La soprano albanesa Ermonela Jaho en el papel de Cio-Cio-San. Madama Butterfly, Teatro Real. Foto: Javier del Real
El Teatro Real repone a partir de este martes la versión de la ópera pucciniana firmada por Mario Gas, donde lo cinematográfico se engarza con lo teatral. El vigoroso Marco Armiliato toma la batuta en el foso. El viernes 30 será retransmitida de manera gratuita online, en TVE y en plazas y auditorios de toda España en el marco de la Semana de la Ópera.
Tras escucharla en Viena, a poco de su estreno milanés, Busoni la calificó de "indecente"; lo que para Rubens Tedeschi, ya en 1978, no había de extrañar considerando su "lacrimógeno patetismo". El mismo Puccini renegó de esta ópera -claro que también de las demás debidas a su pluma- cuando manifestó mientras componía su última e inacabada partitura escénica, Turandot: "Toda la música que he hecho hasta ahora me parece una simple farsa en comparación con la que tengo entre manos".
Imágenes de Madama Butterfly en el Teatro Real
Puccini evidenció su habilidad para construir atmósferas, para edificar un espacio dramático ad hoc, el preciso para describir unos seres y unos comportamientos. De esta manera, como por un arte mágico, los personajes quedan atrapados en una tupida red de acontecimientos perfectamente subrayados por la música. Aun aceptando que Cio-Cio-San se identifica las más de las veces con su exótico entorno y que es su propia presencia la que crea atmósfera, lo innegable es que el crecimiento de su figura femenina está casi plenamente conseguido y subrayado de manera magistral por la partitura, de una riqueza impresionante; más allá de lo que de fácil pueda ser el orientalismo o de que sea consecuencia de una moda determinada; de lo que de cargadas puedan estar las tintas; de lo sensiblero o ridículo de algunas de las situaciones; de lo decorativo o efectista de ciertos pasajes musicales o teatrales.En la puesta en escena de Gas se dan cita tres perspectivas simultáneas a través de las cuales vivir el drama: la ópera en sí, la grabación cinematográfica que se hace de la misma y su reproducción en blanco y negro en una gran pantalla. Tres planos bien engarzados que juegan a favor de la vistosidad y que, he ahí el peligro, pueden sacarnos del meollo trágico que, en todo caso, permanece en la formidable música, a la que dará forma la vigorosa batuta de Marco Armiliato, buen constructor y conocedor de la vocalidad del autor.