“Si consigo contar lo que pasó y me escuchan, me creerán. Y yo ya habré ganado”, suplica la exconcejala de Ponferrada a su abogado. La Nevenka Fernández de la ficción cree en el poder inherente a un sumario alto y claro para despertar la empatía de un pueblo que en la vida real la desterró.

En efecto, oír la sucesión de agravios que lapidaron a la nueva joven promesa del Partido Popular debería bastar para lograr el abrazo de cualquiera... Porque a la violencia le sobran las exclamaciones o porque el caso del que parte tiene ya la suficiente enjundia para nutrir un true crime digno (eso era el documental de Netflix), Icíar Bollaín va a remitirse a explicar los hechos reales de la forma más lineal y certera posible.

Recreando la pura verdad, la apuesta de Mireia Oriol pasa por alternar la fragilidad y la fortaleza como una Nevenka que llega algo desdibujada como personaje (¿qué le gusta, qué teme?) aunque está, eso sí, siempre a punto siempre de romperse. Urko Olazabal, por su parte, se entregará por completo a la gravedad de su agigantado Ismael Álvarez, un tipo de atributos deliberadamente villanescos.

No hay nada incorrecto, pero tampoco brillante en la recreación de Bollaín, coescrita con Isa Campo… Así como tampoco nada que resulte inaccesible fuera del sumario o el artículo del caso en la Wikipedia; si acaso, Soy Nevenka consigue hacer más gráfico el sufrimiento de ella. Y en este punto debemos plantear a la cineasta responsable de justificar con humanismo sin filtros el perdón aparentemente imposible de Maixabel: ¿Volver sobre caminos muy transitados, a pesar del respeto que sostiene insistente hacia la víctima, puede ser otra forma de explotación en pantalla?

Las claves del porno soft

Mientras que Audrey Diwan jugaba con un realismo emocional directo, prácticamente a flor de piel, para ahondar en el fuero interno de la joven protagonista de El acontecimiento, con la que ganó el León de Oro en 2021, tres años más tarde, la cineasta francesa parte de otra adaptación literaria, en este caso de la novela erótica homónima de Emmanuelle Arsan, para retorcerla y exprimirla.

Con una vuelta de tuerca desde el feminismo contemporáneo, desbloqueará una lectura nueva para el cuento iniciático de una mujer que lucha por liberar su deseo de la jaula deliciosamente diseñada por su propio espíritu de girl boss empoderada. Resulta curioso que, en menos de un mes, tanto Babygirl de Halina Reijn con Nicole Kidman y Antonio Banderas, como la Emmanuelle de Audrey Diwan, hayan contado la misma historia. Quizás hayamos entrado ya en la era del pos-#MeToo.

Emmanuelle se escribe, en fondo y forma, como un librito de porno suave: Noémie Merlant, una marmórea experta en control de calidad de una cadena hotelera, ha superado todas las barreras del sexo pero es incapaz de disfrutar de él. A su llegada a un resort de Hong Kong cubierto de satén y oro blanco, irá sucediendo encuentros sexuales con una serie de huéspedes, bajo la música y los encadenados lentos de un montaje sedoso.

Realizada, la fantasía se irá descubriendo –en un giro algo mecánico, explicativo a desgana– otro eslabón del patriarcado, uno que Emmanuelle romperá sobre el papel, aunque todas las fantasías sombrías que preconiza el guión de Rebecca Zlotowski (Una chica fácil) queden en el ámbito de lo soft… Otra vez. Algo más de juego, incluso algo de humor, hubiera venido bien a este viaje de descubrimiento. Si han quedado insatisfechos, prueben a ver Expats en Prime Video.

C. Tangana rinde un correcto homenaje

Antón Álvarez acepta encantado hacer las de maestro (de ceremonias) sobre las dimensiones humanas, sociales y folclóricas detrás de los arpegios del guitarra Yerai Cortés, etiquetado sin darle demasiadas vueltas como genio entre las aguas de la tradición y la modernidad.

De hecho, esta suerte de making of vive por explicar bien el motivo de las penas que las bulerías de Yerai invocan, como una guía cosida de entrevistas íntimas a la familia y colegas, de estampas costumbristas del barrio (ese café en vaso, el arroz con lentejas) y de nuevas versiones sobre los temas del álbum, ahora en los sitios que vieron crecer al músico.



Sin embargo, por muy bien regado que esté este retrato poliédrico, que juega incluso con varios formatos fotográficos analógicos, o por muy entrañable que sea el carácter de sus protagonistas, ya desde sus dos padres cartoon hasta lo Rue Percebe. La película cae a menudo en la anécdota, tanto por lo clásico de su acercamiento a las entrevistas (de busto parlante) como de lo que en ellas se narra, porque la ruptura de Yerai con su pareja, La Tania, es tan “de a calle” como la de cualquiera. Sí merecen una investigación profunda, digna de un ‘De eso no se habla’, las razones tras el gran secreto familiar que lo recalibra todo durante la última mitad de película…

Las obviaremos por respeto. Un pudor, por otra parte, impropio de un divertido Antón Álvarez y de su cámara, que se mece juguetona entre zooms despatarrados y juegos del escondite con los personajes que trata de “pillar”. Entre tanto capricho visual y un gesto documental algo falto de calado, muy a pesar de la gravedad y la complejidad genealógica a la que apela (en lo familiar, lo social y en lo artístico), podría La guitarra flamenca de Yerai Cortés figurar como mero extra del álbum que acompaña. Y no dejaría de estar bien, pero nada más.