José Manuel Sánchez Ron fue un buen científico. Está reconocido además como el mejor historiador español de la Ciencia. En este libro de 800 páginas, Querido Isaac, querido Albert, espléndidamente editado por Crítica, Sánchez Ron reconoce que “reorientó” su carrera de físico teórico a historiador de la ciencia. El autor penetra con su nueva obra en el alma de los principales científicos a través de la correspondencia privada.
Asegura que Santiago Ramón y Cajal es el neurólogo más grande que ha existido y reproduce cartas de interés, entre ellas una de Unamuno en la que el poeta y filósofo lamenta lo que el científico le dice sobre “sus soledades”. Freud, por su parte, escribe a Fliess: “El gusto de la gente por el libro de los sueños comienza a dejarme frío y estoy empezando a deplorar su destino”.
Bertrand Russell, al que conocí y le pedí artículos para el ABC verdadero, me dijo que, tras la muerte, había para el hombre lo mismo que para un perro que dormitaba en ese momento en el vestíbulo del hotel Dorchester. Sánchez Ron reproduce la demoledora carta que Russell envió a Frege el 16 de junio de 1902.
Especialmente interesante es la correspondencia entre Marx y Engels. Este último le dice al autor de El capital: “Sigo leyendo a ese Darwin que es algo verdaderamente sensacional”. Y Marx le contesta para exponerle su admiración por Hegel y su fenomenología, “en la que la sociedad burguesa figura bajo el nombre de reino animal intelectual”. Sánchez Ron se refiere también a Stalin y al encarcelamiento de Landáu, el gran físico teórico de la cuántica. Stalin se muestra interesado en el trigo ramificado y dirige, sobre el asunto Lysenko, una extensa carta a Denisovich.
Emocionante la relación entre Einstein y Mileva Maric, que se queda embarazada, y el científico le escribe: “Me busco un trabajo inmediatamente por pobre que sea. Mis objetivos científicos y mi vanidad personal no me van a impedir aceptar el papel más subordinado que haya. En cuanto lo tenga, me caso contigo…”. El amor, en fin, no emborronó la dedicación a la ciencia de Einstein que, según este libro, pudo ser presidente de Israel.
Sánchez Ron se refiere a políticos interesados en el mundo de la ciencia como Benjamin Franklin o Napoleón y, sobre todo, Thomas Jefferson, admirador de Newton
Me ha sorprendido que mi admirado Nabokov, excepcional novelista, era reconocido también en el mundo científico. “Sus investigaciones sobre los lepidópteros, mariposas y polillas fueron excelentes”. Marie y Pierre Curie ocupan espacio destacado en el libro con correspondencia contradictoria sobre el Premio Nobel. Emma Darwin, por cierto, desde su fe religiosa, reprocha a su esposo aquello que no está probado, y que no condiciona, por tanto, “otras cosas que no se puedan probar de la misma manera, y si son verdaderas es probable que estén por encima de nuestra comprensión”.
Máximo conocedor español de Isaac Newton y su obra, Sánchez Ron desvela, sin embargo, sus debilidades, la pérdida fugaz del equilibrio mental, y reproduce cartas inequívocas y sustanciosas. Víctima de la Inquisición, Galileo fue el explorador de los cielos y resultan emocionantes las cartas de su hija María Celeste en las que pide a “Su Majestad divina que os proporcione paz y consuelo verdaderos”.
Especial interés, en fin, los capítulos que Sánchez Ron dedica a la cuestión de Dios y la creación del Universo, con el roce de aristas entre la ciencia y la religión. Leibniz, tan sagazmente estudiado por Ortega y Gasset, aparece en el libro en posición controvertida bajo la pregunta, probablemente sin respuesta: “¿Dios en la física?”.
José Manuel Sánchez Ron se refiere a políticos interesados en el mundo de la ciencia como Benjamin Franklin o Napoleón y, sobre todo, Thomas Jefferson, admirador de Newton. Destaca cómo el presidente estadounidense conoció a fondo la química, la historia natural y la medicina.
Estamos, en fin, ante un libro que corona la gran obra intelectual y científica de Sánchez Ron. Querido Isaac, querido Albert es tan interesante que me olvido de que carece de índice onomástico y de que agrupa las notas al final en lugar de disponerlas a pie de página.