Como han reflejado numerosas informaciones y artículos en las últimas semanas, la tendencia al auge del vinilo como formato físico vuelve a ser una de las noticias a destacar en el balance de lo que ha pasado con la industria musical en el último año. Las cifras de copias vendidas de discos microsurcados tanto en EEUU (9,2 millones) como en Reino Unido (1,3 millones) son de hecho, las más altas desde 1991 y 1995, respectivamente, y en ambos casos más que duplicando las ventas de 2013. Sin duda extraordinarias y todavía más si pensamos en ellas como la punta del iceberg de un movimiento que afecta al resto de los principales mercados occidentales. Y es que se trata de uno de esos datos económicos reales que en absoluto describen la realidad. Parece bien necesario tomar en consideración la importancia del trasiego de segunda mano que se obvia en los recuentos, y de eso todavía más complicado de calcular: la casi invisible venta directa de vinilos músico-público en los conciertos junto al resto de merchandising o vía páginas web o plataformas como Bandcamp (quienes no por casualidad acaban de introducir su servicio para sellos). A muchos, la proporción de ventas no recogidas por los medidores habituales se nos antoja mayoritaria, especialmente en el segmento de músicos que venden pocas copias y en el terreno de la música independiente de países con mercados de venta física muy menguados como el de España. Todo un mercado oculto.
En ese sentido, existen otros datos interesantes que permiten ver algo más allá en este crecimiento del formato: las fábricas europeas y norteamericanas de vinilos no dan abasto y se están viendo obligadas a duplicar sus plantas de prensado y funcionar sin parar para llegar a cubrir la demanda de servicios. Pese a ello, los tiempos de entrega de los pedidos en Europa se ha doblado. Esto ocurre en buena parte porque al interés del mundo alternativo de amplio espectro (pop-rock, electrónica, hip hop, metal, punk, industrial, experimental…) se ha sumado el más reciente de los sellos multinacionales, que, como adelantaba su comportamiento en los últimos Record Store Day (igualmente en pleno crecimiento), ya ha visto la jugada clara y no desprecian el nicho de mercado que encuentran. Reediciones y nuevos discos de dinosaurios como Pink Floyd y alguna apuesta por nuevos músicos les aporta beneficios nada despreciables.
La apertura de nuevas tiendas dedicadas a la venta de vinilos en Europa, en especial en las grandes ciudades de Gran Bretaña, es uno de los asuntos que ha destacado la web del sello-fábrica-galería The Vinyl Factory en el artículo donde resumen lo más destacado en el universo vinílico del año pasado. Este texto termina con una frase significativa: 2014 quizá fue el año en que la gente conciba que la longevidad de este “revival” depende tanto de la oferta como de la demanda. O lo que es lo mismo, que dependerá de cómo músicos, sellos, distribuidoras y tiendas conciban su propuesta hacia el público. De con cuánta cercanía lo hagan hacia los verdaderos motivos de los amantes de la música que no han abandonado o descubren o redescubren el formato. De la inversión en imaginación y comprensión del medio en el que están. Pero quizá se pueda ir un poco más lejos de lo que llega The Vinyl Factory. Acaso lo que se haya atravesado en 2014 sea un punto de inflexión en que eso que era entendido por muchos como un simple revival retrofílico de un formato antiguo al que se le atribuían propiedades fantasmales, en gran parte por motivos fetichistas y esnobs, pase a ser un modo de distinguir entre maneras de usar y vivir la experiencia musical grabada.
En este sentido el relato que por su parte ha publicado hace unos días la web de análisis de la industria musical Next Big Sound cuenta sobre 2014 una historia de grandes números protagonizada por un lado por las marcas comerciales de todo tipo que empiezan a reemplazar claramente a los sellos en la financiación de la música. Según la consultora de análisis experta IEG, LLC. las marcas invirtieron unos 1300 millones de dólares en su partenerazgo con músicos.
Y, por otro lado, por un cambio definitivo desde el consumo físico de la música al digital. Según sus cuentas en 2014 tuvieron lugar la friolera de casi 435.000 millones de reproducciones de música online. Así lo resumen desde Next Big Sound: 2014 fue el año en que una gran parte de la industria musical migró al medio online. Claro, el vinilo está de moda ahora mismo, y es genial. Pero el ingente volumen de actividad online es indiscutible… está claro que la industria ha tomado un camino del que probablemente no hay vuelta atrás.
Estas cifras permiten ver, no el progresivo deterioro del valor de la música como objeto físico, ni siquiera del formato CD, sino el auge paralelo de dos modelos. Uno a gran escala que sería el de los grandes grupos empresariales que tienen sus participaciones en los mercados del ocio y buscan su extensión allí y naturalmente en los medios online y las redes sociales mediante relaciones simbióticas con los músicos. El impacto de este modelo se está acoplando a la música como punto de encuentro social, que es como una gran parte de los llamados millennials (o sea los nacidos entre 1980 y 2001) la experimenta la mayor parte del tiempo.
