¿Cómo programar Erwartung (La espera) de Schönberg, una ópera que dura solo media hora? El Teatro Real la ha puesto precedida de La voz humana de Poulenc, lo que enriquece a ambas por sus similitudes y, aún más, por sus diferencias.
Son dos caras de la misma moneda: el retrato de una mujer que muere (y, a lo mejor, también mata) por desamor. La voz humana no puede ser más francesa ni Erwartung más germánica. La modernidad parisina, diatónica y luminosa de Cocteau y el Grupo de los Seis sirve aquí de preludio a la postonal y sombría de Schönberg, Freud, Kokoschka y los demás.
Son dos monodramas para soprano y orquesta cuyas sonoridades, geniales y en tantos sentidos opuestas, comparten la capacidad de contarnos convincentemente el relato o sueño de un momento de absoluta desesperación. El sueño, con sus monstruos correspondientes, es de raíz surrealista en un caso y expresionista o sicoanalítica en el otro.
[Rossy de Palma debuta en el Teatro Real entre Schoenberg y Poulenc]
A propósito de La voz humana, el psiquiatra Carlos Castilla del Pino dejó dicho que el monólogo no existe: es siempre una forma ficticia de diálogo y que el callar, las pausas, el silencio que atraviesa las dos óperas, es siempre significante y forma parte del discurso. "¡Quiero mis silencios"!, dice Luis Gago que dijo Poulenc en un ensayo de su ópera. "¡La música me importa un bledo!"
La elocuencia de la orquesta en esas dos formas de sonar tan distintas es un gran logro de la Titular del Teatro Real y del maestro Jérémie Rohrer, experto en la música prerromántica y sus delicadezas. La elocuencia es igualmente la virtud más sobresaliente de las dos sopranos: Ermonela Jaho en Poulenc y Malin Byström en Schönberg, que inundan la sala en avalancha musical, cada una a su manera.
Jaho nos inyecta en el oído todos los matices y la urgencia de las emociones de su protagonista y Byström relata con asombrosa claridad y naturalidad una parte que bordea lo imposible. Ya gustamos estas cualidades en su interpretación en este mismo teatro de la Condesa del Capriccio de Richard Strauss. La dirigió entonces el mismo Christof Loy que firma la escena y la escenografía de este Poulenc/Schönberg, que está lleno de retos teatrales.
La acción está doblemente ausente, primero porque es interior, ocurre dentro de la mente de las protagonistas, y segundo porque está diferida, no la vemos ocurrir, sino la esperamos, o la esperan ellas.
['Lear', una tragedia para oír]
La heroína del francés espera, colgada del teléfono, una vuelta imposible del amante que la ha abandonado y la del austriaco, cuchillo de cocina en mano, espera encontrarse, reencontrarse, recuperar, apuñalar, resucitar, rememorar o sabe Dios qué, a su amante, sea en vivo o en cadáver.
En todo caso, ambas esperan, como el título de la obra anuncia. Lo hacen en un mismo espacio escénico, una casa de amplias ventanas, recién amanecida en Poulenc y anochecida y abierta al jardín en Schönberg.
Separando más que enlazando ambas tragedias, Christoph Loy y Rossy de Palma han ideado un sorprendente entremés titulado Silencio, que busca la universalidad en lo local y lo culto en lo popular. Es la vía de Almodóvar y, antes y de otra manera, la de Falla e incluso Bartók. Eso o, más bien, rodea de brillo colorido y cotidiano textos profundos.
Entre angustia y angustia, una sonrisa con trastienda. Se agradece, pero no me imagino cómo presentar este intermedio castizo en el Teatro Wielki de Varsovia, coproductor del espectáculo.