Ahora que estamos disfrutando de las excelentes exposiciones de PhotoEspaña 2013, nos llega un libro en el que la fotografía es protagonista en creativa colaboración -como tantas veces- con la literatura. Se trata de Carver Country (Anagrama), subtitulado El mundo de Raymond Carver.
El gran cuentista americano, maestro del realismo sucio y del minimalismo, llegó a planificar con el fotógrafo Bob Adelman, apenas unos meses antes de su muerte -agosto de 1988-, un recorrido por los escenarios de su atormentada y breve vida. Murió a los 50 años, víctima de un cáncer cerebral, subsiguiente -gran fumador- a otro de pulmón. Una larga carta inédita de Carver a Adelman, recogida al principio del libro, da cuenta, con ribetes autobiográficos, de las pistas que el escritor le señala al fotógrafo para su trabajo.
El libro se construye mediante la interrelación, que supera la mera ilustración, entre fragmentos de relatos y poemas de Carver -algunos también inéditos- y las fotografías de Adelman. Aquí tenemos, como se dice ahora mucho, la cartografía del trágico universo del autor de Vidas cruzadas, tanto tiempo devastado por la pobreza, el alcohol y los infiernos familiares.
Paisajes, ciudades, amigos anónimos y menos anónimos, lugares y compañeros de trabajo, las habitaciones del escritor y los útiles de la escritura, los enclaves inspiradores, sus mujeres e hijos, la madre y otros parientes, los cigarrillos, las copas, en fin, la geografía, el decorado y el “dramatis personae” de una vida y de una gran literatura religada, durante demasiado tiempo, al dolor, se visualizan junto a los textos que hacen comprender la conexión entre lo vivido y lo escrito.
A modo de epílogo, el libro ofrece un extensísimo epílogo de la poetisa y narradora Tess Gallagher (El amante de los caballos), la mujer que amó y mantuvo sobrio al mujeriego Carver durante casi sus últimos once años. Gallagher y Maryann Burk, la primera esposa de Carver (durante dos décadas), han escrito sendos libros -editados en España por Bartleby y Circe, respectivamente- en los que dan su particular versión de sus relaciones.
Gallagher, en Carver Country, certifica y comenta las tretas y artimañas que Carver solía improvisar para “escaquearse” de algo, “pasar la pelota” de un problema o eludir airoso una situación embarazosa. Los alcohólicos están muy entrenados en las (malas) artes de la mentira.
Olivier Cohen, editor francés de Carver, escribe en el prólogo lo siguiente: “Deudo de Flaubert, de Chéjov, de Babel, Carver componía relatos elípticos en los que alentaba el soplo de un antiguo “fatum”. ‘Nada de trucos baratos', decía. Para finalmente concluir: ´Nada de trucos'. Nada en él era trucado. (¿De dónde viene, pues, que más de una vez yo haya sospechado que hacía uso de ciertos artificios?).
Gallagher reconoce que Carver utilizaba argucias en su vida cotidiana. Cohen dice que Carver rechazaba los trucos en sus escritos, aunque sospecha. Bueno, puede ser que no se viva y se escriba con arreglo a los mismos códigos morales. De todas formas, lo que más me ha gustado de las palabras de Cohen es algo que se deduce del razonamiento de Carver sobre los trucos: no hay trucos baratos y trucos a secas. Sólo hay trucos, y se entiende en consecuencia que todos los trucos son baratos. Excepto los de los magos, claro.