Museo de Ciencias Naturales. Temperatura 23 ºC. Humedad: 62 %. Es junio, pero en el exterior cae agua de mayo. La “pieza del mes” es el Sciphocrinites elegans, un fósil del Silúrico Superior que nos recibe con las estrías abiertas. José Manuel Sánchez Ron, que se presenta a la cita con traje y corbata de tonos azules, retiene la solemnidad del profesor anglosajón, quizá adquirida durante sus años en la Universidad de Londres o en la Temple University de Filadelfia.
Tan solo a tres pasos del Sciphocrinites se nos abalanza un mundo salido de la más pura magia de Harry Potter pero en lugar de fawkes, hipogrifos, escarbatos o aragogs encontramos un águila imperial ibérica, el gigantesco esqueleto de un rorcual, un elefante africano y cientos de caracolas, entre ellas la llamada Muricidae, que parece comunicarse con el resto del paralizado bestiario.
Pero a Sánchez Ron se le cambia el semblante ante la exposición sobre Santiago Ramón y Cajal que, con fondos de su legado, nos proporciona el escenario del encuentro. “¡Es la Medalla de Oro Helmholtz!”. Y no hay nada que se pueda hacer para que, hipnotizado por el hallazgo, el físico, académico e historiador de la ciencia, levante la mirada de un metal que representa la mejor cara del conocimiento. Quizá, sí. Romper el hechizo con la primera cuestión.
Pregunta. Siempre ha reivindicado un mejor trato para las pertenencias de Cajal. ¿Cómo arreglaría su situación en estos momentos?
Respuesta. Me habla de un tema para mí muy doloroso. Que su casa de Alfonso XII haya sido vendida para convertirla en pisos, de lujo creo, y que libros suyos, algunos con anotaciones de su puño y letra, y otras pertenencias hayan aparecido en El Rastro madrileño, constituye una absoluta vergüenza, una infamia, de la que su familia es, en primer lugar, responsable. Pero algunos representantes gubernamentales sabían, o debían saber, que su legado no era tratado como se debe. Estamos hablando de uno de los grandes de la ciencia de todos los tiempos; en su campo, la histología, las neurociencias, comparable a Newton, Darwin o Einstein en las suyas.
“El problema con el Cambio Climático es la idea del crecimiento continuo, el capitalismo desenfrenado”
Arreglar esa parte ya es irreversible, pero –lo he reclamado muchas veces– debería establecerse un proyecto destinado a preparar una edición de los escritos, dibujos y correspondencia de Cajal, completa y con el rigor necesario. Italia, por poner un ejemplo, dispone desde hace mucho de una edición nacional de la obra de Galileo. Esto es lo que más le habría agradado. El CSIC, que atesora una parte importante de su legado, debería tomar la iniciativa y controlar semejante edición. Y también, como ha anunciado varias veces, crear un amplio y moderno Museo Cajal en su campus de la calle Serrano.
P. Ha tocado un tema sensible: la responsabilidad de los políticos. ¿No tiene la sensación de que sus acciones van por detrás de lo que marca la frenética coyuntura tecnológica, con hitos casi diarios?
R. Vivimos, sin duda, en un momento crítico. En lo político y en la gobernanza, complicado por la irrupción de tecnologías profundamente disruptivas. Me refiero a la robótica y a la Inteligencia Artificial, que ya han traspasado los umbrales de nuestras sociedades, y con los que tendremos que convivir. Pienso que el problema no está en las políticas científicas. Es verdad que la política y las iniciativas legislativas suelen ir muy retrasadas y con frecuencia desacompasadas con las posibilidades que abren los nuevos resultados científicos, así como con algunas de las advertencias y recomendaciones planteadas desde la ciencia. De estas últimas, estoy pensando, es evidente, en el Cambio Climático. Hace muchos años que la ciencia advirtió sobre lo que estaba sucediendo y lo que podría suceder, y qué medidas deberían tomarse. El problema es la idea del crecimiento continuo, del capitalismo desenfrenado. El capitalismo ha contribuido al avance de la humanidad, pero lleva consigo esta terrible contradicción.
