En vísperas del acontecimiento, el segundo centenario del nacimiento de Fiódor Dostoievski (Moscú, 1821-San Petersburgo, 1881), y a la espera de leer o releer las nuevas ediciones de sus clásicos, podemos abrir el apetito con Una historia desagradable (1862), que ha publicado Nórdica con traducción de Marta Sánchez-Nieves e ilustraciones de Kenia Rodríguez.
Se trata de una novela corta, entre la farsa y la tragedia, que el escritor publicó en su primera madurez, entre Humillados y ofendidos (1861) y Crimen y castigo (1866), en la revista El Tiempo, recién fundada por su hermano Mijaíl y por él mismo, de regreso a San Petersburgo, años después de su conmutada condena a muerte y de su experiencia carcelaria (1850-1854), casado con su primera esposa, María Dmítrievna, jubilado del ejército y tras su primer periplo europeo.
Todos los infortunios personales -muerte prematura de la madre, alcoholismo y asesinato del padre- han hecho su efecto, junto a la estancia en prisión y los trabajos forzados, y Dostoievski, entre vaivenes ideológicos, ya es el escritor agónicamente cristiano, enfermo de epilepsia, sentimentalmente inestable y adicto al juego y a la bebida.
La bebida, precisamente, es el desencadenante de la tragedia íntima, aunque también social y política, del general Iván Ilich Pralinski, consejero de estado, que se ha pasado de copas durante una celebración con dos poderosos colegas y que, abandonado por su cochero en la noche petersburguesa, va a dar a la casa donde un oscuro e insignificante subordinado celebra con gran algarabía su boda.
La reunión con sus colegas ha estado marcada por el resentimiento, el desprecio y la mal disimulada tirria recíproca, sobrellevados a base de callar y fingir hipócritamente. Rusia, bajo el zar Alejandro II, está empezando a vivir un insuficiente periodo reformista y circulan ideas nuevas. Iván Ilich ha hecho ante sus presuntos, escépticos y retrógrados amigos bandera del humanitarismo y la filantropía, y ahora, obnubilado por el alcohol, piensa que puede ser una buena idea entrar en la fiesta de su modesto empleaducho y mostrarse como uno más, como un tipo capaz de confraternizar con las personas de menor rango sin pretender ningún trato especial. ¡Éste es el horizonte de una nueva Rusia más democrática e igualitaria! Y allá va.
Pero él no ha sido invitado al bodorrio, al animado guateque donde decenas de personas de clase inferior a la suya bailan, comen, se desparraman y, por supuesto, beben sin tener prevista la llegada de un superior cuya irrupción les intimida y les paraliza. De momento.
Iván Illich ha tenido una pésima idea. Por más cautelas que tome, al principio, va a ser un elefante en una cacharrería. Dostoievski nos contará, primero, que, por su secular opresión y subordinación, las clases populares rusas no estaban preparadas para ser objeto de un, por lo demás, impostado trato de igualitaria camaradería, tanto más si éste era el resultado de un precepto autoimpuesto y no de un sincero convencimiento.
Después, con la bebida siempre de por medio y con un Iván Illich cada vez más beodo, descontrolado y desamparado, sin poder ser dueño ni de sus palabras ni de sus actos, los invitados pasarán al ataque, a hacerle objeto de sus burlas y de sus reproches acumulados, mientras estallan también las diferencias entre ellos, todo se echa a perder y la boda pasa a ser, como quien dice, un esperpéntico aquelarre.
Hay, pues, en Una historia desagradable, un pesimista diagnóstico social y político sobre las posibilidades de los cambios, sobre la falta de idoneidad de unos y de otros para protagonizarlos de la manera adecuada, debido a las raíces profundas de los males consolidados. La amargura y el patetismo presiden un relato que, sin embargo, contiene muchas pinceladas de un humor, claro, sarcástico y satírico.
En esa larga noche, Dostoievski despliega una variada fauna de tipos, todos ellos observados con enorme detalle psicológico, de manera que, transcurriendo la acción por los senderos de la agitación y del desparrame exteriores, el escritor, como siempre hizo, va simultáneamente al mundo interior, al alma de sus personajes, combinando de las detalladas descripciones del ambiente, de los gestos y de las apariencias con la indagación de lo que anida dentro, de lo que perturba el ánimo y el espíritu de sus muchos personajes.
Así describe Dostoievski, por ejemplo, al padre de la novia: “Era un déspota muy extraño. Pasaba la mayor parte de su tiempo sentado en un sofá, privado del uso de las piernas por cierta enfermedad que, sin embargo, no le impedía tomar vodka. Se pasaba los días enteros bebiendo y maldiciendo. Era un hombre malo al que resultaba imprescindible hacer sufrir constantemente a alguien. Para esto mantenía cerca a varias parientes lejanas: a su hermana, enferma y gruñona, a dos hermanas de su mujer, también malas y de lengua larga, y a una vieja tía, a la que se le había roto una costilla por culpa de un accidente. Mantenía además a una comensal, una alemana rusificada, por su talento para contarle los cuentos de “Mil y una noches”. Todo su placer lo encontraba punzando a todas estas desdichadas parásitas, maldiciendo a cada instante a todas ellas y a todo lo que existiera en el mundo, aunque estas, a excepción de su mujer, que había nacido con dolor de muelas, no se atrevían ni a chistar en su presencia”.
En esta viñeta o cuadro atroz, se bosqueja la figura de un padre y esposo despótico, de un infierno familiar y de la invasiva e irremediable extensión del Mal, temas muy frecuentados por el autor de Los hermanos Karamázov (1880), cuyos negros y desesperanzados diagnósticos existenciales reverdecerán en las próximas semanas.