1. Un policía. Un cadáver. 24 horas. Así podría resumirse Cara a cara, la miniserie danesa de ocho episodios escrita por Jakob Weis y Christoffer Boe, y dirigida por este último, que estrenó Filmin el pasado día 11. El tagline anterior puede resultar efectivo, pero esto no es un spot y les he escatimado unos cuantos datos. El más importante: el cuerpo que yace en la morgue es el de Cristina Rasmussen (Alma Ekehed Thomsen), la hija del agente de la ley que acude a la llamada del forense para investigar lo que, según la autopsia preliminar, es un suicidio. Si eres inspector de policía y la que descansa para siempre en la camilla metálica del patólogo es sangre de tu sangre, es muy probable que la autoagresión no te valga como causa de la muerte.
2. El policía Bjorn Rasmussen, protagonista absoluto de la serie, está interpretado por Ulrich Thomsen. Es decir, el Christian de Celebración (Thomas Vinterberg, 1998), el Michael de Hermanos (Susanne Bier, 2004) o el Adam Pedersen de Adam’s Apples (Anders Thomas Jensen, 2005). Hablamos de uno los actores daneses con mayor trayectoria a nivel internacional -de El mundo nunca es suficiente (Michael Apted, 1999) a The New Pope (Paolo Sorrentino, 2020)- y toda una figura en su país. Pero la cosa no queda aquí. En primer lugar, su hija en la ficción también es su hija en la vida real (y leer la serie en clave biográfica apunta a la redención de un progenitor ausente e invita a sobreinterpretar ‘tó el rato’). Y, punto número dos, atención a los secundarios. Soren Malling, conocido por haber interpretado a Torben Friss en Borgen (Adam Price, 2010-2013) y un habitual de la teleficción danesa (Forbrydelsen, 1864, El combatiente). David Dencik, el inquietante y repulsivo Alexander ‘Puss’ de Top of the Lake (Jane Campion, 2013-2017) o el Gorbachev de Chernobyl (Craig Mazin, 2019). Lars Mikkelsen, todo un clásico de la interpretación danesa: el Troels Hartmann de Forbrydelsen (Soren Sveistrup, 2007-2012) o el Vikctor Petrov de House of Cards (Beau Willimon, 2013-2018), sin olvidar sus apariciones en Sherlock (Stephen Moffat & Mark Gattis, 2010-2017) o su papelón en Algo en que creer (Adam Price, 2017-?). Este casting que reúne a la “crème de la crème” actoral del país nórdico también cuenta con la presencia de Lars Ranthe (el Dan de la cuarta temporada de Bron/Broen y un habitual del cine de Vinterberg) o Trine Dyrholm (la Gro Gronnegard de The Legacy y vinculada a la filmografía de Susanne Bier). Como aliciente no está nada mal, ¿verdad?
3. Quedémonos con Bjorn, sin duda un reflejo de los personajes protagonistas que han dominado la serialidad contemporánea de las últimas dos décadas. Aquí nos encontramos frente a un policía obsesivo y violento, con un gusto por la autodestrucción propio de un explosivo, como si hubiera nacido no para morir sino para matarse. Cuando Leland Palmer (Ray Wise) nos hizo ver que un padre de familia también podía ser un monstruo y que el hogar podía dejar de ser un espacio confortable y seguro para devenir el receptáculo del infierno, la serialidad cambio (hablo de Twin Peaks, claro). Desde entonces, y sobre todo a partir de principios de siglo, los héroes de las series dejaron de ser tales (esto lo explican muy bien los teóricos Jordi Balló y Xavier Pérez: busquen sus libros y sus artículos). Eran tipos como Tony Soprano (James Gandolfini), alguien capaz de estrangular a un soplón en primer plano y, dos secuencias antes, arropar a su hija ebria en la habitación de un motel. Cuando uno se colocaba frente al televisor para ver Los Soprano o Breaking Bad asumía que la imagen que le devolvería la pantalla había perdido su condición de especular para adoptar formas más siniestras, menos complacientes: habíamos dejado de ser la familia que se sentaba en el salón de casa para ver una serie que se desarrollaba en el salón de otra casa habitada por una familia seguramente más ejemplar que la nuestra. Bjorn Rasmussen continua con esa tradición de personajes escindidos, psicológicamente inestables, siempre acompañados por la sombra de la muerte. Bjorn es alguien capaz de cometer atrocidades -estrellar un coche con un compañero dentro para obtener una confesión- por el mejor de los motivos: hacerle justicia a una hija a la que jamás supo cómo querer, a la que, paradojas de la vida, solo podrá demostrarle su amor después de muerta.