P. El Diccionario de la RAE recoge la acepción de ‘clima’ como ‘ambiente’ o ‘circunstancia’. ¿Vivimos un ‘clima’ favorable respecto a la lucha contra el Cambio Climático? ¿Detecta algún peligro?
R. Sí y no. Por un lado cada vez son más frecuentes manifestaciones en las que se reclaman medidas contra el Cambio Climático, como la reducción de las emisiones de dióxido de carbono, pero por otra parte el fervor consumista crece. Tengo que decir, además, que observo no poco cinismo en algunos de esos manifestantes, que al mismo tiempo que protestan continúan utilizando recursos que claramente no favorecen la lucha contra el Cambio Climático. También me asombra y enfurece el entusiasmo con que reaccionan en nuestro país millones de personas que se apresuran a aprovechar, felices, las altas temperaturas inusitadas para la época utilizando puentes festivos para “disfrutar” de las playas. He escuchado a veces declaraciones como “Nos lo merecemos. Tenemos derecho a disfrutar”. Extrapolando, habría que decir que también “nos lo mereceremos” cuando las condiciones climáticas sean insoportables. Lo padecerán nuestros descendientes, que no han tenido ninguna culpa. Hace años empleé la expresión “asesinos del futuro”. Eso es lo que estamos siendo.
“Mejorar la naturaleza humana es muy peligroso. Otra cosa es combatir las enfermedades”
P. ¿Cree que episodios de sequía como los que atravesamos pondrán a la Humanidad al límite?
R. Sí. Probablemente no será inmediato, pero sucederá. Y no deja de ser paradójico que esa sequía coexista con la subida de los niveles de agua en mares y océanos provocada por los derretimientos de los casquetes polares. Habrá que apostar por la desalinización. Me apesadumbra también que, como consecuencia de la subida de esos niveles de agua, desaparezcan muchas islas. Y no dejo de pensar que en un futuro, no sé si cercano o lejano, al adentrarse las aguas marinas en territorios costeros se producirán importantes desplazamientos de personas. Serán migrantes del cambio climático.
P. Recogiendo el guante de Stephen Hawking, ¿llegará un momento en que tengamos que abandonar la Tierra?
R. Bueno, si no somos capaces de resolver los problemas medioambientales y de recursos materiales y energéticos, ¿vamos a ser capaces de “transterrarnos” a Marte, instalar colonias permanentes, con los terribles problemas que esto significaría? Problemas no solo de la carencia de una atmósfera con oxígeno o de exposición a las radiaciones cósmicas, sino otros como, por ejemplo, embarazos y nacimientos en condiciones de gravedad diferentes a la terrestre. No estoy de acuerdo en absoluto con lo que dijo Hawking. Con respecto al futuro de nuestro planeta, nuestros problemas no son los suyos. La “vida” de la Tierra es independiente de la nuestra. Y si desaparecemos continuarán existiendo otras formas de vida. Los insectos, desde luego.
P. ¿Le preocupa el negacionismo? ¿Por qué en la sociedad más informada de todos los tiempos hay quienes niegan el Cambio Climático o la pandemia?
R. Me preocupa, claro, pero no creo que se trate de un fenómeno nuevo. Lo que sucede es que ahora, con las redes sociales, las tesis negacionistas se hacen más presentes. Por supuesto, es gravísimo que en un mundo, al menos el llamado desarrollado, haya personas que crean que la Tierra es plana, que las vacunas son perjudiciales, que Neil Armstrong no pisó la Luna, etc. Y el colmo, lo más peligroso, es que algunas de esas personas ocupen puestos de responsabilidad política. Posiblemente lo que ocurre es que tenemos una idea demasiado elevada de los seres humanos, entre los que coexisten los Einstein y Beethoven con los Trump.