La música crece sin límite como lugar de intercambios sociales desde la hegemonía de valor del perfil personal en la intangibilidad flotante y agilísima del streaming y la red social. A la vez que ese otro modelo que representa, a su lado minúscula, la expansión del universo del vinilo. Ninguna excluye a la otra. Son, diríamos, universos paralelos.
La tendencia de recuperación del vinilo como formato traduce algo arraigado en la tradición del Pop como algo divertido pero en cierta forma espiritualmente sanador y capaz de expandir la consciencia. Una experiencia que tiene sus lugares públicos para distintas ceremonias pero que es experimentado en buena parte en la soledad de lo subjetivo. Se fundamenta en algo físico, algo que se guarda, no tanto en un sentido conservador como de una apuesta por unos valores menos efímeros. Una alianza tangible que da poder frente al frío, el dolor y el miedo de ahí afuera. Cobijo escogido en la tormenta invisible.
Las posibilidades físicas del formato vinilo de hecho están empezando a ser exploradas con un brío nunca visto, al menos desde los años de auge de la psicodelia. En este sentido, una de las formas en que se está manifestando el nuevo optimismo vinilero es la proliferación discos con cuidados diseños de lo más trabajosos que se asoman al álbum musical como precioso objeto de artesanía y también de ejemplares raros, especiales. Ello llega en estos días hasta la excéntrica inclusión de cosas dentro del propio disco de vinilo: sangre, orina y pelos del músico, objetos como hilos, hojas de árboles, purpurina y polvo de asteroide, e incluso olores y hologramas. Son demostraciones que se columpian entre lo directamente bromista, lo ridículamente pretencioso y una entrega casi incondicional y algo narcisista del músico al disco como obra y a un público con el quiere establecer los vínculos casi religiosos ya mencionados en otras ocasiones en este blog. Pero, más allá de ese apogeo, encontramos una pequeña sección de músicos que han entendido parte de las enormes posibilidades de un disco redondo que suena mientras gira ante nuestros ojos. En este apartado naturalmente se encuentra la aplicación para móvil con la que Brian Eno y Karl Hyde hacen posible ver una realidad cambiante en los surcos de su álbum Someday World.
Aunque lo que sin duda se lleva la palma es el resurgimiento en los últimos dos o tres años del concepto de juguetes ópticos antecedentes del cine en el siglo XIX como el fenaquistiscopio que fuera inventado para fines científicos por el físico belga Joseph Plateu hacia 1935 y que consistía en un disco de 10 o 12 pulgadas de diámetro, ilustrado de manera que al hacerlo girar frente a un espejo, el espectador podía ver una pequeña animación.
Músicos como Bonobo (en ?Cirrus, primer single de su LP de 2013 The North Borders), Kate Bush ?(un remix de Running Up That Hill…, 2013) o Bombay Bicycle Club? (So Long, ?See You Tomorrow, 2014) entre otros, han comenzado a editar picture discs (vinilos enteramente pintados) con animaciones de fenaquistiscopio. En este sentido, la mayor sensación la han provocado el dúo músico-visual británico Sculpture. La caótica y adictiva música electrónica e imágenes psicodélicas a partir de bucles y las ideas y conceptos que manejan tanto en su música grabada como en su directo, requieren de tiempo y espacio y serán tratadas en una inminente Columna de aire. Por el momento diremos que se han convertido en la punta de lanza del aprovechamiento de las posibilidades de realidad aumentada que proporciona el disco físico.
Es curioso lo mucho que recuerda todo ello a las máquinas óptico-cinéticas de Marcel Duchamp, en especial a aquellos Rotorrelieves que el artista francés entendió más que como Arte como invento comercializable y un juego y que consistían precisamente en discos de cartón dibujados de tal manera que, al ser reproducidos en un tocadiscos, provocaban una ilusión óptica de tridimensionalidad que el mismo Duchamp llegó a definir como música para sordos. Como tampoco deja de recordarle a uno a aquel “pequeño invento” de Chicho Sánchez Ferlosio, que entre coplilla y coplilla de protesta genial y juegos con los fonemas ideaba sistemas parecidos de alucine visual con rotores y una vespino. En suma, este nuevo cultivo de viejos valores del arte asociados al pop que encarnan los vinilos como mecanismos visuales nos recuerda que si la música nunca dejó de ser un juego con los sentidos posiblemente la pasión por ella tampoco dejó de ser un juego muy serio, un cortocircuito en la realidad, una búsqueda a toda costa de la expansión de lo físico mediante lo ilusorio. Esa clase de magia de lo tangible que viene explorando la mentalidad psicodélica desde principios de siglo XX.