¡Si existiera el túnel del tiempo! Relleno un formulario con el sitio, el día y la hora, doy a enter y... ¡zas! Yo me pediría, lo primero, aterrizar en el Teatro An der Wien de Viena, el 22 de diciembre de 1808, a ver a Beethoven, enfurecido y medio sordo, tocar el piano y dirigir a unos músicos aterrorizados en el estreno absoluto de la Quinta, la Sexta, el Cuarto concierto de piano, la Fantasía coral y no sé cuántas obras más.
De momento, el tal túnel no existe, pero tenemos otra manera de viajar por la flecha del tiempo. El que quiera aterrizar en la iglesia del antiguo Colegio de la Compañía de Jesús de Madrid el 21 de abril de 1603 y presenciar los funerales de la emperatriz María de Austria, no tiene más que hacerse con el doble disco del Officium defunctorum de Tomás Luis de Victoria que acaba de aparecer, obra Albert Recasens y Juan Carlos Asensio. Al frente, respectivamente, del conjunto de polifonistas de La Grande Chapelle y del de gregorianistas de la Schola Antiqua, y con la calidad que han mostrado tantas veces, este dúo de músicos/musicólogos han grabado el Oficio de difuntos, el magistral réquiem a 6 voces de Victoria, y, además, han reconstruido musicalmente las dos jornadas de aquellas exequias: la vigilia de difuntos del día anterior, la misa de réquiem y el rito de absolución. Reconstruir significa, en este caso, hacer todo lo posible por averiguar y reproducir las circunstancias musicales y litúrgicas de aquella ceremonia: decidir el número de cantantes por parte; usar un bajón (el antecesor de nuestro fagot) para reforzar el bajo, que era lo propio en honras fúnebres tan principales; comenzar con maitines y laudes, que instauran el tiempo del ritual (o, más bien, detienen el tiempo para que se instaure apropiadamente el ritual); entonar el canto llano no a partir de ediciones modernas, sino leyendo directamente de cantorales de la época; cantar las lecturas sin apoyarse en notación musical alguna, sino aplicando de memoria las inflexiones y cadencias con que se puntuaba melódicamente el texto; todo lo cual produce en el oyente una sensación de inmersión en otro tiempo.
El folleto del disco completa la crónica sonora con aspectos visuales clave, empezando por la impresionante Resurrección de Lázaro, de José de Ribera, que llena la portada y enlaza con el responsorio de maitines "Qui Lazarum resuscitasti a monumento foetidum" (Tú que resucitaste a Lázaro de un sepulcro ya hediondo). ¡Qué lejos de nuestra inodora época, donde lo tenemos todo higienizado, incluida la muerte! Además, el librito informa sobre los asistentes a la ceremonia, la escenografía, los elaboradísimos catafalcos, los omnipresentes emblemas de la Compañía de Jesús y la ubicación de las sedes de aquellos eventos en la Topografía de la Villa de Madrid que dibujó Pedro Texeira en el siglo XVII. El libro, además de un estudio pormenorizado de la cuestión, equivala a una pequeña exposición, con imágenes procedentes del Prado, las Descalzas, la Biblioteca Nacional, el Rijksmuseum de Amsterdam o la Biblioteca Real de Bélgica.
En la caja del disco se reproduce, además, el retrato de la finada, obra de Juan Pantoja de la Cruz. Quita el hipo por la severidad del hábito y la elocuente claridad de los dos atributos —la corona y el rosario— de esta mujer fuerte, mitad emperatriz, mitad monja. Los rosarios son, en realidad, dos, uno colgado en forma de collar largo y otro en ejercicio, en los dedos. También están duplicados, en la corona, el orbe y la cruz. María de Austria fue protagonista del Sacro Imperio Romano Germánico no solo como consorte del emperador, sino con la corte imperial propia que tenía en Praga desde la que avivó la contrarreforma de la mano de sus aliados, los jesuitas. Además, fue madre de 15 hijos, entre ellos, dos emperadores y dos reinas, pero para los músicos fue, por encima de todo, la persona que acogió en Madrid a Tomás Luis de Victoria. Al enviudar, María se recluyó en el monasterio de Las Descalzas, donde contrató a Victoria como capellán. No compuso muchas obras Victoria en esos años, pero sí este réquiem, sereno y soberano, para su protectora. En la portada de la partitura, que también se reproduce en el folleto, se firma así: "Abulense, capellán de su Sacra Cesárea Majestad".
Si la música tiene el efecto de precipitar como ninguna otra sustancia el espíritu de los tiempos, aquí tenemos cristalizado un poco de aire de comienzos del XVII.