P. Y todos coinciden en internet, las redes... Todo pasa ya por sus incontrolables intestinos.
R. Internet constituye un instrumento de comunicación y de obtención de información fantástico, algo con lo que no soñé cuando era joven. En este sentido es un avance extraordinario, con innumerables posibilidades. Dicho esto, no participo en las redes, un universo en el que, por lo que sé, son frecuentes los indeseables, personas que aprovechan ese medio para tomar un protagonismo que sus biografías nunca les hubieran dado. No me interesa contar lo que hago o pienso. De hecho, me horroriza. Solo me interesan los buscadores y el correo electrónico, que me facilitan mi trabajo. Internet proporciona información prácticamente ilimitada. Pero “información” no es lo mismo que “conocimiento”, aunque se necesiten mutuamente. Me preocupan mucho las consecuencias a medio y largo plazo de cómo las redes, el mundo digital, un mundo virtual al fin y al cabo, están abduciendo a millones y millones de personas.
P. ¿Alguna prevención sobre la “dictadura” del algoritmo? ¿Qué opinión le merece el Big Data? ¿Estamos ante una nueva forma de control?
R. El mundo del Big Data y de los algoritmos, sobre todo del primero, es como una jungla salvaje, en la que no sabes qué te vas a encontrar y en la que los controles son escasos, por no decir nulos, y en cualquier caso poco efectivos. Sí, tengo prevenciones contra los algoritmos porque hacen que la mayoría de las personas delegue en ellos la toma de decisiones en todo tipo de dominios. Hacen que no reflexionen. Los algoritmos se han convertido en las reglas que dirigen nuestros pasos y decisiones.
P. Del Big Data al Big Bang. En sus artículos ha dicho que una de las grandes incógnitas que nos queda por resolver es el origen del universo. ¿Qué le gustaría conocer de aquel gran principio?
R. He dicho más. Que no creo que nuestra mente pueda resolver el porqué de la existencia del universo. Si se me apareciese el Mefistófeles de Goethe y yo fuese su Fausto, el trato que haría con el diablo sería que me dijese por qué existe el universo y cómo surgió. Dicho todo esto, creo que a partir del Big Bang –suponiendo que en el futuro continuemos creyendo que existió y no diésemos con otra explicación– se desentrañará la historia posterior del universo y de su composición. Ese es otro de los misterios: por qué las leyes que obedecen los fenómenos naturales tienen la forma que tienen.
“Hay que intentar que las voces imprescindibles de la ciencia estén incluidas en el Diccionario de la RAE”
P. ¿No ha tenido la tentación de buscar un atajo y explicarlo a través de algún tipo de religión? ¿Le queda algún resquicio para entrar en estas grandes preguntas a través de la fe o de algo similar?
R. No, no me queda ningún resquicio de fe en el sentido religioso tradicional. Polvo de estrellas soy, somos, y polvo cósmico seré, seremos. Lo que me queda es una gran desazón por no comprender el universo, donde nuestra existencia es, como dijo Darwin, una anécdota, un producto imprevisible.
P. Si hablamos de “productos imprevisibles” no podemos dejar a un lado la Inteligencia Artificial. ¿Le preocupa el protagonismo que está teniendo en todos los ámbitos de nuestras vidas? ¿Cree que podría contestar a las cuestiones esenciales?
R. Pues mire, quizá podríamos preguntárselo al ChatGPT (risas). Más que preocuparme me sorprende, porque lo que está sucediendo con la IA era previsible. Sospecho que con el enorme protagonismo que tiene desempeña un gran papel, algo que Mario Vargas Llosa bautizó como “civilización del espectáculo”. Los medios de información necesitan novedades atractivas, y lo que significa la IA, si acarreará peligros o no, se ajusta bien a esa idea.
P. ¿Pararía, como han propuesto algunos científicos como Yoshua Bengio, las investigaciones sobre IA?
R. No creo posible que se establezca una moratoria real, efectiva, en su desarrollo. La investigación dedicada a ella es como una hidra gigantesca con muchos tentáculos, que aunque cortes uno crecerán otros.
P. La nueva académica de la RAE, la catedrática Asunción Gómez-Pérez anunciaba nuevos “juguetes” inteligentes. ¿Hay que alegrarse o ponerse a la defensiva?
