Por fin, llega a las plataformas de streaming (Movistar Plus+ y Filmin) uno de los grandes filmes de 2023 (aunque en España no llegó a la cartelera hasta el 19 de enero de 2024), Gran Premio del Jurado en Cannes y Oscar a la mejor película internacional (imponiéndose a la española La sociedad de la nieve, de J. A. Bayona) y al mejor sonido. La zona de interés, de Jonathan Glazer, es una película intensa, ambiciosa y con la capacidad de generar grandes debates, ideal para una sesión de cine en casa.
Mientras proliferan las novelas y las películas abientadas en los campos de concentración nazis (pongan simplemente Auschwitz en el buscador de IMDB o Filmaffinity y quédense pasmados con el número de ficciones recientes sobre el tema), pocos son los cineastas que se cuestionan realmente desde un punto de vista moral la representación del Holocausto.
Sobre esta cuestión ya disertaron Godard, Resnais, Lanzmann, Sontag o Bazin en su momento, pero el éxito de La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), con su acercamiento efectista Made in Hollywood, parece que borró cualquier tipo de sutileza a la hora de abordar el tema. Así, acabaron aparecieron engendros superficiales, falaces y torticeros como El niño del pijama de rayas (Mark Herman, 2008).
En los últimos años, tan solo El hijo de Saúl (2015) había sabido aportar algo nuevo al modo en el que podemos representar (o no) el terror más abyecto, apostando por una experiencia cinematográfica original e inmersiva, con toques de survival horror, pero con respeto por la memoria histórica.
Con La zona de interés ocurre algo similar. Como László Nemes en El hijo de Saul, Glazer utiliza el fuera de campo visual y sonoro para puntuar la historia de Rudolf Höss y su familia, que vivían en una lujosa casa con jardín colindante con el campo de exterminio de Auschwitz, del que solo les separaba un muro.
"Supongo que siempre supe que tocaría este tema en algún momento de mi vida. Pero no había pensado en las posibilidades hasta leer el libro", explica Glazer haciendo referencia a la novela homónima de Martin Amis, de la que ha hecho una adaptación singular, tomando únicamente uno de los puntos de vista de los múltiples que tenía el libro.
"Quería rodar el contraste entre alguien que bebe una taza de café en la cocina mientras otro es asesinado al otro lado de la pared; la coexistencia de dos extremos", ha afirmado el director, que no necesita mostrar el lado de los asesinatos, pues eso horror ya lo tenemos todos en la cabeza.
Sí vemos las chimeneas constantemente en funcionamiento, alzándose en segundo plano; los ferrocarriles del terror que llegan y salen, y las reuniones en el jardín sobre la forma más eficaz de sistematizar el exterminio. Mientras, el sonido ambiente, prácticamente sin interrupción, es el de los horrores del otro lado: ejecuciones, órdenes, gritos y el chisporroteo de los hornos crematorios.
El filme aborda el tema de la banalidad del mal, con esa esposa -interpretada por la siempre genial Sandra Hüller- que solo piensa en mantener su status y en ese Hess para el que la muerte ya solo es una cuestión cuantitativa. Así, Glazer acierta a la hora de apostar por el lenguaje de la banalidad contemporánea, que no es otro que el de la telerrealidad.
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Buscando la distancia adecuada, hizo uso de hasta diez cámaras fijas manejadas por control remoto por cinco ayudantes de cámara, para rodar simultáneamente escenas en diferentes espacios de la casa de los Höss. Los actores podían moverse con total libertad dentro de un sistema construido previamente con suma meticulosidad, mientras el cineasta seguía el desarrollo de la escena a través de múltiples monitores al otro lado de la pared.
"Reconozco que no es habitual rodar así una película, pero era la única forma en que podía hacerlo. Quería entender la distancia: hasta qué punto debía alejarme de los personajes. Creo que necesitaba una distancia crítica", explica Glazer.
La oscuridad, la tensión y la belleza de la que el director hacía gala en filmes anteriores como Sexy Beast (2000), Reencarnación (2004), Under the Skin (2013) o el corto The Fall (2019), hace acto de presencia en brillantes secuencias como las rodadas con cámaras de infrarrojos o ese final de pesadilla del que mejor no hablaremos.