¿Qué tiene de especial la música de cámara? Decimos a veces que en la cámara está la máxima expresión de la música. ¿Por qué? Cámara es la música que cabe en una cámara, en una habitación, pero ¿por qué es sinfonía una de Haydn, con veinte músicos, y puede ser camerística, al menos a ratos, una de Mahler con ciento y pico? La cuestión no es el número de intérpretes ni el tamaño de la sala, sino la naturaleza de la expresión, que en cámara ha de dar la sensación de ocurrir entre pocos, de persona a persona. No es la distancia en metros, sino el tipo de interpelación. Una música puede estar escrita para multitudes, para ser oída en sociedad, en asamblea, o bien para ser experimentada cercanamente, en conversación trufada, quizá, de confidencias. Es verdad que luego voy y escucho la Sinfonía de los mil de Mahler solo, en mi habitación, o disfruto unos versos de Heine/Schubert cantados a media voz en un teatrazo de 2.000 butacas, pero ese es otro cantar.
Habrá mil circunstancias prácticas que expliquen que el Trío Elegía española de Jesús Torres, encargo de la Orquesta y Coro Nacionales de España para su ciclo Satélites, sea eso, un trío para violín, violonchelo y piano, pero, además, esta obra es de cámara por necesidad interior, o eso me pareció a mí. Es un lamento de Luis Cernuda escrito en plena guerra civil, lo que parecería propicio al tono airado y asambleario, pero la visión de Cernuda —y la de Torres—, es camerística, cercana y de peripecia personal, más que colectiva. Igual hizo Torres en su ópera de cámara Tránsito, hace un par de años, sobre un asunto parecido.
No digo que el Trío sea suave ni que hable en voz baja. Al contrario, no le faltan cuchillos, hachazos y catástrofes, pero están evocados con cercanía. Lo que percibo no es tanto el desastre del campo de batalla como su narración. La escritura es bien sonora, cuando no estridente, pero prevalece la sensación de relato nocturno, de que sabemos que ha ocurrido algo enorme, aplastante y ruidoso, pero ahora te lo estoy contando a ti y tú me miras, te quedas pensando, y me comprendes. El asunto no es apropiado para la multitud, donde se perdería la sutileza del lamento de Cernuda-Torres, que no lloran tanto los desastres de la guerra, cuando el vacío del desarraigo. Cernuda denuncia la destrucción de su país con un patriotismo íntimo, camerístico, alejado de la arenga. Canto a España, pero no porque sea lo mejor, über alles, sino porque es lo mío. Me recuerda a Quevedo ("Miré los muros de la patria mía") cuando descarga una sucesión de aliteraciones sobre la palabra "mía", porque lo que se le está desmoronando no es una estructura política colectiva, sino un universo personal, un sistema de referencia en el que comprenderse y una pluralidad concreta en la que poder ser social. "Háblame, madre", le dice Cernuda a España, en un diálogo que es necesariamente doméstico.
Torres aborda la musicación de esta elegía —que resulta más tremenda cuanto más contenida—, con un amplísimo repertorio de sonoridades, todas ellas expresivas y evocadoras. Como en otras obras recientes, recurre a patrones cuadrados que parecen repetitivos, de estirpe americana, pero no lo son, porque no buscan deslizarse sobre sí mismos como los campos de rayas de un Sempere, ni variarse según la tradición alemana, sino mostrar al público su carácter orgánico, su naturaleza viva. Son periodos que se suceden de manera aditiva, casi polinómica, sin pulsión de desarrollo. Como la de Cernuda, la de Torres no es una elegía global, construida, sino una sucesión de gestos-queja. La hizo sonar magníficamente hace unos días el Trío Elián, que forman Ane Matxain, Josep Trescoli y José Enrique Bagaría.
Se nos anuncia mucha música de cámara para el próximo curso. Al propio ciclo Satélites de la OCNE volverán los Elián para hacer más Torres y la magnífica Trucha de Schubert, paradigma del gozo camerístico. Hay cuartetos, tríos de cuerda y con piano, ensembles de violonchelos y de contrabajos, grupos con arpa en torno a la Sonata de Debussy, tardes de jazz, veladas de voces, a solo o en coro, con música de todos los tiempos y lugares, incluido Broadway, encargos de la OCNE a Federico Jusid, Sergio Blardony, Eduardo Costa, Javier Martínez Campos y Hermes Luaces y abundancia de compositoras.
En los tres primeros meses del año, la Orquesta y Coro RTVE convocará, como es costumbre, junto con Radio Clásica, su Ciclo de Cámara. Otro día hablaremos de la próxima temporada de la Fundación Juan March, que es pura cámara, pero el gran aluvión camerístico lo aporta, una vez más, el Centro Nacional de Difusión Musical. La mayor parte de las 324 páginas que tiene el libro-programa de su temporada del próximo curso corresponden a conciertos de cámara de uno u otro tipo. Es imposible resumir en unas líneas siquiera las citas imprescindibles, pero señalo tres cosas: que oiremos catorce obras de cámara de su compositor residente, José Luis Turina; que el CNDM incluye en su programación el Liceo de Cámara, el ciclo que puso a España en el mapa internacional de la música de cámara; y que los grupos residentes en el CNDM son dos grandes del género: el Cuarteto Quiroga, que lleva veinte años triunfando por esos mundos, y la Accademia del Piacere, que fundó y dirige el violagambista sevillano Fahmi Alqhai.
Por su parte, en el centro de Madrid, debajo de la Minerva, el Círculo de Cámara promete grandes tardes para su quinta temporada en una variedad de formatos. Hay tres recitales de piano (Yulianna Avdeeva, Benedetto Lupo, Seon-Jin Cho), más Javier Perianes tocando el quinteto de Schumann y Benjamin Alard, las Goldberg. Además, hay una sesión de cine mudo (Amanecer de Murnau) sonorizado en directo por el Trío Arbós, una tarde de lieder con el joven barítono Konstantin Krimmerl y dos cuartetos: el Diotima con la integral de cuartetos y dúos de cuerda de Ligeti y el Cosmos, que se presenta ampliado para ofrecer la segunda gran Trucha del año. Pocas me parecen.