Un caso de resurrección
por Manuel Hidalgo
11 diciembre, 2008 01:00Angelina Jolie brilla en 'El intercambio'
El caso de Clint Eastwood es uno de los más extraños y singulares de la historia del cine. No es fácil encontrar otro nombre que haya sido tan vituperado y denigrado durante cerca de veinte años y que, después, haya sido tan elogiado y encumbrado durante más de treinta.Nadie hubiera pensado que aquel individuo que recolectaba como actor los improperios más despiadados -soso, inexpresivo, facha- pudiera redimirse -o ser redimido- a continuación como director, productor y también actor, hasta el punto de ser ensalzado por la misma crítica que antes lo había pisoteado -y, desde luego, por otra nueva que llegó- y de ser tomado poco menos que como paradigma del cine de autor independiente. Ha sucedido el mismo fenómeno con varios actores -de Sean Connery a nuestro Alfredo Landa, por ejemplo-, pero no con un intérprete reciclado en director de larga trayectoria, fenómeno de por sí harto infrecuente.
El milagro se obró básicamente en 1985, cuando Eastwood presentó en Cannes El jinete pálido, su ya undécima película como director, y la subida del nuevo santo a los altares se materializó, siete años después, gracias a Sin perdón, no sin antes mediar una prueba contundente de su bondad: Bird (1988).
Eastwood, hombre agradecido, dedicó Sin perdón "a Sergio y Don", es decir, a Sergio Leone y Don Siegel, los cineastas que le habían dado todo con la trilogía del "spaghetti-western" almeriense y con el repetido policía fascistoide -entonces se hablaba así- Harry Callahan. Pero esos mismos cineastas -muy buenos, en varias ocasiones-, que le habían dado la fama y la popularidad, eran -parecían ser- los que le habían quitado el prestigio y el buen nombre.
Pues no. El buen nombre y el prestigio de Clint Eastwood no han hecho sino crecer y crecer en los últimos quince años con películas que no pocos identificarán, por esto o por aquello, como sus preferidas de las últimas décadas: Un mundo perfecto (1993), Los puentes de Madison (1995), Mystic River (2003), Million Dollar Baby (2004) y el díptico de la Guerra de Corea, Banderas de nuestros padres y Cartas de Iwo Jima (2005).
Descreo de varias de ellas -ante un muro, casi nadie me presta atención- y me entrego a la ecuanimidad positiva para aplaudir Medianoche en el jardín del bien y del mal (1997). La nueva, con niño otra vez, vuelve a oler a melodrama y sentimentalidad desbocados, pero, en fin, habrá que verla.