Hay autores que tardan en entrar en los escenarios, como la austriaca Elfriede Jelinek, de la que no recuerdo haber visto nunca nada en Madrid hasta la producción catalana que acaba de estrenarse en La Abadía, Viaje de invierno: el día que Jelinek dejó de tocar a Schubert. La autora, además de por el premio Nobel, es conocida por la versión cinematográfica que su compatriota Haneke hizo de su novela La pianista, interpretada por Isabelle Huppert.
La obra la inspira Schubert (Jelinek toca el piano también), concretamente el ciclo de lieder que compuso el último año de vida atravesados por versos del poeta romántico alemán Wilhelm Müller, Winterreise (Viaje de invierno). Una obra musical oscura y melancólica, heladora como los paisajes invernales de otro contemporáneo, Caspar David Friedrich, que cuenta las emociones de un vagabundo enamorado contra un paisaje sombrío e invernal. De ahí se explica la escenografía de la obra.
Jelinek reinterpreta esta obra de Schubert creando cuadros aparentemente independientes, en los que aborda asuntos dolorosos, personales y sociales. Habla de la fugacidad del tiempo; usa el caso de Natascha Kampusch para abordar los esfuerzos de la sociedad por ocultar a sus víctimas; aborda el nacionalismo desde el trato que reciben los extranjeros; el amor juvenil visto desde la senectud; o un episodio autobiográfico excesivamente largo sobre el abandono en un centro a su padre afectado de demencia…
Una hora y media de teatro intelectual, reflexivo, muy literario, con algunos chispazos intensos que nos rescatan de otros momentos aburridos o estereotipados (la periodista del caso Kampusch, por ejemplo). Jelinek sigue la estela artística del gran referente literario de su país, Thomas Bernhard, en la pesimista y crítica visión de la realidad y en escrutar la moral de sus conciudadanos, o también de Hanecke, por recrear lo más sórdido del ser humano. Y aunque el universo de la autora no llega a ser tan desasosegante, personalmente me resulta distante.
Concebida como obra dramática por su autora, la puesta en escena de Magda Puyo, con ambiente de delicado cabaret musical, concilia con acierto varios lenguajes artísticos y logra hacer espectáculo: el texto dicho por sus buenos actores (Laia Alberch, Encarni Sánchez, Pepo Blasco con su profunda voz, y una Laia Alberch que está fabulosa en el primer cuadro, abriendo la obra, como alter ego de la autora); la magnífica partitura musical de Clara Peya interpretada por un virtuoso pianista (Bru Ferri;, un movimiento escénico de los actores trivial que funciona para las transiciones de actos; y una escenografía (Judit Colomer) sobresaliente, sencilla y en sintonía con el texto y con la fuente de inspiración que recrea un paisaje de nieve que poco a poco va deshaciéndose.
Imperdonable que en una sala como la José Luis Alonso de La Abadía, de apenas 200 butacas, y para una obra de cámara como esta los actores vayan con micrófonos. Terrible costumbre que se va imponiendo no solo en este teatro, sino en casi todos los de esta ciudad y que es de las peores que han adoptado los directores e intérpretes especialmente cuando trabajan en teatros públicos con salas pequeñas.
Viaje de invierno
Texto: Elfriede Jelinek
Traducción: Marc Villanueva
Dramaturgia: Magda Puyo y Marc Villanueva
Dirección: Magda Puyo
Escenografía: Judit Colomer
Iluminación: David Bofarull (AAI)
Composición musical: Clara Peya
Movimiento: Encarni Sánchez
Vestuario: Nina Pawlowsky
Espacio sonoro: Carles Bernal
Fotografía: Carlota Serarols
Dirección de producción: Júlia Simó Puyo
Ayudante de producción: Guillem Albasanz
Jefe técnico: Joan Martí
Una producción de la Sala Beckett y Cassandra Projectes Artístics