[caption id="attachment_1902" width="560"] Javier Martín interpretando Symptoma[/caption]
El coreógrafo Javier Martín es el protagonista del primer título de la nueva colección “Cuadernos de creación” que acaba de publicar el Museo Universidad de Navarra. Un sello editorial dirigido a poner negro sobre blanco los procesos de creación que siguen los artistas invitados por la citada universidad en sus “programas de acompañamiento” y que en el caso de Martín se ha prolongado durante más de tres años.
El Museo Universidad de Navarra es un complejo que abraza distintas disciplinas (artes plásticas y fotografía, cine, música y artes escénicas) y cuenta entre sus instalaciones diseñadas por Rafael Moneo con un importante teatro que permite a los artistas invitados –sean de la disciplina que sean– experimentar con la transversalidad de estas artes. Una de las particularidades de este museo es que es de los pocos en nuestro país que favorecen las residencias de artistas, de modo que los invitados pueden elaborar obra original inspirándose en el espacio y en la obra que alberga. Otro signo de distinción del museo es su pretensión de unir a los artistas con los profesores y estudiantes de la Universidad.
Javier Martín. Cuaderno de creación (editado por Trama) está concebido como un libro que documenta las fuentes de inspiración de la obra que allí ha realizado. Él ha estado vinculado al museo casi antes de su inauguración, desde 2014. Como explica en la introducción José Manuel Garrido, director artístico de artes escénicas y música del museo, “el programa de acompañamiento de artistas durante su proceso creativo no es una mera tutela ni una residencia limitada a la utilización de un espacio, sino de una acompañamiento en el sentido más amplio del término. Las obras creadas durante este proceso pueden estar inspiradas en las colecciones del museo, los lugares de ensayo se sitúan en el campus, los medios del teatro están a disposición de los artistas, y la comunidad universitaria dispuesta a dialogar con ellos”.
En todo este tiempo, Martín –que se autodefine como coreógrafo, performer, investigador y creador, de formación científica y con múltiples intereses conceptuales– creó un equipo de trabajo con investigadores de la universidad para trabajar en varias líneas: por un lado, crear obras coreográficas; por otro, ha puesto en marcha programas pedagógicos en los itinerarios de distintas enseñanzas académicas (Ciencias de la Salud, Filosofía, Arquitectura, Química…). “Hemos intentado trasladar las herramientas que utilizamos en el ámbito del movimiento a estos otros territorios con una doble intención: potenciar su ciclos formativos, para ver si el lenguaje del movimiento les ayuda a superar barreras”, explica Martín.
Desde el punto de vista de la creación, Martín señala otro resultado valioso del programa: “al trabajar con tantos investigadores se desobjetiva la labor del actor: trabajas con un equipo, y eso te permite salir de las inercias que llevan al autor a hacer siempre lo mismo. Muchas veces sentimos que la espontaneidad es el adalid del arte, esa pureza que románticamente entendemos que construye la verdad del arte. Pero eso puede ocurrir en los inicios de la obra de un creador, porque llega un momento que recurrentemente volvemos una y otra vez a los mismos laberintos, y no somos capaces de distanciarnos. Ese objetivo de desobjetivación yo lo consigo situándome en un proyecto colectivo, en código abierto”.
El libro está ilustrado y con un diseño cuidado dedica un primer capítulo a los conceptos que animan la obra del coreógrafo: fantasma, sombra, máscara, espacio, monolito… El resto de capítulos reúne textos inspiradores de cada una de la coreografías realizadas, acompañadas de fotografías y reflexiones del autor: Control, una performance que coquetea con el trance de la muerte; Oximórica, que habla de los procesos contradictorios a la hora de asumir la propia identidad y la del otro; y Symptoma, que fue el proceso performativo que Martín estableció con el genial músico ruso Oleg Karavaichuk, y que fue posible también a un residencia del bailarín en la Kannon Dance House de San Petersburgo.
Son tres coreografías que han tenido un recorrido fuera del museo: Control se presentó en Madrid en Danza en 2014 y luego se estrenó aquí en el museo. Oximórica se ha baiiado 20 veces, en países como Francia, Rusia, México. Y Symptoma se comenzó a ensayar en la Sociedad Geográfica Rusa de San Petersburgo y luego se estrenó en el museo.
“Oleg era una persona considerada como genio por Stalin, que le regaló un piano nacarado, por su gran intuición musical”, explica el coreógrafo. “Era el único al que dejaban tocar el piano de oro del zar Nicolás II que está en el Hermitage; otro de los lugares en los que ensayaba era la Fundación Fabergé. Él era muy verborreico y poético, y hablaba como en laberintos. Sobre mi trabajo decía que yo debía sentir en mi interior una especie de sangre de mármol. En sus paseos por el Hermitage hasta donde estaba el piano él se iba encontrando con muchas estatuas que tenían distintas presencias, estaban hechas de mármol y el paso del tiempo las llenaba de polvo y las iba desahaciendo. Y esa era la sangre que Oleg veía en mi manera de moverme. Decía que mi cuerpo sí entendía su música. Para mí fue un honor poder trabajar con él”, añade Martín.