Joel Edgerton y Sigourney Weaver en 'Master Gardener', de Paul Schrader

Joel Edgerton y Sigourney Weaver en 'Master Gardener', de Paul Schrader

Cine

Paul Schrader y Carla Simón nos regalan lecciones de vida y la prensa de Venecia se rinde al obvio Santiago Mitre

El director norteamericano regresa con un retrato seco, más merecedor de nuestra emoción que la nueva película del argentino. El nuevo corto de Carla Simón, una perlita acerca de la maternidad

4 septiembre, 2022 01:33

Hoy desfilaba con toda la pompa el equipo de Argentina, 1985, una película mediocre y aplaudida en exceso, ya sea por su claridad o por su obvia reivindicación de los derechos humanos. Unas horas más tarde, el Paul Schrader, genial eremita, recibía el León de Oro a la carrera, acompañado del estreno de su nueva película, un filme retrospectivo que proyecta a duras penas (confesó a Indiewire que renunció ingresar a un hospital para poder terminar de rodarla). ¡Lo celebramos!

Carla Simón también se proyectaba en pasado y en futuro con su nuevo corto, que remata un año glorioso para la catalana ganadora del Oso de Oro. Esta cuarta jornada del 79º Festival de Venecia, habrá servido para dirimir qué celebraciones son en el fondo renuncias disfrazadas y cuáles, en cambio, se disparan hacia un futuro necesario.

Mitre aburre con su emotiva Argentina, 1985

Santiago Mitre presenta a Competición Argentina, 1985, una película diseñada al milímetro para arrancar las lágrimas de la platea, pero que viene tiesa bajo la misma laca que modela el pelo de su protagonista, el eterno Ricardo Darín. Junto a él, toda la artillería del cine izquierdista argentino institucional: Peter Lanzani (El clan), Laura Paredes (La flor) y el mismo Mariano Llinás, quien firma un guion de diálogos, eso sí, brillantes.

Ricardo Darín y Peter Lanzani en 'Argentina, 1985'

Ricardo Darín y Peter Lanzani en 'Argentina, 1985'

Homenajean los esfuerzos que rindieron Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo para sentenciar a los responsables del genocidio por parte del Gobierno Militar argentino durante la dictadura. La película se viste con la energía del thriller de investigación periodística y algunos ramalazos de comedia que arrancaron risas sinceras en la sala.

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El equipo de Strassera y Ocampo encandila, pero se atora en su retrato del drama social. Durante la reconstrucción del juicio, una puesta en escena debidamente emotiva y grandilocuente subraya los testigos de quienes sobrevivieron a las torturas del régimen. Sus intervenciones, por desgracia ominosas por derecho propio, se vuelven irritantes por su absoluto conformismo a un cine conservador, que quiere entregar un producto resultón en lugar de escuchar, como toca, el horror de sus personajes.

Queda poner en tela de juicio la puesta en escena a los grandes genocidas de la historia reciente del país. A riesgo de malinterpretar o de caer en la condescendencia, prefiero simplemente pedir siempre más. Más cine, más riesgo, más.

Schrader poda sus jardines en la grandísima Master Gardener

Master Gardener (2022) da cierre a su “trilogía bressoniana”, precedida por El reverendo (2017) y El contador de cartas (2021). Como en las dos anteriores, Paul Schrader moviliza a un eremita que pasea día tras día sobre un mundo que ha diseñado con pulcritud y que, noche tras noche, traslada a las páginas de un diario íntimo. Él es Joel Edgerton, un jardinero que ha encontrado en el diálogo con los ritmos y las formas de la naturaleza, relativas y siempre cambiantes, la posibilidad de alejarse de un pasado oscuro.

Lejos de la redención como paso previo a la muerte, la película ofrece un arco generoso, repleto de personajes buenos y detestables, para este eremita solitario. Incluso abrirá las puertas a la familia, cerradas desde el final de El contador de cartas y que aquí llegan con el afecto del jardinero por su aprendiz (Quintessa Swindell) y su empleadora, una altiva Sigourney Weaver. De hecho, Master Gardener podría actuar como el anverso diurno de aquella segunda entrega, mucho más seca y desconsolada.

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La nueva película de Paul Schrader, que bien podría ser la última, es una tremenda lección de vida. Delinea un camino posible en este mundo que, con el debido tiempo y cuidado, puede cambiar tanto como la gente que lo habita. Calvinista en su máximo esplendor, el cineasta nos emociona profundamente a base de esperanza, pero de aquella con pies en el suelo.

La preciosa carta íntima de Carla Simón, madre e hija

Carla Simón (Verano 1993, Alcarràs) presentaba nuevo cortometraje en las Giornate degli Autori, enmarcado en el programa de Women in Tales, escaparate reluciente de piezas dirigidas por autoras recién consagradas. Carta a mi madre para mi hijo se construye como misiva íntima de la cineasta a su primer hijo, recién nacido.

Ángela Molina en 'Carta a mi madre para mi hijo', de Carla Simón

Ángela Molina en 'Carta a mi madre para mi hijo', de Carla Simón

Simón rueda sobre un precioso analógico y con la intuición por bandera, en una cinta atravesada de igual forma por la alegría y por la duda, por la vida que llega y por el tiempo que la va a arrastrar.

Desnuda, la directora ensaya con la cámara cómo se ve un embarazo avanzado. Ante el vértigo, aprende de sus mayores aquellas canciones populares que, aun sin quererlo, esconden grandes verdades. Luego, como lo suyo es el cine, dibuja un cuento para el niño: se trata de una parábola de aprendizaje vital protagonizada por su madre, desde niña (sus tres versiones son encarnadas por Ainet Jounou, Cecilia Gómez y Angela Molina).

Firma la misiva una Carla Simón a la que abrazamos como un personaje más dentro de su narrativa íntima; una cineasta que se explica con toda la honestidad que el buen cine permite.