Mihura es teatro de repertorio, algo que detestan los directores de los teatros públicos madrileños, que como es natural solo quieren estrenar sus obras y las de sus amigos. Pasa que el teatro de evasión de Mihura es tan divertido que dobla voluntades adversas y consigue colarse en nuestros escenarios temporada sí, temporada no. Por eso, cuando programan una de sus obras agradezco tan extraño proceder: ¡Va por el Teatro Español, que acaba de estrenar La bella Dorotea!
Lo último que se representó en Madrid del autor fue Tres sombreros de copa, en el Centro Dramático Nacional, en 2019. Me extraña que no se programe más en el circuito comercial, donde él explotaba sus comedias, como esta Dorotea que estrenó en el Teatro de la Comedia en 1963, dirigida por él mismo. Pero de aquellos a estos años muchas cosas han cambiado en el negocio teatral, empezando por los autores que entonces podían aspirar a vivir de escribir para el teatro (y algunos lo hacían estupendamente) mientras ahora solo les queda agarrarse al pluriempleo.
Aunque el repertorio de Mihura supera la veintena de obras, casi siempre se montan las más célebres, por lo que algunas siguen siendo todavía muy desconocidas. La bella Dorotea entra en el paquete de las conocidas pero no tanto. La historia gira en torno a una joven que se queda compuesta y sin novio el día de su boda, argumento que le sirve al autor para abordar uno de sus temas favoritos: el de cómo la sociedad reduce y acogota al individuo. La defensa del individuo que hace Mihura no es política —algo que le aburría mortalmente—, sino que se refiere al ámbito personal: derecho a buscar la felicidad, a darse a la buena vida, a colmar los propios deseos, a buscar el amor… Y explora esta vía por medio del humor y creando situaciones que contrastan con la realidad y que nos resultan chocantes e inverosímiles.
Dorotea es víctima del conservadurismo social del pueblo en el que vive, donde las habladurías y el interés de sus paisanos por lo ajeno le arruinan su boda. Como no es la primera vez que le ocurre, esta se rebela contra sus vecinos pero no de una forma épica —"los gestos heroicos no los comprende nadie", llega a decir— sino de manera extravagante: decide permanecer con el vestido de boda hasta que encuentre un nuevo novio en la calle Mayor, donde van todas las mozas a buscarlos.
Amelia Ochandiano dirige la comedia y ha conjugado un elenco capitaneado por la guapa Manuela Velasco, que brinda encanto e inocencia a su Dorotea aunque me quedé con las ganas de un personaje con más garra, con alguna dosis de lunática que justifique su determinación a rebelarse y permanecer vestida de novia hasta encontrar con quien casarse. El mismo autor la define en el texto en palabras de su padre: "Tiene sus ideas. Y lee en francés. Y ha viajado. Y tiene el sentido de la independencia. Y es rebelde".
A poco que se conozca algo de la vida de Mihura, esta se cuela inevitablemente por las costuras de la comedia
El trío de amigas —imagen del pueblo— está simpatiquísimo por disparatadas, y en sus intervenciones ponen a prueba el ingenio de los diálogos —Mariona Terés, María José Hipólito y Belén Ponce de León—. También se luce el dúo de granujas, que se desdobla en dos personajes cada uno: Raúl Fernández de Pablo, el barítono venido a menos que termina seduciendo a Dorotea, también hace de su padre, y César Camino, habituado a los papeles de gracioso y que se despacha a la tía de la protagonista y al novio de la criada. Rocío Marín cautiva al público con su papel de la criadita de Rosa, aunque su personaje peca más de convencional.
Ochandiano introduce algún que otro guiño simpático (como el cuadro en el que se revela la madre de Dorotea), una senda cómica que podría haber explorado más. En general, la puesta en escena es sencilla, apuesta por el color (la escenografía, original de Raúl García Guerrero), y se basa en un dispositivo que moderniza la habitación de época del original y que luego se transforma en bar de estación de tren. Un telón, que reproduce una carta postal a gran tamaño, nos traslada al pueblecito marítimo donde transcurre la historia, pueblecito que bien podría ser la Fuenterrabía donde Mihura pasaba los veranos con su hermano dedicados a sus tres placeres: pasear, comer en los restaurantes y leer novelas de Simenon. Las tormentas y el mal tiempo tienen una presencia protagonista en toda la obra, hay continuas alusiones a los veranos arruinados por el mal tiempo como ocurre en los pueblos de veraneo del norte de España, y el buen yantar es también tema que preocupa. A poco que se conozca algo de la vida de Mihura, esta se cuela inevitablemente por las costuras de la comedia.