Aki Kaurismäki

El excéntrico director finlandés, como sucede en su cine, es capaz de convertir lo cotidiano en poesía surrealista. Así ha ocurrido a su paso por Madrid para recibir la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes. "Este planeta nunca ha tenido tantos sociópatas y psicópatas en el poder", asegura.

"Estamos seguros de que Aki Kaurismäki está en Madrid y llegará en cualquier momento". Escuchamos esta frase, o una similar, de boca del personal del Círculo de Bellas de Artes dos veces en el día de ayer, ya que El Cultural tenía doble cita con el director finlandés. La primera de ellas, por la mañana, para asistir a la entrega de la Medalla de Oro que le otorgaba la institución cultural madrileña. La segunda, por la tarde, para entrevistar al autor de La chica de la fábrica de cerillas (1990).



Kaurismäki (Orimattila, Finlandia, 1957) está citado a las 12 del mediodía en el Cine Estudio del CBA, pero a las 12:25 todavía no ha aparecido por allí. Su fama de excéntrico e informal le precede hasta el punto de que los organizadores han decidido que el acto se celebre por la mañana cuando lo habitual es que la entrega de sus medallas de oro tenga lugar por la tarde. Ya se sabe que a lo largo de todo un día hay muchas maneras de perderse por la capital, más aún si uno es un consumado aficionado a los placeres mundanos, como es el caso del finlandés.



Finalmente Kaurismäki aparece con media hora de retraso, y de buen humor. Lo primero que hace es darle una buena calada a su cigarrillo electrónico delante de los fotógrafos, que reciben la ocurrencia con destellos de flashes. Después se sienta en una butaca para ver la proyección de algunos fragmentos de sus películas, obras como El hombre sin pasado (2002) o Juha (1999), que lo han convertido en una de las figuras más importantes del cine europeo de los últimos 40 años, siempre atento a los sueños y a las pesadillas de la clase trabajadora y de los marginados de la sociedad. De alguna manera, su corpus fílmico funciona como una crónica del descalabro europeo y para ello nunca ha tenido que recurrir al sentimentalismo, a las justificaciones psicologistas, a las sobreexplicaciones… Su narrativa visual nunca se detiene, suma sin caer en la redundancia.



Tanto Kaurismäki como su cine son sencillos, austeros y silenciosos y tanto el autor como su obra son capaces de convertir lo cotidiano en poesía surrealista. La primera persona en darse cuenta de esto es la sufrida intérprete. Kaurismäki, que reside en Portugal, arranca la rueda de prensa posterior a la entrega de la preciada distinción en el idioma de nuestro país vecino para mostrar su fastidio por tener que expresarse en una lengua "impostada e imperialista" como el inglés. Los asistentes le animan a que continúe en portugués, y una persona le espeta que lo haga en finlandés. Y Kaurismaki acepta el envite y suelta una larga parrafada en su lengua materna ante la cara de circunstancias de la traductora, que le pide que vuelva al inglés. A lo largo del encuentro con la prensa, esta luchará por descubrir en qué momento lanzarse a interpretar. Es complicado saber si el cineasta se encuentra en una pausa o en un punto y aparte. Su discurso está salpicado por infinidad de silencios.



"El planeta está en las peores manos posibles", critica Kaurismäki al inicio de su intervención. "Todo el poder está en manos del capital, en manos de idiotas. Pero esta no es razón para renunciar y rendirnos, la esperanza mueve montañas. Y si se acaba la esperanza siempre podemos buscar un bar. Por cierto, ¿dónde está el más cercano?". El discurso de Kaurismäki se mueve entre la más pura misantropía, la ironía, la rabia y cierto candor, una mezcla difícilmente resistible, como demuestra la entrega del público a sus chanzas. "Es importante encontrar un bar que nos fíe y nunca volver al mismo", remata en español antes de lanzarse a una defensa del humor. "La vida humana tiene que transmitirse con humor. Yo cometí el error de rodar sin humor mi primera película, una versión de Crimen y castigo (1983). Es una película que no debería ver nadie nunca".



Durante la rueda de prensa rememora cómo descubrió el surrealismo: "Con 16 años vivía en un pequeño pueblo en el centro de Finlandia. Yo había leído cosas sobre el surrealismo y sabía que me iba a encantar. Abrieron un Cine Fórum y vi que iban a proyectar La edad de oro (1930), de Buñuel. Llegué tarde al cine y entré y no entendí nada, porque no se parecía lo que veía en pantalla con lo que imaginaba que sería el surrealismo, aunque era una película fantástica. Cuando acabó, me di cuenta de que era un programa doble y que lo que había visto era Nanuk, el esquimal (1922), de Robert Flaherty. Después empezó La edad de oro y ya sí reconocí lo que debía ser el surrealismo. Pese al equívoco, fue una lección de cine magnifica porque, entre el realismo de Nanuk, el esquimal y el surrealismo de La edad de oro está todo el espectro cinematográfico. Sin embargo, sigo llegando tarde a todos los sitios".



