El primero de los tres episodios que dan forma a Caro diario (1993), titulado En vespa, contiene uno de los pasajes más hermosos y reveladores del cine de Nanni Moretti (Brunico, 1953). Se trata de un interludio en el que el cineasta cataloga, en reverenciales travellings laterales, y al son embriagador del pop-raï de Khaled, las fachadas de edificios históricos de Roma. La secuencia remite, en clave latina, a aquel otro himno fílmico-arquitectónico que Woody Allen dedicó a la ciudad de Manhattan en Hannah y sus hermanas (1985), con la apertura de la Madama Butterfly de Puccini como imponente fondo sonoro.
El parentesco entre Moretti y Allen no es baladí, en cuanto que ambos, con su debilidad por la escritura autoparódica en primera persona, han hecho realidad el pronóstico del francés Alexandre Astruc, quien en 1948, en su manifiesto La Caméra stylo (La cámara-estilográfica), intuyó que, con la modernidad, los cineastas podrían expresar sus obsesiones “exactamente igual que como ocurre con el ensayo o la novela”.
Autoral hasta la médula, Moretti ha hecho de la autoficción uno de sus flancos creativos de cabecera. Desde Sogni d'oro (1981), en la que interpretó a un director atribulado por el rodaje de la ficticia La madre de Freud, el mundo del cine ha servido al cineasta de marco idóneo para el retrato de una crisis permanente, un estado de excepción tanto personal como social. En la genial Abril (1998), Moretti imbricó la crónica humorística de su arduo camino hacia la paternidad con unas ácidas impresiones acerca de la caída de Italia bajo el hechizo de Silvio Berlusconi, a quien luego dedicaría la satírica El caimán (2006).
Moretti ha convertido su rostro alelado y su mirada inconformista en señas de identidad del cine de autor europeo
En el arranque de Abril, un periodista francés le reclamaba a Moretti la realización de un documental sobre la política italiana, una película “llena de humor, pero con sentido cívico”. Asumiendo el encargo, el cineasta cumplía un cometido histórico al relacionar el ensimismamiento de Federico Fellini, el compromiso verista del Neorrealismo y la rabia propia de los grandes cineastas políticos italianos. Cabe recordar que el primer episodio de Caro diario se cerraba con una melancólica visita al descampado a las afueras de Roma donde fue asesinado Pier Paolo Pasolini.
Moretti, el flâneur cinematográfico por antonomasia, ha convertido su rostro alelado, su dicción enfática y su mirada inconformista en señas de identidad esenciales del cine de autor europeo de las últimas décadas (el estreno en España de Caro diario, en 1994, convocó a más de 130.000 cinéfilos).
Pero Moretti no es solo la versión italiana de un Buster Keaton parlanchín. Con La habitación del hijo (2001), que le valió la Palma de Oro del Festival de Cannes, exploró con sensibilidad el abismo de una tragedia familiar.
Y, cuando todos esperaban que Habemus Papam (2011) fuera una sátira corrosiva de la vida en el Vaticano, Moretti se desmarcó con el retrato humanista del desconcierto de un hombre (inolvidable Michel Piccoli) superado por la losa de un mandato más terrenal que divino.
Así, entre la ironía y la melancolía, Moretti ha edificado su particular utopía fílmica, colmada de viñetas del absurdo cotidiano y cimentada sobre la más tenaz resistencia contra la indolencia y la resignación.