Estaba viendo un telediario el pasado 13 de mayo cuando la locutora avanzó que era inminente que se hiciera pública una “noticia histórica” en el campo de la ciencia. Naturalmente, aquello suscitó mi interés ¿Qué podría ser? Durante el mismo telediario llegó la respuesta: acababa de notificarse que se había conseguido obtener una imagen del agujero negro que se encuentra en el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea. La comunicación estuvo muy bien orquestada; por lo que sé, al menos se convocaron siete conferencias de prensa, incluida una en Madrid.
¿No será el destino final de la Vía Láctea, y el de todas las galaxias, ser engullida por sus correspondientes pozos cósmicos?
En la celebrada en Garching (Alemania), Sara Issaoun, la astrofísica, manifestó que “hoy, en este momento, tenemos evidencia directa de que este objeto es un agujero negro”. “Evidencia directa”, sí, pero en el fondo lo de “directa” es relativo. No creo que experto alguno tuviese dudas anteriormente de que en el centro de la Vía Láctea existiese un agujero negro supermasivo.
El 26 de abril de 2019, cuando dediqué este artículo semanal a la fotografía que se acababa de mostrar del agujero negro M87*, situado en el centro de la galaxia Messier 87, de la que nos separan 55 millones de años-luz, ya escribí que corrían rumores, que trascendieron a la prensa, de que también se iba a presentar una fotografía de Sagitario A*.
Incluso la muy prudente Real Academia Sueca de Ciencias decidió otorgar la mitad del Premio Nobel de Física, correspondiente a 2020, a Reinhard Genzel y Andrea Ghez “por el descubrimiento de un objeto compacto supermasivo en el centro de nuestra galaxia”. Semejante familiaridad con la existencia de Sagitario A* se reconocía también en uno de los seis artículos dedicados a explicar los detalles de la fotografía de este agujero negro, publicados en un número especial de Astrophysical Journal Letters: “Presentamos –anuncia– la primera imagen del agujero negro del Centro Galáctico: Sagitario A*.
Identificado hace casi 50 años es el candidato a agujero negro supermasivo más cercano, está entre los objetos astrofísicos más estudiados”. Si no se había obtenido una fotografía de este agujero negro en abril de 2019 es porque la tarea era mucho más compleja que la del de M87*. No es lo mismo hacer observaciones de una galaxia alejada de la nuestra, que mirar hacia el centro de ésta, ya que en este caso las observaciones se ven obstaculizadas por la materia estelar que nos separa de ese centro, alejado de nosotros 26.000 años-luz.
Ha sido necesario combinar imágenes de ocho radio-observatorios, distribuidos a lo largo del globo terrestre (uno de ellos en el Pico Veleta de Sierra Nevada). La fotografía ahora obtenida constituye, sin duda, un logro científico-técnico extraordinario; permite deducir que la masa de este agujero negro es cuatro millones de veces la del Sol, y que su diámetro es de 44 millones de kilómetros.
Una monstruosidad que sugiere todo tipo de reflexiones. Dada la capacidad de atracción gravitacional de un objeto tan masivo como Sagitario A*, ¿no será el destino final de la Vía Láctea, y el de posiblemente todas las galaxias, el ser engullidas por sus correspondientes misteriosos pozos cósmicos? Y, claro, ¿a dónde “cae” la materia atrapada? Habida cuenta de que ya no pueden quedar dudas de la existencia de los agujeros negros, si hay preguntas fundamentales en la física y cosmología, esta es una de ellas.
Es seguro que en tal respuesta tendrá que intervenir la física cuántica, ya que en el interior del agujero negro las distancias involucradas terminan perteneciendo a la escala de los fenómenos cuánticos, pero aun así nuestra mente se desorienta ante semejante hecho. “En nuestra imaginación –escribieron Heino Falcke y Jörg Römer en un libro centrado en la fotografía de M87*, aunque también aludían a Sagitario A*, La luz en la oscuridad (Debate, 2021)– los agujeros negros simbolizan la nada devoradora, un límite en el que cesa toda vida y toda comprensión, la visión de las puertas del infierno”.
¿Acaso serán vías de comunicación con los otros universos en cuya existencia creen cada vez más científicos? O si abandonamos la un tanto local perspectiva galáctica y pensamos en el conjunto del Universo, ¿no podría ser su final un ultra-mega-agujero negro? Al fin y al cabo, en el fondo no es una idea demasiado diferente a la del origen del Universo en un no menos misterioso Big Bang.
Pero quiero volver al anuncio del 13 de mayo. Aceptando que la noticia es importante, el hecho de que no sea sorprendente induce a algunas reflexiones. Por un lado, el aspecto publicitario: crecientemente, los científicos, especialmente los involucrados en grandes estudios (la denominada Big Science) –y la colaboración internacional en el proyectoTelescopio Horizonte de Sucesos, generador de la fotografía, lo es– , necesitan resaltar los resultados que obtienen, hacer que tengan la mayor relevancia social posible, algo no demasiado difícil habida cuenta del ansia de noticias espectaculares que tienen los medios de comunicación.
Esta técnica comunicativa –y publicitaria– se ha utilizado varias veces en los últimos tiempos: hace ahora precisamente diez años para anunciar que se había encontrado el bosón de Higgs, pieza esencial para el denominado Modelo Estándar en la física de altas energías; en febrero de 2016 para presentar la primera detección de ondas gravitacionales, y para presentar la citada fotografía de M87*. En los tres casos, se trataba de indudables novedades. Pero el anuncio de la fotografía de Sagitario A* no posee esa propiedad de novedad: utiliza una técnica ya existente y confirma algo bien sabido.
En cierto sentido, se podría decir que la relevancia que se le está otorgando se ajusta al actual espíritu del tiempo, en el que las imágenes han adquirido una presencia abrumadora. Acaso el viejo refrán español, “Ojos que no ven, corazón que no siente” –entendiendo por “corazón” la capacidad de “visualizar” intelectualmente–, valga ya también para la ciencia. Aunque tal vez la razón última de esta nueva celebración de la fotografía de un agujero negro es lo que decían Falcke y Römer en su libro: “Ni el bosón de Higgs, ni las ondas gravitatorias habían desencadenado las emociones que la fotografía de M87*”. Ahora se repite la historia, reforzada porque se trata del agujero negro central de nuestra “casa”, la Vía Láctea.