Ernst Gombrich no nombra a Artemisia Gentileschi (1593-1652) en su Historia del Arte (1950), el manual sobre la materia más difundido en el mundo. Lo he mirado expresamente para cerciorarme. Es verdad que tampoco cita, entre otros muchísimos, a José de Ribera (1591-1652) ni a Massimo Stanzione (1585-1658), estrictos contemporáneos, colegas en Nápoles, barrocos y caravaggistas como la pintora nacida en Roma. Pero, en fin, sirva aquel detalle para recordar el siempre recordado olvido que padeció nuestra artista -y otras muchas- durante siglos, olvido que permaneció activo -como reconoció Gombrich- hasta bien entrado el siglo XX.
A sacar a la Gentileschi del olvido contribuyó y mucho el historiador del arte italiano Roberto Longhi, con un ensayo publicado en 1916. Longhi se casaría en 1924 con su antigua alumna Anna Banti (1895-1985), escritora y crítica de arte, quien en 1947 publicaría Artemisia, la novela histórica -¿es eso?- que ahora edita Periférica con traducción y epílogo de Carmen Romero. Versal ya editó este libro en 1992.
Antes de seguir, despejemos un factor. Banti perdió en 1944, a resultas de unos bombardeos que destruyeron su casa durante la guerra, el primer manuscrito de esta novela. El texto que ahora leemos es una reconstrucción con una nueva redacción, en la que el yo de la escritora se introduce a rachas en la narración desde el principio, lamenta el accidente sufrido por su novela, establece algunos paralelismos entre la Roma de su presente y la del pasado de Gentileschi, forjando una especie de juego pirandelliano -con mutuas interferencias e interpelaciones- entre la autora y su protagonista. Quizá me haya perdido algo, pero este procedimiento -que decae en muchas ocasiones-, intelectualiza y sofistica la narración, pero no va, a mi juicio, a ninguna parte. A ninguna parte en verdad enriquecedora.
Novela histórica o parcial biografía novelada -muy novelada-, Banti elige, para dar cuenta de la vida, la obra y el espíritu de su personaje, de su oficio y de su época, una limitada serie de escenarios, personajes y episodios. Roma, Florencia, Nápoles e Inglaterra son los escenarios principales, los hitos de su carrera de pintora. Con Artemisia en el centro motor y dramático del relato, los personajes primordiales son el pintor Orazio Gentileschi, su evanescente padre y cercano maestro; el también relevante pintor Agostino Tassi, su profesor y el hombre que la violó a los 16 años; Antonio Stiattesi, su “dulce” marido, en matrimonio urdido por su padre para librarla del estigma social de la violación, quien la abandonó en uno de sus viajes de mercader y a quien ella recordó -según la novela, al menos- con ternura; su fiel hermano Francesco Gentileschi, también pintor, siempre al quite, siempre su decisivo apoyo y, por último, su hija Porziella, arisca y desentendida.
No soy conocedor de la vida real de Artemisia Gentileschi y en absoluto estoy familiarizado con su pintura, como sucederá con la gran mayoría de los lectores de esta novela. En modo alguno puedo juzgar este libro -ni es deseable- en función de cómo se ajusta a los hechos reales. Pero sé que Artemisia tuvo varias hijas, y aquí sólo se habla de una. Sé que tuvo varios amores, y aquí -aunque se da a entender- toda su peripecia sentimental se centra en Antonio, su marido.
Banti hace sus elecciones y toma sus opciones. El lector juzgará al calor del viejo asunto de las diferencias entre la realidad histórica, la ficción y los derechos y responsabilidades del escritor que las mezcla. Banti apenas sobrevuela la violación y el humillante proceso posterior -existen actas publicadas-, aunque deja constancia de cómo marcó su vida y, en buena medida, su obra. Ahí están sus retratos poderosos de mujeres de la Biblia y de la Historia, sus no menos potentes desnudos femeninos, la fuerza y la rabia que se desprenden -como siempre se recuerda- de sus dos versiones de Judit degollando a Holofernes o de los sucios viejos que acosan a Susana.