La última y magistral película de Kaurismäki, El otro lado de la esperanza -la segunda mejor película de 2017 para los críticos de El Cultural-, es la segunda parte de una trilogía sobre el drama de los refugiados. En ella, seguimos a un emigrante sirio que trata de iniciar una nueva vida en Helsinki. "El drama de los refugiados solo está empezando", asegura el cineasta. "Es una gran vergüenza para Europa. De pequeño yo imaginaba que Europa era un lugar seguro, democrático y humano. En el mundo moderno teníamos la idea de que nos podíamos fiar de Europa, pero esto se ha acabado. En los últimos siete años las superpotencias tienen que probar sus armas para seguir amenazándonos a todos y las utilizan para bombardear mercados y hospitales. Es una vergüenza. Este planeta nunca ha tenido tantos sociópatas y psicópatas en el poder. Eisenhower decía que hay que evitar que se unan la industria armamentística y el capital y eso es exactamente lo que tenemos hoy en día. Putin ha dicho que Rusia ha probado sus nuevas armas en Siria y que funcionan muy bien, aunque para ello haya masacrado a la población siria".



Y continúa: "El principal problema es el Consejo de Seguridad de la ONU y el poder de veto de EE UU. El resto no son más que payasos. El 90% de la población lo único que quiere es vivir, plantar su huerto, criar a sus hijos... El 10% restante son los psicópatas que detentan el poder. El complejo militar industrial nos domina a todos y es una pena que los americanos hayan perdido la costumbre de matar a sus presidentes, ahora que son un desastre. Pero la Unión Europea también tiene la culpa por centrarse en el dinero, y por cerrar la puerta a los refugiados, dejando que Siria se convierta en un campo de concentración. Hay que hacer una revolución y echar a China, Rusia y EE UU del Consejo y que el resto tome las decisiones y deje claro que hasta aquí ha llegado la guerra. En cuanto tengamos la tecnología para enviar en cohetes a ese 10% de poderosos a Marte, yo estaré encantado de pagar el billete. Pero solo de ida".



Y, para cerrar el acto de la entrega de la Medalla de Oro, Kaurismäki ha asegurado que completará la trilogía que arrancó con El Havre (2011). "Yo puedo dejar al cine, pero el cine no me deja a mí. Así que haré una película más para llegar a 20, ya que 19 no es ni siquiera un número. A parte de esto, una trilogía de dos películas no tiene sentido".



La generosidad escandinava

A las 18 horas volvemos al CBA donde el Kaurismäki nos va conceder media hora de entrevista, que después de lo presenciado en la rueda de prensa se antoja bastante poco tiempo. Como era de esperar el director llega 15 minutos tarde, y algo menos fresco que esta mañana. Entra en la majestuosa sala de juntas de la tercera planta del edificio de la institución madrileña, con un ventanal que da a la Gran Vía por el que entra la añorada luz primaveral. Por supuesto, no es consciente de que el tiempo que se ha demorado no lo vamos a recuperar, ya que tiene la agenda cargada, y se muestra reacio a contestar mientras no llegue la copa de vino que le ha encargado a algún miembro del staff del CBA.



Pregunta.- Michael Haneke, Theo Angelopoulos, Manoel de Oliveira y Luis Buñuel han recibido la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes antes que usted. ¿Qué le parece entrar a formar parte de este selecto club de directores europeos?

Respuesta.- Es horrible. No merezco estar en la compañía de Buñuel.Y Heineken es una cerveza.



P.- Haneke, Michael Haneke. El director austriaco...

R.- Es una broma.



Esto último lo dice esbozando una amplia sonrisa. Por momentos parece un enorme niño travieso. A lo largo de la conversación continúan los largos silencios en mitad de sus respuestas. No para de jugar con el cigarrillo electrónico, y en un momento dado lo carga en una operación más compleja de lo esperado.



P.- ¿En qué piensa cuando le notifican que va a recibir un premio como este a toda su obra? ¿Siente orgullo, alegría, quizás cierta melancolía por el pasado?

R.- Estoy esperando a mi vino para contestar. [Tras una larga pausa en la que el vino no llega, se lanza a responder]. No tengo una gran opinión de mí mismo y por eso no pienso mucho en mí. Sin embargo la concesión de la Medalla de Oro es un gran honor porque conozco la historia del CBA. Estoy en una compañía muy prestigiosa. No me hizo llorar, porque no soy muy de premios. Pero me alegro de que me lo entreguen a mí y no a algún amateur. Pero sí que quería venir a Madrid para ver los edificios y disfrutar de la comida.