R. Seguro que esos nuevos “juguetes”, los instrumentos basados en la IA, cambiarán numerosos aspectos de nuestras vidas. Sin ir más lejos, en el mundo laboral. Es evidente. Y no sabemos si los empleos que se perderán al ser sustituidos por máquinas inteligentes, serán repuestos en algún lugar. Es una gran incógnita. No participo de ideas del tipo: “Cuando llegó la revolución industrial, con las nuevas máquinas que hicieron perder trabajos a muchas personas, en campos como los textiles, surgieron otros nuevos”. Sí, así fue entonces, pero ¿sucederá lo mismo ahora con la IA? Y, recuérdese, la tecnología siempre gana. ¿Quién se acuerda hoy de los luditas, que se opusieron a la mecanización de las fábricas? La IA ofrecerá posibilidades que nos alegrarán, como lo están haciendo los teléfonos inteligentes, pero al mismo tiempo es preciso tomar precauciones, tratar de poner límites.
P. ¿Cómo se “defiende” la ciencia desde la RAE?
R. Intentando que las voces imprescindibles de la ciencia estén incluidas en nuestro diccionario, el Diccionario de la Lengua Española, y que estén bien definidas, de manera clara para cualquier lector. Deben, además, expresarse con elegancia. Y que no se tarde demasiado en incluirlas.
[José Manuel Sánchez Ron, querido Isaac, querido Albert, querido Santiago]
P. ¿Ha sentido alguna contradicción, moral o ética, ante términos como CRISPR, manipulación genética o clonación?
R. Sí. Por una parte, técnicas como estas podrán hacer que, por ejemplo, los llamados “niños burbuja” puedan llevar una vida normal. Este y otros muchos casos constituyen una bendición, que ninguna ideología, religiosa o civil, debería negar. No tengo nada que alegar en contra del empleo médico de las células madre, salvo en lo que se refiere a su uso en la clonación, que rechazo. En lo que se refiere a la manipulación genética, me aterra la posibilidad de que conduzca a una nueva eugenesia. “Mejorar” la naturaleza humana es muy peligroso, otra cosa es combatir las enfermedades.
P. Usted ha dicho que lo que se pueda hacer técnicamente se terminará haciendo. ¿Cómo enfrentarnos a este reto que nos pone la investigación?
R. Lo he dicho y lo mantengo. Lo que no significa que me parezca bien. Me gustaría pensar que se seguirán las recomendaciones que establezcan los comités éticos y que se obedezcan las posibles leyes internacionales que lleguen a regularlo. Hacer todo lo que permite la ciencia y la tecnología puede conducirnos al abismo. Un fenómeno reciente que me repugna es el “turismo espacial”. Que empresas o individuos particulares como Elon Musk puedan llevar a cabo semejante actividad me parece increíble. Soy consciente, en cualquier caso, de que pensar cómo será, o cómo debería ser, el futuro es complicado. Se lo diré, para concluir, con un texto de la novela de William Ospina Pondré mi oído en la piedra hasta que hable: “No sabemos cómo será el futuro, solo sabemos que, si hay alguno, se fundará sobre cimientos nuevos, y que casi nada de lo que hoy mueve al mundo va a sobrevivir a los estremecimientos y los grandes colapsos que se avecinan”.
Profesor de Física Teórica y Catedrático de Historia de la Ciencia por la UAM, José Manuel Sánchez Ron (Madrid, 1949), colaborador habitual de El Cultural, es autor de cerca de 60 libros, entre ellos, ¡Viva la ciencia! (2008), junto a Antonio Mingote, El jardín de Newton (2009), El mundo después de la revolución (2014), Premio Nacional de Ensayo, y Querido Isaac, querido Albert, su última entrega editorial. Además de sus estudios sobre Cajal, Blas Cabrera, Maria Goeppert, Echegaray, Marie Curie o Einstein destacan sus trabajos sobre el CSIC, el CIEMAT o el INTA. Es miembro de número de la Real Academia Española desde 2003, donde ocupa el sillón ‘G’.