Según lo establecido por la teoría del auteur, Tár debería ser estudiada como una película "de" (y no solo "dirigida por") Todd Field, quien regresa a la primera línea de Hollywood años después de dejar huella con los dramas familiares de En la habitación (2001) y Juegos secretos (2006). Desde este apego a la consideración del director como máximo responsable creativo de un filme, Tár podría leerse como la consagración de Field como agudo observador de entornos sociales rígidamente codificados.
En la reciente entrega de premios del Círculo de Críticos de Nueva York, Martin Scorsese dejó clara su adhesión al autorismo elogiando a Tár con una alusión directa a su director. "Todd (Field), con esta película has logrado caminar por la cuerda floja, y lo has conseguido a través de una magistral puesta en escena, cincelada sobre un maravilloso formato panorámico en el que confluyen encuadres controlados, precisos, escarpados y peligrosos".
Con estas palabras, el director de Taxi Driver (1976) daba cuenta del carácter distanciado y a la vez envolvente del trabajo escénico de Field, quien emplea la cámara como un bisturí con el que abrir en canal al personaje ficticio de Lydia Tár, la primera mujer en ostentar el cargo de directora titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín.
La ambición estética de Field fulgura con fuerza en una memorable escena, filmada en un plano secuencia de 10 minutos, en la que Tár aprovecha una clase maestra que imparte en la Escuela Juilliard de Nueva York para posicionarse contra la cancelación de los patriarcas de la música clásica (se menciona a Bach) por razones de género o ideología.
Una secuencia provocadora en la que Field expone la naturaleza contradictoria del personaje de Tár. En la siguiente escena, alguien –quizá la propia protagonista– edita la Wikipedia para incluir el comentario de un crítico de arte que describe a Tár como "una de las estrellas de la música más importantes de nuestra era".
Hasta este punto, el presente texto ha dado cuenta de los méritos de Tár –candida al Óscar a Mejor película– desde una perspectiva autoral "clásica". ¿Pero es posible estudiar esta película fascinante e irregular sin atender a la aportación creativa de Cate Blanchett? ¿No es esta una oportunidad de oro para enarbolar una "teoría de la actriz"?
La posibilidad de reflexionar sobre la cuestión actoral aflora en la misma apertura del filme, cuando Lydia Tár sostiene que "el tiempo es la clave… El tiempo es la pieza esencial de la interpretación". La prodigiosa directora de orquesta se refiere al manejo del tempo musical, sin embargo, la afirmación bien podría entenderse como una referencia al virtuosismo de Blanchett en materia de rítmica actoral (no en vano, se hizo con el Globo de Oro a la mejor interpretación).
La actriz dota de significado cada pausa, cada aspaviento electrizante y cada uno de los fugaces ademanes con los que Tár disfraza de autoridad y pompa su velada inseguridad
Y cómo negarlo cuando la doble ganadora del Óscar por El aviador (2004) y Blue Jasmine (2013), que ahora podrían ser tres, dota de significado cada pausa, cada aspaviento electrizante y cada uno de los fugaces ademanes con los que Tár disfraza de autoridad y pompa su velada inseguridad. Tár ofrece suficientes argumentos para pensar que estamos ante una película "de" (y no solo "protagonizada por") Cate Blanchett. De hecho, es la precisión con la que la protagonista de Carol (2015) mide y ejecuta cada gesto, cada inflexión de la voz, lo que hace patente el férreo compromiso de Lydia Tár con su labor artística.
Y es el embrujo de Blanchett –fruto de una intensidad expresiva que, incluso asordinada, toma la forma de un gran espectáculo– lo que convierte en tolerable la suficiencia y altivez de la protagonista de Tár, una mujer capaz de gobernar cualquier situación, sea actuando frente a un público exigente o desplegando su poder de persuasión en la intimidad. En algunas de las largas escenas monologadas con las que se abre la película, este crítico se sintió tentado de dejar de escuchar los diálogos para contemplar, sin intermediación narrativa, la exhibición postural y atlética de la mejor actriz de su generación.
Por último, queda preguntarse cómo casan las visiones que ofrecen Field y Blanchett del personaje de Lydia Tár. Y cabe decir que, en un principio, estas dos miradas convergen en el retrato de una mujer que, en la lucha por conquistar la cima de su arte, cae en un cierto despotismo, sobre todo en las interacciones con su pareja (interpretada por la alemana Nina Hoss), su asistente personal (la francesa Noémie Merlant) y los miembros de su orquesta. Sin embargo, el cineasta y la actriz se van distanciando a medida que avanza la trama y la protagonista se descubre atrapada en una red de acusaciones y vendettas.
En esta tesitura, Blanchett se esfuerza por dotar de complejidad y humanidad a un personaje abocado al claroscuro existencial, mientras que Field se decanta por embestir contra la protagonista con un ánimo moralista, subrayando sus flaquezas de un modo flagelante. Luces y sombras de una película que, a lo largo de sus 158 minutos, cuece a fuego lento una fábula macabra empapada del espíritu contemporáneo.