En ese momento entra una camarera, procedente de la cafetería, con una cubitera llena de hielo y una botella de vino. "Ya podemos dejar de hablar", bromea Kaurismäki.



P.- Hace unos días se publicaba la noticia de que Finlandia es el país más feliz del mundo, según el Informe Anual de la Felicidad de la ONU.

R.- ¡Qué ironía! [De repente cambia de idioma y responde en portugués esta y la siguiente pregunta. Después vuelve al inglés].



P.- ¿No cree que es el momento de regresar a país y abandonar su refugio portugués?

R.- Hay que entender que todos los criterios del estudio eran económicos. Nadie es feliz en Finlandia. Nadie sonríe en la sociedad finlandesa. Antes eran algo más felices, pero ni siquiera entonces la gente sonreía. No hay hábito. La gente se ríe a veces a carcajadas, pero no sonríe. Nos reímos en las bodas y en los entierros.



P.- Uno de los parámetros de ese estudio hace referencia a la calidad de vida de los inmigrantes. ¿Cree que es mejor la situación de los inmigrantes en su país que en el resto de Europa?

R.- Ahora no, porque no dejan que nadie entre en el país. Cuando 30.000 refugiados llegaron en 2015 dejaron entrar a muchos y les dieron permiso de residencia. Pero ahora no le conceden la entrada al 80 %, o incluso al 90 %, de las personas que la solicitan. Ni siquiera a los sirios. Además están separando a las familias, lo que para mí es un crimen de guerra. Por ejemplo, le dan permiso de residencia a un hombre, pero no a su mujer y a su hijo. Eso está más allá de cualquier tipo de lógica. Todos los países tienen gobiernos miserables, pero el que tiene Finlandia ahora es el peor que se ha visto nunca en un país nórdico.



P.- ¿Dónde quedó la famosa generosidad de su país?

R.- Por ejemplo, hace un mes, un policía de Irak tuvo que escaparse del país porque le amenazaron a él y a su familia. Llegaron por casualidad a Finlandia y pasado un tiempo él tuvo que regresar a Irak y a los dos días le dispararon. Y todo porque era un policía honesto al que no habían sido capaces de corromper. Finlandia se hace vieja. La población ha envejecido y apenas hay niños y jóvenes. Y los pocos jóvenes que hay se van, y yo si fuera joven también me iría. Y la gente está preocupada porque no saben quién va a cuidar de ellos, pero al mismo tiempo no dejan que nadie entre en el país. Y hay afganos y hay sirios e iraquíes que estarían encantados de trabajar allí, pero no les dejan. Pasan un año en un centro de refugiados y luego los mandan a su país donde o los matan o vuelven a intentarlo, Y están dispuestos a trabajar en cualquier cosa. Si alguien era un profesor en la Universidad de Damasco la máxima posibilidad de trabajo en Finlandia es la de conductor de autobús, y eso si tuviera carnet. En el país más feliz del mundo según el índice de Naciones Unidas no hay nadie feliz. En un paseo en Madrid he visto a la gente mucho más feliz.



P.- ¿Se alegra de haber dedicado su vida al cine?

R.- Según la opinión del público, creo que no debería estarlo. Pero siempre fui demasiado perezoso para dedicarme a algo honesto.



P.- Lo que no ha perdido es el humor…

R.- Sin el humor yo no estaría aquí. El público lo necesita para no aburrirse, e incluso una historia muy triste tiene que tener humor. Si no es una tortura. O peor todavía: arte. Nada es más aburrido que una película artística sin sentido del humor.



P.- Muchos afirman que mientras en Europa ha crecido la xenofobia y los muros frente al exterior su cine se ha hecho más amable y esperanzado…

R.- Desde que me hago viejo me he vuelto más blando. Además el cine se ha desplomado tanto a nivel humano como a nivel artístico. Ya no se hacen películas importantes y yo me veo incapaz de aportar nada nuevo porque no tengo el talento necesario. Pero el público tampoco aguanta ya las cosas duras más allá de los disparos y la violencia del cine yanki. En los viejos tiempos, cuando Hollywood aún existía, un asesinato era suficiente. Y además nunca aparecía en la película. Durante todo el metraje la policía estaba intentando resolverlo y era lo más emocionante del mundo. Con un solo crimen motivaban la película entera y ahora enciendes la televisión y están disparando todo el rato.



P.- Pues no tenemos más tiempo, Mr. Kaurismäki. ¡Gracias!

R.- Sí, hombre, al menos bébete una copa de vino conmigo. ¡Un copín! [Esto último lo dice en español, pero nuestro tiempo con Kaurismäki, lamentablemente, se ha acabado].



@JavierYusteTosi