larga tradición (judía) que prácticamente da la vuelta al mundo. Dylan es lo que es gracias a ella. A la diáspora de sus abuelos con orígenes en Odessa (Ucrania), Lituania y Turquía y a todo lo que oyó siendo niño. Saltó pronto a Mineápolis pero esa patria que es la infancia lo acompañó toda la vida. Quien haya sido atravesado por su intensa mirada azul comprende el largo éxodo que vivió su ADN hasta llegar a materializarse en uno de los legados más intuitivos y trascendentales que ha dado la cultura. "Canta en mí, oh Musa..."