Sam Fuller (dcha.) junto a Lee Marvin en el rodaje de Uno rojo: división de choque (1980)

Es el año del centenario de Sam Fuller, y mañana hará 15 años que desapareció. Cineasta crucial para el cine americano, Martin Scorsese prologó sus memorias, A Third Face (2002, Random House), aún inéditas en España, con este hermoso texto.

Se dice que si no te gustan los Rolling Stones, entonces no te gusta el rock & roll. Del mismo modo, yo pienso que si no te gustan las películas de Sam Fuller, entonces no te gusta el cine. O al menos no lo entiendes. Sí, las películas de Sam son bruscas, de aliento pulp, en ocasiones crudas. Pero eso no son defectos. Son solo reflejos de su temperamento, de su formación periodística y de su sentido de la urgencia. Sus películas son un perfecto reflejo del hombre que las hizo. Cada cuestión está subrayada, en cursivas y en negrita, y no es producto de la crudeza, sino de la pasión. Y de la ira -Fuller encontró muchas cosas en este mundo hacia las que sentir ira. Para el hombre que hizo Forty Guns (1957) o Bajos fondos (Underworld USA, 1961) o Manos peligrosas (Pickup on South Street, 1953) o Park Row (1952), no había tiempo alguno para palabras remilgadas. Hay grandes dosis de sofisticación y de sutileza en esas películas, y todo está puesto al servicio de trasladar la emoción a la pantalla. Cuando reaccionas ante un filme de Fuller, estás reaccionando ante el cine en su esencia. La moción es emoción. Las películas de Fuller nos mueven convulsa y violentamente. Como la vida cuando se vive con pasión genuina.



Nunca olvidaré la primera vez que coincidí con Sam. Fue a principios a de los años setenta, en Los Angeles, justo después de una proyección de Forty Guns que yo había organizado. Cuando la película terminó, empezamos a conversar, y no pudimos detenernos. Al llegar la hora de marcharnos, continuamos hablando mientras caminábamos hacia nuestros coches. Y cuando llegamos allí, todavía seguíamos charlando. Él empezaba a contar una historia, que le llevaba a otra historia, que a su vez le llevaba a otra historia totalmente distinta [...]. Podríamos haber conversado durante toda la noche.



Fuller era una de esas contadas personas que podía tanto relatar como hacer una gran película. La mayor parte de las personas pueden hacer una cosa o la otra, pero Sam podía hacer ambas. Recuerdo una vez en la que él y [su mujer] Christa vinieron a cenar a mi casa. Sam comenzó exponiendo una idea que tenía para una película en la que no habría nada excepto objetos, y en cómo extraer las emociones a partir de esos objetos. Fue absolutamente hipnótico. Si alguien podría haber hecho una película así, ese era Sam.



La primera película que vi de Sam Fuller también fue su primer film. Yo tenía seis años y había visto un adelanto de Balas vengadoras (I Shot Jesse James, 1949). La quería ver sólo por el título. Cuando finalmente llegó el día, recuerdo estar sentado junto a mi padre en el autobús que nos llevaba al cine. Estaba tan entusiasmado que no podía entender cómo la gente a mi alrededor podía sencillamente seguir con sus asuntos, ¿es que no se daban cuenta de que se estaba proyectando Balas vengadoras? Es un sentimiento que muchos de nosotros hemos tenido de niños, y generalmente nos sentimos decepcionados, porque las cosas que anticipas y sobre las que fantaseas cuando eres un niño raramente igualan la imagen que habías construido en tu mente. Pero esta fue una de esas ocasiones en que la película lograba sobrepasar tus expectativas. Balas vengadoras es un film sobre la traición, y va directo al corazón del asunto: cómo se siente uno al traicionar y al ser traicionado. Me impactó de veras el momento en que Jesse está tomando un baño y Frank apunta a su espalda con la pistola: ¿disparará o no disparará? Nunca he olvidado esta imagen, o muchas otras de la película. Hasta el día de hoy, la película nunca ha dejado de conmoverme.



Las películas de Sam tenían una fuerza que hacía saltar por los aires todos los clichés de cualquier tema con el que estuviera tratando. No hay emociones de saldo en sus películas. Siempre estaba intentando penetrar en lo impenetrable, bien si era un asunto tan amplio como la inhumanidad de la guerra o la injusticia del racismo, o, en un nivel más íntimo, la sed de poder o el contagio de la paranoia. En las películas de Sam, no hay distinción entre lo personal y lo político, ambos forman parte de un continuum de experiencia humana. Pienso que fue uno de los artistas más valientes y profundamente morales que el cine ha conocido. Es por eso que sus películas bélicas -Casco de acero (The Steel Helmet, 1951), A bayoneta calada (Fixed Bayonets!, 1951), Corredor hacia China (China Gate, 1957), Invasión en Birmania (Merrils's Marauders, 1962) y Uno Rojo: división de choque (The Big Red One, 1980)- son las más auténticas, las menos sentimentales y las más duras que he visto. [...]



El niño que encuentra el cuerpo de su padre en el callejón y clama venganza con el puño en Bajos fondos. El consistente plano panorámico que acompaña a Gene Evans hasta la calle mientras golpea a su adversario en Park Row. La triste, solitaria muerte del soplón de Thelma Ritter en Manos peligrosas. Son momentos de pura, cruda emoción, como nada que se ha visto en películas, creados por un artista único. He querido a Sam Fuller como cineasta, y para mí es imposible imaginar mi trabajo sin su influencia y su ejemplo. Llegué a quererle igualmente como amigo. Este magnífico libro, repleto de su pasión por la vida y por el cine, llega muy lejos en el propósito de mantener viva y sana la memoria de este hombre valioso.