La poesía de Gustavo Adolfo Bécquer en un tiempo remoto tan popular pero caída en el olvido después, especialmente en los últimos decenios de propagación del relativismo estético más loco, continúa viva, dando muestra de que “el inmortal apetito de lo bello siempre encuentra su satisfacción”.
Bécquer satisface al joven de hoy que por primera vez lo descubre, y no digamos ya al veterano que aprendió en el colegio sus rimas y que, cuando las oye, las replica en voz baja. Doy fe de ello, lo vi y lo escuché de los espectadores que acudieron a la función el pasado miércoles de Vano fantasma de niebla y luz, producción teatral que recupera al poeta sevillano en el Teatro Fernán Gómez y cuyo equipo artístico mantuvo un encuentro posterior con el público.
Todos los elementos de este espectáculo se disponen para que el gran protagonista sea la palabra del poeta, pero los que lo hacen posible de entre todos ellos -y son bastantes- son los actores. Me refiero a dos intérpretes con cualidades excepcionales para el arte de la prosodia como Beatriz Argüello, actriz indiscutible, única en la precisión del fraseo, la musicalidad del verso, en darle adecuado tono y potencia a su voz; y David Luque, otro gran actor de hermosa voz, más sobrio o si se prefiere con un recitado más natural y adecuado a ese poeta atormentado que personifica en la función caracterizado por su perseverancia infatigable tras el “vano fantasma” que es la inspiración, y a la que su “partenaire” da vida.
Ser actor lírico, que no dramático, que es en lo que consiste esta apuesta escénica, es una labor difícil y corajuda: la de tirarse al escenario vacío, sin el apoyo de la acción dramática que te revista de un personaje, de una trama, de unas acciones, guiado únicamente por los versos del poeta hábilmente enlazados en una dramaturgia que firma Raúl Losánez. De esto se trata, de conseguir atrapar la atención del público y, sobre todo, de emocionarle con la belleza de la palabra como principal hilo de Ariadna. ¡Y vaya si lo consiguen!
Los actores cuentan también con el soporte de Ana Contreras en la dirección, que traduce con sencillez las potentes imágenes de las poesías de Bécquer echando mano de la iluminación, moviendo escénicamente a los intérpretes en coreografías y composiciones que acentúan el vacío, lo fantasmagórico, una atmósfera mística casi de celda; y tejiendo esta puesta en escena con una partitura original de Jorge Bedoya, onda Michael Nyman, que eleva el nivel lírico y la emoción. A esta partitura se añaden canciones arregladas y cantadas en directo por Raquel Riaño en un tono pop, y para las que ha seleccionado con buen criterio algunos de los poemas más célebres de Bécquer (Volverán las oscuras golondrinas).
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Espectáculo gozoso y valioso por su fórmula de teatro poético, a la que la compañía La Otra Arcadia de Contreras y Lósanez se han adscrito y de la que ya nos han ofrecido otros notables espectáculos con anterioridad. Y doblemente valioso también porque no solo rescata a Bécquer, sino que nos lo devuelve como poeta del amor espiritual, cercano a la poesía mística, desterrando la idea de poeta cursi y sentimentalista que tanto ha dañado su reputación literaria.
Vano fantasma de niebla y luz
Teatro Fernando Fernán Gómez
Textos: Gustavo Adolfo Bécquer
Versión y dramaturgia: Raúl Losánez
Dirección: Ana Contreras
Con: Beatriz Argüello, David Luque, Jorge Bedoya (piano) y Raquel
Riaño (voz)
Composición musical: Jorge Bedoya
Composición de canciones: Raquel Riaño
Escenografía y vestuario: Lara Contreras y La Otra Arcadia
Iluminación: Ana Contreras
Producción: La Otra Arcadia