50 años del Óscar que Luis Buñuel le ganó a España y del que se mofó con una foto paródica
El 27 de marzo de 1973 el director aragonés se convirtió en el primer español en ganar el Óscar a la mejor película de habla no inglesa, aunque con una producción francesa
27 marzo, 2023 14:08En la madrugada del domingo al lunes se han cumplido 50 años del Óscar a la mejor película de habla no inglesa para El discreto encanto de la burguesía (1972), que convirtió a Luis Buñuel (Calanda, 1900-Ciudad de México, 1983) en el primer director español que conquistaba tal galardón, aunque fuera por una película que representaba a Francia (eso sí, su producción contaba con un pequeño capital español de la empresa Jet Films). A pesar de tratarse de un cineasta en el exilio, cuyas películas eran censuradas sistemáticamente por el aparato franquista (El discreto encanto de la burguesía no se libró de la tijera), la noticia fue tratada con bastante entusiasmo por la prensa española.
Fue la gala del triunfó de El padrino de Francis Ford Coppola, con el terremoto que produjo que Marlon Brando enviara a una joven vestida de india a rechazar el Óscar al mejor actor para reivindicar los derechos de los nativos americanos. Buñuel también se abstuvo de acudir al sarao celebrado en el Dorothy Chandler Pavillion de Los Ángeles el 27 de marzo de 1973, pero por motivos diferentes.
A pesar de que, a la postre, reservó un lugar estratégico a la película y al Óscar en sus memorias, el cineasta siempre rebajaba la importancia de estos premios. En una carta a su amigo José Rubia Barcia los definía como “abominable evento” y “hecatombe cinemática vanitas vanitatis”. Poco antes de la gala en la que saldría vencedor, declaraba en The New York Times que el Óscar no significaba “absolutamente nada”. En aquella época, además, preparaba en su casa del monasterio de El Paular un nuevo guion con su cómplice habitual, Jean-Claude Carrière.
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Hasta allí habían llegado unas semanas antes unos periodistas mexicanos, que consiguieron sacarle unas palabras sobre sus expectativas para los premios de Hollywood. “Ya he pagado los veinticinco mil dólares que me han pedido”, bromeaba Buñuel, asegurando que recibiría el galardón. “Los estadounidenses tienen sus defectos, pero son hombres de palabra”. Cuando estás declaraciones llegaron a Los Ángeles se armó un buen revuelo, que el productor Serge Silberman trató de aplacar como pudo y que finalmente no pasó a mayores.
Buñuel derrota a España
Curiosamente, el triunfo de Buñuel supuso la derrota de otro director español, Jaime de Armiñán, que representaba a España con Mi querida señorita, filme protagonizado por José Luis López Vázquez que trataba con delicadeza el tema de la transexualidad. Aunque la obra de Armiñán había sido un éxito y contaba con el apoyo de George Cukor o Billy Wilder, había varios factores que jugaban en su contra, como la mala imagen del régimen franquista o el hecho de que otra película de Buñuel, Tristana (1970), hubiera estado nominada dos años antes y se fuera de vacío.
Aunque en 1972 se estrenaron las magistrales Aguirre, la cólera de Dios (Werner Herzog), Solaris (Andrei Tarkovski), Roma (Federico Fellini) o Las amargas lágrimas de Peter von Kant (Rainer Maria Fassbinder), los trabajos de Buñuel y Armiñán compitieron contra filmes hoy bastante olvidados: La nueva tierra, del sueco Jan Troell, Los amaneceres son aquí tranquilos, del ruso Stanislas Rototski, y Rosa, te quiero, del israelí Moshe Mizrahi.
España, que ya había tenido candidatos en ceremonias anteriores como Juan Antonio Bardem (La venganza, 1958), Luis García Berlanga (Plácido, 1961) o Francisco Rovira Beleta (Los Tarantos, 1963, y El amor brujo, 1967), tuvo que esperar a 1982 para llevarse el ansiado Óscar, que alzó José Luis Garci por Volver a empezar.
La actriz Elke Sommer y Jack Valenti, presidente de la Motion Picture Association of America, fueron los encargados de anunciar el ganador del premio a la mejor película de habla no inglesa, que recogió finalmente el productor Serge Silberman. Sin embargo, la noche deparó una pequeña decepción para Buñuel y también para Jean-Claude Carrière, ya que ambos fueron derrotados en la categoría de mejor guion original por Jeremy Larner y su trabajo para El candidato, de Michael Ritchie.
La única respuesta de Buñuel consistió en hacerse una fotografía paródica con el Óscar cuando lo recibió, con una peluca y unas llamativas gafas de sol, que fue solicitada por la Academia para sus archivos, encantada quizá de autoprestigiarse al premiar a un veterano y díscolo maestro septuagenario que iba a la contra de la narrativa tradicional.
Entre el cine político, el surrealismo y la comedia
Las lecturas del filme fueron varias y, a veces, contrapuestas. Muchos quisieron ver en este trabajo episódico sobre situaciones estrafalarias protagonizadas por burgueses, a los que daban vida actores Fernando Rey, Jean-Pierre Cassel, Paul Frankeur o Delphine Seyrig, un filme eminentemente político, al hilo de la resaca del Mayo del 68. Algunos hablaron del regreso del Buñuel surrealista, motivados por la profusión de sueños del filme y por la reiterativa escena de los burgueses caminando por la carretera. Y los menos, limitaron los hallazgos al terreno de la comedia.
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Lo cierto es que hoy El discreto encanto de la burguesía no suele aparecer en los puestos destacados de las listas de las mejores películas de Buñuel, y ya en su tiempo algunos críticos rebajaron el alcance del filme. Eso no impidió que se convirtiera en el mayor éxito comercial de la carrera de un cineasta que meses antes de conquistar el Óscar, en noviembre de 1972, había sido honrado con un homenaje privado mucho más emocionante.
Mientras se encontraba en Los Ángeles para la proyección de El discreto encanto de la burguesía en el Filmex, el festival internacional de cine de la ciudad californiana, George Cukor le invitó a comer en su mansión de las colinas de Hollywood. Allí se reunieron con John Ford, Billy Wilder, Alfred Hitchcock, Robert Mulligan, William Wyler, Robert Wise, George Stevens y Rouben Mamoulin. Quizá nunca antes hubo tantos genios del cine juntos, algo inmortalizado en fotos históricas y en el libro El banquete de los genios (Península, 2013), de Manuel Hidalgo.