Personas que me quieren bien me reprocharon mi entusiasmo con Los abrazos rotos. La vi dos veces entonces y la he vuelto a ver hace poco para comprobar si me dejé llevar por mi confesa admiración hacia Pedro Almodóvar, admiración que empezó en mi infancia y con los años sólo me ha dado alegrías ya que es fantástico que el paso del tiempo le dé la razón a un niño de 12 años. La tercera vez que vi esa película me gustó tanto, o más, que aquéllas dos primeras. Los abrazos rotos es una antipelícula por su narrativa fragmentada, sus giros sin sentido y su vocación por ser deliberadamente rara, pero late en ella la belleza de lo genuino, de lo que es producto tanto de la emoción como de una refinada inteligencia. Es la línea que marca definitivamente la frontera entre un Pedro Almodóvar que al mismo tiempo que se da un homenaje da un paso al frente y dice: Este soy yo, no me he rendido, os guste o no, voy a dedicar el resto de vida a hacer estas películas y a ensayar nuevas fórmulas, a cargarme todo lo que he hecho hasta ahora. Destruirse y reconstruirse es lo que hacen los verdaderos artistas. Pedro lo es.
La piel que habito es un paso más en esa senda por lo desconocido que ha iniciado el cineasta valiéndose de su talento pero también de su profundo conocimiento del cine, del dominio de un clasicismo que en su caso, véase Volver, como en el de todos los gigantes del arte, es casi absoluto. La piel que habito es, en este sentido, una película más perfecta que Los abrazos rotos, mejor "hecha", más clara, una conquista en el terreno de lo inconquistable, de lo rigurosamente nuevo y original; de lo radical en el mejor sentido de la palabra. Hablar a estas alturas del argumento suena repetitivo, Almodóvar hace muy bien en querer promocionar al máximo sus filmes (reprocharle que cuide sus trabajos como hace hoy un crítico a varias columnas es ahondar en esa absurda idea de que los artistas deben odiar al público y el éxito, cosa que es mentira y que es precisamente lo que les pasa a esas hordas de frustrados porque se creen no vindicados y prefieren la poética del fracaso a la luz del triunfo) pero puede producir un efecto de acumulación. Intentaré no contar más lo que ya se ha contado.
No hablaré, pues, de qué va la película porque, además, es muy difícil de explicar y se corre el riesgo de romper el misterio que encierra. Hablaré de lo que creo que cuenta la película, o de lo que cuenta para mí, porque, como todas las grandes obras, La piel que habito tiene la capacidad de hablar a cada uno con su propio lenguaje, de sugerirle cosas que le afectan íntimamente y que quizá son difícilmente confesables sino es partiendo de esa distancia que nos permite referirnos a ellas a través del arte. La piel que habito trata sobre quiénes somos y la dificultad para encontrar una palabra, un nombre, o ni siquiera, quizá tan solo una conciencia de ese ser que habita en nuestro interior y resiste a nuestros éxitos y fracasos, a la mutación ineludible de nuestra piel, de nuestra apariencia y nuestro propio ser. Habla sobre esa vocecita que somos nosotros y que nos acompaña durante toda la vida aunque muchas veces queramos cambiarla con nuevos ropajes o distintas ambiciones. Habla sobre eso que somos al final del día, cuando no queda nadie y estamos solos y comprendemos que estamos solos.
Todo ello lo cuenta con un filme grandioso, el más terrible pero también el más elegante y majestuoso de Pedro Almodóvar, que se mete a sí mismo en un tour de force estético en el que, con la ayuda del operador José Luis Alcaine, encuentra imágenes de una perturbadora y definitiva belleza: los reflectores del quirófano, la insuperable escena de la boda y la posterior no-violación o el reflejo de Elena Anaya y Marisa Paredes en esas llamas que avanzan la catarsis. La película habla sobre la supervivencia, sobre la extraordinaria capacidad del ser humano para salir adelante en las condiciones más duras, sobre la dignidad que podemos alcanzar cuando, mientras todo está en contra, somos capaces de decir "este soy yo" cuando todos dudan de quiénes somos o adónde vamos. En este sentido, siendo el filme de Almodóvar en el que suceden las cosas más terribles, también es el más humano, el que mejor se enfrenta a la cuestión de qué material estamos hechos y cuáles son sus goces y sus prebendas.
Polémicas absurdas han rodeado la película, como las de unas supuestas risas fuera de tono. Yo no me reí en ningún momento (salvo en la breve y divertida escena en la que aparece Agustín) y me resulta muy difícil comprender por qué hay quien sí. Un buen amigo y destacado crítico lo justifica con que es la risa que precede al espanto, la risa nerviosa de quien no sabe reaccionar de otra manera a lo que nos asusta demasiado. Es posible que algunos también se rían porque es lo que esperan de una película de Almodóvar y no van a ahorrarse ese placer por mucho que no sea el caso. También puede existir la sólida sospecha de que otros se ríen porque están hartos de que su principal enemigo los supere uno y otra vez a base de talento y de inteligencia, sin tener que recurrir al espectáculo de la descalificación para llamar la atención de millones de personas. Comienza a cansar la historia del maltrato a Almodóvar en España pero es tan rigurosamente cierto que entiendes perfectamente por qué tantos talentos patrios han emigrado o han terminado devorados por el odio hacia su propio país.
El otro día, hablando con una amiga, ante mi acérrima defensa almodovariana (soy apasionado, qué le vamos a hacer) me dijo que no había que confundir que a alguien no le gustaran sus películas con su nivel de inteligencia. Y tiene razón. Lo que no tiene un pase es la falta de respeto o negar lo evidente: La piel que habito puede o no gustar, pero desde luego no puede dejar a nadie indiferente. Almodóvar ha cambiado mucho desde los tiempos de Pepi, Lucy y Bom pero hay algo que permanece inalterable en su esencia (en esa esencia que rastrea en la película, esa esencia sin nombre ni sustancia pero que sabemos que está allí) pero hay algo que permanece inalterable en su obra y es la conciencia de que es la pasión, el deseo, lo que verdaderamente mueve a los seres humanos a comportarse como tales o como bestias. Esa dualidad de las personas, nuestra capacidad para lo más hermoso pero también para lo más terrible es lo que vemos en las extraordinarias, e imperecederas, imágenes de La piel que habito.