4 meses, 3 semanas y 2 días
Director: Cristian Mungiu
24 enero, 2008 01:00Ana Maria Marinca, protagonista del filme
Algo se mueve en el paisaje cinematográfico de Rumanía. Desde que en 2005 La muerte del señor Lazarescu (Cristi Puiu) llamara poderosamente la atención en el circuito de los festivales internacionales, las ficciones procedentes de la antigua dictadura de Ceaucescu no sólo consiguen atraer la atención de la crítica y de numerosos certámenes, sino que logran llegar a estrenarse, incluso, en las siempre perezosas pantallas españolas. En mayo del año pasado ese "nuevo cine rumano" presentaba sus credenciales entre nosotros con 12:08 Al este de Bucarest (Corneliu Porumboiu, 2006), ganadora de la Cámara de Oro a la mejor ópera prima en el Festival de Cannes, donde, al año siguiente, el cine rumano acaba conquistando la Palma de Oro con 4 meses, 3 semanas, 2 días (Cristian Mungiu). Aparece y se consagra así un filme cuya trayectoria posterior no ha hecho más que consolidar su primera gran conquista, puesto que la Academia Europea del Cine y la prestigiosa revista británica Sight and Sound (tras una votación de setenta críticos de todo el mundo) lo han considerado como el mejor filme de 2007.Y ¿qué es lo que lleva dentro esta obra áspera y amarga, despojada de toda retórica melodramática, habitada por imágenes poco complacientes, de textura rugosa y colores apagados, protagonizada por personajes poco atractivos y situada en ambientes deprimentes, cuando no insoportablemente perturbadores, como para que haya concitado semejante consenso? La respuesta no es fácil, pero intentar responder a este interrogante nos ayuda a entender algunos de los caminos que recorre el cine europeo. Caminos que nos confrontan, en primer lugar, con la necesidad de levantar acta de una realidad doliente, de las heridas que sangran con mayor desgarro en el patio trasero de la confiada y consumista Europa, pero también con formas expresivas autoexigentes y rigurosas, ajenas al rutinario y quejumbroso sociologismo instrumental de algunos de los viejos modelos narrativos utilizados hasta ahora por el cine realista.
Para entendernos: estamos aquí ante una propuesta que se reclama del realismo, pero que no hace ni una sola concesión. El retrato que Cristian Mungiu nos propone de la Rumanía de 1987 rechaza todo pintoresquismo costumbrista, renuncia a la música no diegética, concentra la acción en el transcurso de unas pocas horas, constriñe el punto de vista narrativo al itinerario personal de un único personaje (inolvidable ana maria Marinca en su composición de Otilia), elimina todo trazo ornamental y elude toda ganga psicologista. Escrupulosamente física y conductista, la película filma en largos y mantenidos planos-secuencia la particular bajada a los infiernos de dos jóvenes rumanas enfrentadas a una traumática experiencia que las dejará vacías. Planos que respetan fielmente la cronología real de la acción registrada y que coagulan, en el tiempo y en el espacio, la metáfora que se desprende de la representación.
El tiempo es esa "época de infortunio en la que la gente vivía como si los tiempos fueran normales" (como cuenta Mungiu en Cahiers du cinéma España) y el espacio es aquella Rumanía que parecía vivir al margen de la Historia, sumida en la oscuridad de una dictadura sórdida que sólo podía ofrecer respuestas abyectas a las necesidades más urgentes o comprometidas de sus ciudadanos. Tiempo de miseria moral y de venalidad generalizada, espacio de ocultación y de falsas apariencias, aquella Rumanía es la que verdaderamente emerge como imagen resonante de una película que no necesita esquematizar su dramaturgia ni estereotipar a sus personajes para que su estilizado y formalizado realismo engendre con naturalidad una poderosa y expresiva metáfora.La seca y contundente depuración formal de la propuesta no es aquí ejercicio de estilo ni exhibición esteticista. Es la expresión visual (como la piel de la carne a la que recubre) de una mirada profundamente moral en su manera de contemplar los hechos y de una puesta en escena coherente con la naturaleza de aquéllos. De esta organicidad compacta, capaz de narrar y connotar simultáneamente sin resabio moralizante alguno, sin subrayados enfáticos ni muletillas explicativas, sin obviedades ni servidumbres historiográficas, nace el doloroso puñetazo en el estómago y en la conciencia que propina un filme llamado a señalar un punto de inflexión en el cine de los países del este tras la caída del muro de Berlín. Una fulgurante paradoja debería llamar adicionalmente la atención. Por la expresa datación de la historia que narra, 4 meses, 3 semanas, 2 días es en rigor una propuesta de cine histórico, una reconstrucción de época, pero resulta que sus imágenes destilan una densa y punzante sensación de presente. Esta dimensión "rosselliniana" de la película nos descubre no sólo una de sus facetas más interesantes y singulares, sino que abre la puerta a una aviesa, pero sugerente lectura potencial. Cabe preguntarse, en definitiva, si acaso no se nos propone, simultáneamente, una crónica histórica y un retrato contemporáneo, un exorcismo del pasado y una radiografía del presente. Un sugerente desafío para pensar con calma.