Que Todo un hombre (Netflix, 2024) sea lo más potable que ha escrito David E. Kelley en los últimos años no era muy complicado, sobre todo después de haber perpetrado desastres como The Undoing (2020), Nine Perfect Strangers (2021) o The Calling (2022) – y algú éxito pasable como El abogado del Lincoln.
Si, además, hablamos de la adaptación de una novela de Tom Wolfe (La hoguera de las vanidades, Elegidos para la gloria), había un mínimo de garantías para pensar que, por esta vez, el nombre del creador de Ally McBeal (1997-2002) figuraría al frente de un proyecto fiable.
Lo mismo debieron pensar al leer los primeros guiones intérpretes como Jeff Daniels o Bill Camp, y actrices de la talla de Diane Lane o Lucy Liu. Y si decimos los primeros guiones es porque, seguramente, de haberse topado con los libretos de los desafortunados dos episodios finales, quizá se lo hubiesen pensado mejor.
El núcleo de esta historia coral lo encontramos en la biografía de Charlie Croker (Jeff Daniels), un poderoso empresario radicado en Georgia al que su banco amenaza con embargarle todos sus bienes si no empieza a satisfacer la milmillonaria deuda contraída con sus prestamistas, pacto que, lógicamente, no está en condiciones de cumplir.
Por un lado, asistimos al duelo crediticio entre Croker y el dúo de vengativos financieros que forman el alto directivo Harry Zale (Bill Camp) y Raymond Peepgrass (Tom Pelphrey), un subalterno carcomido por la envidia y, a su vez, ahogado por una paternidad indeseada que se manifiesta en forma de impagable compensación económica.
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Por el otro, nos adentramos en las frondosidades del drama legal injertado de desventura carcelaria protagonizado por Conrad Hensley (John Michael Hill), esposo de la secretaria embarazada de Croker, que ingresa en prisión tras agredir a un policía violento después de negarse a que su vehículo fuese retirado por la grúa.
Esas dos tramas principales derivan en una estructura arborescente que se amplía bien con otras subtramas (las maniobras del vigente alcalde de la ciudad para ser reelegido), bien con la multiplicación de los puntos de vista: Roger White (Aml Ameen), el abogado de Croker, divide su trabajo entre asesorar a su jefe en la lucha contra el banco, al tiempo que ejerce de enlace con el alcalde que quiere utilizar la debilidad del empresario en su beneficio, y entre la preparación del juicio de Hensley.
Además, la narración se ocupa de mostrarnos la historia tanto desde la perspectiva de Peepgrass como desde la de Martha (Diane Lane), primera esposa de Croker, que se verá involucrada en un esperpéntico romance con el empleado de banca mientras aspira a conservar el valor de sus bienes, pues conserva participaciones en los negocios de su exmarido que corre el riesgo de perder.
Por más que cada una de las líneas argumentales principales diese para dos sólidos relatos independientes –la caída empresarial y los fallos del sistema judicial- los guiones de un Kelley que firma en solitario la adaptación de esta novela fechada en 1998, equilibran bien las tramas y la focalización múltiple, aunque quizá el relato hubiese ganado en consistencia si la solución a los distintos conflictos hubiese tenido el mismo desenlace dramático. Es decir, que la triquiñuela legal que salva a Hensley fuera decisiva en la resolución de los problemas financieros de Croker o al revés (aquí la conexión entre las partes la proporcionan los personajes, no el drama).
El carisma y la brillante interpretación de Daniels hacen que el derrumbe económico y moral del magnate que encarna se sigan con interés. Su lesión de rodilla actúa como metáfora de un hombre también lisiado en sus afectos, alguien que todo lo pudo y que ahora se siente incapaz de hacer frente a una situación habitual para un empresario de su nivel convertida en extraordinaria por las ansias de notoriedad de un par de directivos bancarios.
Su comportamiento impulsivo y testosterónico -estamos ante alguien vehemente que insiste continuamente en “poner los huevos encima de la mesa”- muta en desesperada impotencia cuando observa cómo sus intentos por buscar un inversor se van al traste (iniciativa malograda por su propia conducta, digna de un neandertal malhumorado) o ve cómo sus maniobras para obtener favores del alcalde, que pasan por una estrategia de desacreditación del otro candidato involucrándolo en un escándalo sexual en el que también está envuelta una amiga de la exmujer de Croker, chocan contra unos principios morales que ni él mismo sabía que poseía.
Funciona también todo lo relacionado con el drama legal, sobre todo porque es consecuente con la descripción (y posterior transformación) de dos personajes fundamentales como son el de Hensley, un buen hombre encarcelado sin apenas motivo que, sin embargo, bajo el porte de un inocente injustamente acusado esconde un torbellino de violencia, y el de un juez retrógrado pero amante de la ley que no traiciona su idiosincrasia cuando el abogado defensor presenta los argumentos pertinentes.
Todo esto viene respaldado por una realización muy por encima de la media a la que nos tienen acostumbradas las producciones Netflix. La culpa la tienen Regina King (sí, la actriz que ganó un Oscar por El blues de Beale Street) y Thomas Schlamme, veterano director habitual en las series de Aaron Sorkin, entre muchas otras.