4. Los ocho episodios, de 25 minutos de duración cada uno, acontecen en las 24 horas que van desde que Bjorn acude al depósito de cadáveres hasta que resuelve el caso. Es, como ya habrán adivinado, un relato detectivesco de manual. La estructura es bastante sencilla. En cada capítulo el policía interroga a un sospechoso del que obtendrá una pista que le llevará al siguiente. De la morgue al apartamento en el que residía su hija, de ahí a un burdel que le conducirá a una sala de fiestas tan elegante como turbia. El interior de un coche, el hipódromo, el crematorio y, por último, la casa del sospechoso serán los escenarios por los que deambule Rasmussen. A poco que los repasen, observarán que esos espacios incorporan otro tema básico de la narrativa criminal: la investigación revelará que la víctima era un ser bastante más oscuro de lo que aseguraba el cliente que encargó el trabajo; prostitución, drogas y un sinnúmero de actividades ilegales irán asociándose progresivamente al nombre de Cristina. Cierto es que aquí existen variaciones con respecto a ese motivo, puesto que nadie solicita los servicios de un policía que al indagar sobre el fallecimiento de su hija descubre que no la conocía en absoluto. Todo en Cara a cara funciona por condensación.
5. Si la figura del investigador fue históricamente bien recibida por el cine, y las adaptaciones de novelas criminales de todo pelaje -del noir al thriller pasando por el policíaco- han encontrado su espacio en el arte de la imagen en movimiento es, precisamente, por el desplazamiento continuo al que se ven obligados los protagonistas de este tipo de relatos. Si tenemos un personaje que no pare quieto, vamos bien. Con la miniserie de Boe & Weis sucede, sin embargo, que la acción ha quedado reducida a la mínima expresión. ¿Recuerdan lo de la condensación? Por sus características, la comedia y el policíaco son los géneros estrella de la televisión (pienso, sobre todo, en la ‘vieja TV’, cuando el ritmo de esos dos géneros se adaptaba al flujo televisivo) y, sin embargo, Cara a cara se mueve en unos registros que prescinden de esos rasgos tan fácilmente reconocibles. Estamos ante una serie estática en términos constructivos: apenas tenemos un escenario y dos personajes que hablan entre ellos. No hay persecuciones, no vemos a Bjorn ir de un lado para otro persiguiendo sospechosos ni contemplamos como husmea en busca de pruebas… Prácticamente, todo es conversación, no hay transiciones, solo interés por ir al meollo del asunto.
6. Aunque la duración y el interés por conocer el desenlace jueguen a favor de obra, las soluciones estéticas desplegadas para resolver un planteamiento argumental y estructural como el anteriormente expuesto se antojan insuficientes. Si pensamos en teleseries criminales que han hecho de la palabra su principal baluarte -Mindhunter o Criminal (España)- y recuperamos los análisis publicados en este blog, no es difícil reparar en que las decisiones de puesta en escena están en consonancia con las situaciones dramáticas planteadas. Es cierto que David Fincher y Andrew Dominik nos presentan un catálogo de soluciones visuales abrumador, como también lo es que Mariano Barroso evita una aproximación funcional a unas historias limitadas en lo espacial y en lo genérico. En el caso que nos ocupa, todo parece mucho menos elaborado. En el tramo final del último capítulo, un travelling frontal se acercará al rostro de Bjorn hasta prácticamente enfocar su ojo izquierdo, como si la cámara quisiera meterse en su cabeza. Ese gesto bien podría señalar la identificación existente entre serie y protagonista, único conductor de un relato poseído por un obsesivo deseo de justicia. De ahí que Christoffer Boe recurra al uso de planos contrapicados y escalas cortas, a las angulaciones en escorzo y a una música desasosegante, obra de Anthony Lledo y Mikkel Malth. Ese tratamiento visual se aplica en todos los capítulos y a todos los personajes, como si la mirada del agente Rasmussen fuera la que filtrara las imágenes sin importar quien las ocupe. Sin negar que la forma está en consonancia con la psicología torturada del policía -amén de guardar relación con un trama conspirativa que incluye la presencia de la BlackNet (resumen: nomenclatura inventada para nombrar el “interné” para cosas ilegales, normalmente asociado a nombres reales como DarkWeb o DarkNet… asuntos de los que no tengo ni la más remota idea)- en Cara a cara lo visual deviene formulario, como si el realizador hubiera creado una plantilla válida para todos los episodios y eso le hubiera ahorrado buscar alternativas para cada bloque dramático. Todo está excesivamente connotado -lo peor, sin duda, las visiones que Bjorn tiene de su hija- y aunque los acontecimientos se siguen con atención, el envoltorio formal siempre está por debajo de lo narrativo y de las interpretaciones. Estamos ante una de esas teleseries en las que nos interesa más saber qué pasará en la secuencia inmediatamente posterior a la que estamos viendo que a aquella que está frente a nuestros ojos.