Siempre sobre la base de que Artemisia no es un ensayo biográfico ni un estudio crítico, he echado de menos más detalles sobre el proceso de elaboración de la pintura de la artista, sobre sus cuadros concretos, sobre sus ideas diferenciadas como pintora, sobre su devenir profesional en el oficio…De todo ello hay significativas pinceladas -¡vaya por Dios!-, pero también -como de todo- grandes saltos y elipsis.
Emerge y se yergue del texto un retrato de la pintora, muy abundante en introspección psicológica, el retrato de una mujer herida y luchadora, que sufre y se sobrepone, que saca fuerzas de flaqueza, que toma decisiones, hace planes y cumple propósitos, que persevera, en fin, a toda costa y con éxito en su condición de pintora. A veces nos puede parecer ciclotímica, dubitativa o frágil, pero es, claro, una mujer enfrentada a unas circunstancias, a un tiempo y a un arte que no le ofrecen precisamente facilidades. De ahí, su energía, compatible con sus cansancios y desalientos. De ahí, la fuerza del relato, que se abre paso al paso determinante de su protagonista.
De todas maneras, haya carencias o no en esta novela y haya cuestiones de orden pictórico o ideológico -¿cómo aparece Artemisia desde una óptica feminista?-, habrá que decir -y ahora vamos a la literatura- que Anna Banti se muestra en este libro como una gran escritora, acaso ocasionalmente entorpecida por sus propias ambiciones y por la obstinada intensidad dramática de su voz: es dura, ácida, contundente, a veces agresiva en su estilo cortante y sinóptico.
Artemisia reúne pasajes y pasajes de una extraordinaria calidad literaria. Si las ideas que impulsan la escritura son penetrantes, mejor es cuando Banti se despliega en las descripciones. La novela tiene color, suena y huele llena de sensualidad y de sensaciones, de palabras que crean ritmos musicales de cuerda, viento y percusión, una voluminosa nudosidad. Las calles, las casas, los paisajes, la gente, los ambientes, el frío y el calor, la pobreza y la riqueza, el olor a humanidad y a miseria, la dureza extrema de una época en la que vivir era para casi todos un combate permanente con la enfermedad y la incomodidad, el barro y la inmundicia, con la incidencia brutal del rumor, el vituperio y la burla ajenos, bajo códigos implacables de honor, honra y censura pública.
Artemisia está en Nápoles, en 1630, muy entregada a la pintura. Veamos una imagen fija, un “corte” (largo) del momento, que resume muchas cosas y permite catar bien la escritura de Anna Banti: “Ella no ha sabido escribir nunca más que su firma y no tiene librito de notas más que para las invenciones de sus Esteres y Cleopatras y Betsabés: por no decir que una madre sin marido, madre de familia no es. Cualquiera que sea su condición ningún confesor ha sabido explicárselo con exactitud, por más que haya insistido. Como, por otra parte, por más que lo piense, todavía no ha conseguido reconocerse y definirse en una figura ejemplar y aprobada por el siglo; ni es lo suyo únicamente la vanagloria. Ésta es mujer que, en cada gesto, querría inspirarse en un modelo de su sexo y de su tiempo, decente, noble; y no lo encuentra. Una imagen con la que identificarse, en cuyo nombre ejercer. Eso es lo que le sucede a Artemisia a sus treinta y tres años, una edad en la que la costumbre y los gustos mundanos comienzan a persuadirla, a fascinarla. Pero no es princesa, no es aldeana ni comercianta, no es heroína, no es santa. Y ni siquiera cortesana, incluso aunque fuera verdad lo que dicen. En Florencia, la felicitación de un espíritu inteligente le bastaba: “Dama esquiva de corazones, aventurera casta, ídolo de las mujeres”. En Roma fue doncella precipitada y esposa legítima. En Nápoles, para una virtuosa del dibujo, no hay santa patrona.”.
Y después de varias líneas más, Banti concluye su extenso párrafo con una de sus intromisiones. Como en otros finales de discurso, lapidaria: “Además, que se fastidie, que padezca. Ésta es su libertad”
En el texto reproducido se ve muy bien la escritura concentrada, la voz crepitante de Anna Banti, el modo en el que crea el ritmo cortante y fluido sin descuidar las ideas. No conozco otras novelas de Banti, no sé cómo serán. Ésta me deja la impresión de que fue una escritora muy dotada, de gran capacidad plástica y narrativa, tal vez enturbiada por su intensidad intelectual, por su propia potencia.