Jordi Galcerán es el autor teatral español más taquillero. En Madrid se mantiene en cartel desde hace tres temporadas Burundanga, y su obra más reciente, El crédito, estrenada en 2013, continúa su imparable éxito de público. A estas se ha sumado desde hace unas semanas Dakota, uno de sus textos más tempranos. Lo representa el grupo aragonés Teatro Del Temple, del que vi no hace mucho un digno montaje, El arte de las putas. Atraída pues por lo bien que me lo paso en las obras del autor y la buena opinión que me había forjado de la compañía, fui a ver Dakota al Teatro Lara. Pero el desaguisado es grande y las dos horas que dura pasan como si tuviéramos que esperar a que un gigante enhebrara una aguja.
Esta obra fue escrita por Galcerán en 1995 para su compañía de teatro amateur, cuando apenas era conocido. Fue premiada y es, junto con Palabras encadenadas, la pieza con la que inició su carrera ascendente. Me resultan misteriosas las razones que llevaron a la crítica catalana de entonces a ensalzar este texto, aparte de su peculiar estructura: la obra es narrada por un personaje que cuenta en primera persona sus sueños premonitorios -sueña que su mujer le engaña con otro-, y que son ilustrados por los actores en escenas que van de la realidad al sueño. De esta manera, el juego es esencialmente teatral.
Vista con la perspectiva que dan los años transcurridos desde su publicación, observo que la obra concentra los temas sobre los que ha perseverado el imaginario de Galcerán y sobre los que ha edificado con la maestría que le caracteriza sus posteriores construcciones dramáticas: la infidelidad en la pareja, las falsas identidades, las obsesiones que pueden arruinar una vida, los problemas económicos que azuzan al ser humano y las nulas posibilidades que tiene el hombre para controlar el curso de su vida.
Esta obra la protagonizó hace muchos años Carlos Hipólito, que ha interpretado varias del autor. Pero el principal problema de este montaje de Teatro del Temple es la desafortunada traducción escénica del texto. El papel protagonista del soñador recae en José Luis Esteban, un actor con tablas, pero que no consigue encontrar ni el tono ni el resorte que haga saltar la comicidad de su personaje y de las situaciones que se crean. Deficiencia que se acentúa en el resto de los actores, los cuales por otro lado no tienen ninguna tabla de salvación a la que agarrarse, pues el nivel de producción es paupérrimo.