¿Merece la pena seguir escribiendo sobre las películas de Marvel? Poco se puede aportar ya sobre una fórmula que lleva años sin apenas variaciones, artísticamente agotada -sobre todo, desde el estreno de Vengadores: End Game (Anthony y Joe Russo, 2019)- pero exitosísima comercialmente. Sin ir más lejos, Spider-Man: No Way Home ha batido el récord de venta anticipada de entradas en España, por lo que es más que previsible que se convertirá en el gran taquillazo de estas Navidades y que poco importará lo que diga la crítica al respecto. Por otro lado, cada vez son más los directores de prestigio que se posicionan sin tapujos en contra de estos productos, los últimos Denis Villeneuve, Ridley Scott y Jane Campion.
Desde que arrancara la denominada Fase 4, Marvel ha ido dando tumbos. Tanto Viuda negra (Cate Shortland) como Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos (Destin Daniel Cretton) y Eternals (Chloé Zhao), estrenadas en este 2021, parecen que se han desarrollado con el piloto automático puesto y sus personajes no han logrado alcanzar el carisma que sí tenían el Iron Man de Robert Downey Jr. o el Capitán América de Chris Evans. Además, ni siquiera otorgándoles la silla del director a cineastas tan alejados del blockbuster como Destin Daniel Cretton o Chloé Zhao han logrado insuflar nuevos aires a la saga. La dichosa fórmula fagocita a quién se ponga delante. Quizá son las series estrenadas en Disney+, que también pertenecen al canon, las únicas que están ofreciendo algo un poco más fresco, como es el caso de Wandavision o What if…?.
Spider-Man: No Way Home es, no obstante, la más divertida y emocionante entrega de Marvel de este 2021, pero se queda bastante lejos de ser una película redonda. Tom Holland sigue funcionando a la perfección como Spider-Man juvenil, con una impagable vis cómica, y la película cuenta con un gran arranque que conecta directamente con Spider-Man: Lejos de casa (Jon Watts, 2019). El superhéroe ha sido desenmascarado y todo el planeta se entera de que es Peter Parker quien lanza las telarañas, dando lugar la película a una inesperada reflexión sobre la fama. El protagonista tiene en estos primeros compases que tratar de aunar a la luz pública su vida como adolescente a las puertas de la madurez y su labor como Vengador, y es al auscultar esa imposibilidad donde siempre han triunfado los que se han acercado al personaje.
Parker, agobiado por cómo está afectando su fama a sus seres queridos, recurrirá al Doctor Strange de Benedict Cumberbatch para que intente resolver el entuerto con un conjuro. Sin embargo, todo sale mal y empezarán a aparecer villanos de otros universos -en concreto, de las tres películas de Sam Raimi y de las dos de Marc Webb como el Dr. Octopus de Alfred Molina o el Electro de Jaime Foxx- que pondrán en aprietos al héroe. Poco más se puede decir sobre una trama que ha hecho correr ríos de tinta sobre la posible presencia de los anteriores Spider-Man en la película, Tobey McGuire y Andrew Garfield, convirtiendo al dichoso spoiler en el verdadero leitmotiv del filme. Lo cierto es que Doctor Strange ha abierto la puerta del multiverso y todo es posible a partir de ahora en la saga.
Aunque la estrategia de Marvel, más comercial que narrativa, es atrevida, audaz e irresistible para el fandom, la sensación es que algo falta para conseguir la cuadratura del círculo. Y es que no es lo mismo Sam Raimi que Jon Watts y parece que el tono de Marvel no le sienta del todo bien a según que personaje. La película, que, eso sí, tiene algunas set-pieces maravillosas -como la de la persecución en la dimensión espejo-, sufre algún que otro bajón de ritmo y sus dos horas y media acaban pesando demasiado. El clímax es la acostumbrada ensalada de efectos CGI, pero también consigue emocionar llevando al personaje hacía una madurez que veremos cómo le siente en los próximos capítulos. Parece que Tom Holland ha firmado para otras tres películas. Hay Spider-Man para rato.