Máxima La isla mínima
Alberto Rodríguez levanta su Goya por La isla mínima
La película de Alberto Rodríguez era la gran favorita en las quinielas y se ha llevado 10 de galardones. El Niño se hace cuatro premios en una noche en la que Magical Girl ha sido la gran perdedora.
También el Goya para su director Alberto Rodríguez supone la coronación a una de las trayectorias más sobresalientes del cine español de los últimos quince años. El cine de Rodríguez siempre ha sabido conjugar su apega a la realidad con los placeres del género y la narrativa, nos ha sabido contar una historia que nos descubre resortes ocultos de la realidad y al mismo tiempo nos divierte y nos cuenta una historia que nos deja con el corazón del revés. Su primer filme en solitario, El traje (2002) es una inteligente parodia de los mecanismos clasistas; 7 vírgenes (2005) es cine social de la máxima calidad y un profundo retrato de la amistad y la fragilidad humana mientras After (2009), quizá un tanto excesiva, es un viaje al confín del subconsciente. La isla mínima es su mejor película, en la que demuestra mayor pulso narrativo, y donde proyecta su dominio narrativo y su indagación en las pulsiones sociales con mayor sabiduría. Y lo mejor con Rodríguez da la impresión de estar por llegar.
Relatos salvajes es probablemente una obra maestra. Ya es un éxito mundial y su ácido retrato de las contradicciones de nuestro enloquecido mundo son ya un clásico. El premio a la mejor película iberoamericana para el filme de Damián Szifrón, honra una obra de una inteligencia incisiva. Magical Girl es la gran perdedora de una noche de la gran triunfadora de todo un año.
El exceso de alegría puede ser tan malo como el exceso de penuria y los Goya han pecado de una duración excesiva que ni siquiera la gracia de Dani Rovira, que la tiene, ha podido paliar. En esta vida, hay que ser comedido en la euforia y en la depresión. Vaya esto por el eterno discurso del señor Enrique González Macho. El momento más emotivo, sin duda, ha sido el premio para Antonio Banderas, ese actor que puso a España en el mapa y abrió caminos que jamás soñamos que pudiéramos transitar. Su discurso, sentido y bien pensado, ha sido un homenaje a la cultura y a la creatividad que han construido nuestro país a pesar de esas adversidades, quizá de forma injusta, por ese señor Wert sobre el que la sombra de Montoro planea ominosa.
¡Qué maravillosa actriz es Babara Lennie y cuanta verdad aporta a esa ama de casa con una doble vida! Javier Gutiérrez capta con sensacional sensibilidad las contradicciones de ese malo que una vez fuimos todos nosotros. La vida es injusta y Raúl Arévalo parece estar condenado a perder una competición absurda porque su trabajo merece también todos los honores. Mortadelo y Filemón, por motivos que desconozco, no ha tenido ni el éxito de taquilla ni el reconocimiento que la maravillosa creatividad de sus imágenes ofrecen. Por tanto, ha sido una cuestión de justicia poética estos dos premios (mejor película de animación y guion adaptado). Háganme caso y vayan corriendo a verla porque les deslumbrarán sus efervescentes imágenes.
Lo más curioso y quizás lo más terrible del asunto, aunque desde luego también lo mejor, ha sido la cantidad de talento que se ha quedado sin premio. Este ha sido un año en el que realmente no ha ganado lo que podía ganar o ya no digamos lo que merecía, sino lo que simplemente ha ganado. Ahí están películas como Hermosa juventud, de Jaime Rosales, Historia de la meva mort de Albert Serra o incluso El Niño, que en años más flojos o incluso más normales, hubieran sido dignas merecedoras. El tiempo de celebración del cine español ha logrado la calidad y un nivel de excelencia insospechado. La gala quería apostar por el futuro hablándonos de futuros proyectos y serán estas nuevas películas las que corroboren y nos muestren que por fin podemos decir: Sabemos hacer películas.