Pongamos un par de ejemplos. En el tercer episodio, Schlamme plantea de forma puramente visual y a través de un breve plano secuencia, cómo Martha se convertirá en objeto del deseo y elemento de tensión entre Raymond Peepgrass y Charlie Croker. La secuencia tiene lugar en una fiesta.
Tras una conversación en la que el empleado de banca flirtea no sin cierta torpeza con la exesposa del magnate, observamos cómo la cámara la sigue y se adecua a sus movimientos. Se girará para observar a Peepgras (denotando cierto interés tras ese primer encuentro) y al girar la cabeza contemplará por una de las ventanas exteriores que dan a un amplio salón, a su exmarido.
En ese punto, la cámara se quedará fija mientras Martha sale del plano y se posará en Charlie para, inmediatamente, moverse con él (le vemos siempre desde el exterior) hasta llegar a la altura de Raymond, quien lo mira desde la terraza a través de otra ventana y le saluda con sorna levantando su copa de champagne. La cámara girará sobre él mientras apura la bebida en un gesto de suficiencia.
En un mismo movimiento de cámara se juega con tres puntos de vista (marcados por el uso del desenfoque), el de Martha, el de Charlie y el de Raymond y en ese intercambio de miradas -Martha/Raymond, Martha/Charlie/, Charlie/Reymond- Martha se constituye como un valor de mercado crucial, como el elemento desestabilizador que puede derrumbar definitivamente a Croker.
También es importante el espacio, puesto que Peepgrass y Martha ocupan la terraza, mientras que Charlie se encuentra encarcelado en el interior, una forma sutil de denotar quienes son los que acabarán juntos (los que ocupan el mismo espacio, los que están en sintonía) y quien terminará enjaulado en la cárcel que ellos dos le prepararán.
Vayamos ahora con Regina King, y que conste que nos quedamos con apenas un par de extractos de una serie que da para análisis más profundos y en la que, contra todo pronóstico, incluso angulaciones comprometidas como los planos basales o los cenitales, se utilizan con criterio. En el quinto episodio, Conrad Hensley recibe la visita de su esposa y su abogado.
Hablan por el interfono de la prisión que incluye un monitor de vídeo: nada de verse cara a cara. El preso les pide por favor que lo saquen de la cárcel cuanto antes, pues se encuentra en una situación delicada. Tras colgar el teléfono y abandonar la sala de visitas, la cámara se posará sobre el monitor en el que están Roger y la esposa de Hensley, a los que vemos de espaldas. Delante de ellos, la pequeña pantalla de cristal líquido enfoca una pared de cemento, la nada.
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Pese a que la conversación entre ambos, en la que la mujer le pide al abogado que actúe con celeridad o, de lo contrario, la cosa puede ponerse fea, esté rodada en planos y contraplanos, súbitamente la cámara vuelve a ocupar la posición inicial: los desenfocados pescuezos de Roger y Jill (Chanté Adams), el monitor vacío y sus caras en una esquinita de la pantalla.
La insistencia en ese plano -abre y cierra la breve secuencia- no es otra que la de señalar que, de seguir ingresado en Fulton, la ausencia de Hensley puede devenir permanente. Si no lo excarcelan pronto, ese plano vacío quizá sea el anuncio de un futuro fatídico.
Así de bien arranca el quinto episodio, hasta que los duendes del guion empiezan a hacer de las suyas y echan por la borda un trabajo más que notable (de escritura y de puesta en escena).
¿Por qué? Pues porque cuando más acogotado está Croker, Kelley se inventa una solución digna de un guionista temeroso de llegar tarde a la fecha de entrega y hace que el presidente del banco (un personaje que aparece en una única secuencia, del que nada sabemos y del que nada sabremos después de esa intervención) anule las acciones de cobro de la deuda iniciadas por sus directivos.
No es ya que sus razones sean peregrinas o poco convincentes, es que desde un punto de vista dramático resultan, por un lado, oportunistas y, por el otro, contraproducentes, puesto que, de golpe, despresurizan un relato que se sostenía merced al hostigamiento al que se veía sometido el protagonista.
Peor se ponen las cosas en el capítulo final, con un clímax en el que lo grotesco y lo torpe se mezclan anulando los deseos orgásmicos de Kelley, quien, en su denuedo por proporcionarnos un orgiástico acto final, se pasa con el viagra de la casualidad y la cosa termina en coitus interruptus (los que hayan visto la serie entenderán los símiles).
Por más que Todo un hombre recurra, en momentos puntuales, al humor genital y a la réplica soez, el final carga tanto las tintas y es tan abrupto que resulta tan satisfactorio como insostenible, principalmente porque para que ocurra (atención) Croker tiene que recibir la noticia de que su mujer y Peepgrass se la han jugado, tiene que ir hasta su casa y aparecer en el momento justo en el que sus enemigos juegan al Twister en pelota picada.
Las formas elegidas para plasmar tan súbito final no les dejarán indiferentes. Un consejo, protéjanse los ojos o sitúense a una distancia prudencial de sus pantallas. Avisados quedan.