Elogio de la estupidez se estrenó este jueves en las Naves del Español en Matadero y, cuando corra la voz de las dos horas de lúcida diversión que garantiza, las entradas van a volar. Pero no vale decir que solo es diversión, también es una sátira del ridículo que hacemos en estos tiempos que vivimos cuando intentamos enmascarar la realidad para ponerla a tono con los estereotipos ideológicos y la moralidad de moda. Esta confusión en la que vivimos nos tiene acomplejados y de eso va la obra.
Una actriz ya nos dice, a modo de prólogo, que lo que a continuación va a ocurrir puede ofender los sentimientos del espectador y que todavía tiene la oportunidad de escapar, pero no hay scape room. La comedia, escrita y dirigida por Darío Facal, se aparta del sendero performático por el que había encaminado sus trabajos teatrales previos para inspirarse en la farsa construida a la manera de una sitcom de televisión, disparatada e ingeniosa. Está en línea de series como Friends, recuerda por el tono absurdo a Me llamo Earl, pero también ha volcado sus pasiones cinéfilas por Jackass y por las parodias del cine catastrofista, con abundancia de referencias a armas de combate, a la vez que recuerda a la comedia costumbrista de ambiente cutre ochentero.
Al llevarla al escenario, y no a un set de televisión con risas enlatadas, casi toda la efectividad y el poder de la comedia descansa en sus cuatro intérpretes, que son fabulosos. Tenemos dos arquetipos masculinos y dos femeninos. Agus Ruiz y Mario Alonso conforman un duo cómico que responden por sus nombres reales y que resultan antitéticos. Agus se autodefine como artista marcial y poeta, pero sobre todo es un tipo seguro de sí mismo, guaperas, motero, filósofo de la vida y sin oficio (bueno, juega al poker por internet y acaba en el negocio de las criptomonedas).
El caso es que conoce a Mario a la salida de un partido del Atleti y termina viviendo de gorra en el salón de este último. Mario es cocinero en una hamburguesería y despide un pestazo a comida que ahuyenta hasta a las moscas. Gafotas, calvo y sin atractivo físico, no se come un rosco. Los nuevos amigos son dos heterobásicos adictos a los porros y al diazepam y las divertidas conversaciones entre ellos marcan la dirección del artefacto cómico.
El dúo mantiene bastante guarro el salón en el que viven, presidido por un sofá setentero de eskay y que pronto compartirán con una joven periodista que liga con Agus, Bárbara (Bárbara Santa-Cruz), y que como buena feminista es crítica con el heteropatriarcado que ha destrozado el equilibrio social actual, aunque finalmente las turbias aguas del amor le lleven a los brazos de un tipo tan macho como Agus.
Al grupo acaba uniéndose Ana Janer, actriz explosiva con una gran vis cómica que le ha tocado el papel temporal de escort mientras escala en su carrera de influencer, lo que permite a Facal parodiar el arbitrario mundo de las redes sociales.
La función evoluciona como una sucesión de cuadros introducidos por un texto de tono irónico que leemos en una pantalla. Agus Ruiz compone un personaje fascinante, a caballo entre un líder y un inadaptado, con transformaciones interpretativas y físicas geniales, a veces de un surrealismo tronchante. No le va a la zaga Mario Alonso, con un rol que tiene algo de personaje de tebeo.
Se nota que Facal ha marcado claramente la dirección del espectáculo a sus actores, y ha integrado elementos absurdos con los que gana en comicidad. Para el final queda una escena en la que los propios personajes analizan la obra que están representando. Casi tienen ganas de rebelarse contra el autor por el caótico mundo al que los ha llevado.
Nota al pie: Elogio de la estupidez se inspira en la obra de Erasmo de Rotterdam Elogio de la locura. Aunque según Facal, la que le dio la pista para esta obra fue Bouvard y Pécuchet, de Flaubert, considerada como la novela de la tontería y la vulgaridad contemporánea, donde el autor relata la fe ciega en el poder redentor de la técnica, de la industria y del comercio de la sociedad de su tiempo.