El delator es un texto que pretende ser escritura literaria y no pasa de ser una redacción periodística, bastante primaria por cierto, en la que el autor se regodea sin estética ninguna en su infamia. La infamia reside en el objetivo fundamental del panfleto: acusar de delación a Domingo Pérez Minik, intachable personaje de la literatura en lengua española durante toda su vida. No hay investigación ni prueba alguna que aporte el autor, que deviene delator en el texto, salvo una confidencia verbal de un pariente del poeta López Torres que le sopla al oído al delator -el autor- el nombre de quien supuestamente delata al poeta en tiempos de miseria, al principio de la incivil Guerra Civil Española. Los dos personajes centrales del panfleto son, pues, Pérez Minik y López Torres, que muere a manos de los falangistas caníbales del momento. Eso es todo el argumento de este autor que, repito, deviene delator a lo largo del infame texto, injuriosamente calumnioso.
El delator no vale gran cosa, ni siquiera la pena de leerlo. He esperado varios meses para ver quiénes se atrevían a contradecir al delator -el autor, repito- en sus teorías delirantes sobre y contra Pérez Minik. Dice el autor -el delator, al fin y al cabo del texto- que Pérez Minik fue su amigo, con lo que además se acusa a sí mismo de traición hacia un amigo que ya no está en este mundo y no puede defenderse por sí mismo. Los buenos poetas Miguel Martinón y Alberto Duque, también muy buenos profesores, salieron hace un tiempo en defensa pública de Pérez Minik, con suficientes y contundentes argumentos que dejan al autor -el delator, por supuesto- como lo que realmente traduce su texto: como un infame capaz de "fabricar" embustes con tal de sacar adelante un proyecto fallido en su concepción y en sus resultados.
El autor -el delator-, cuyo nombre no he querido acordarme desde hace años, y hasta ya lo he olvidado, no goza en su ambiente de una buena fama, sino todo lo contrario: es un mentiroso pertinaz en la política, en el profesorado universitario y en la literatura. Ninguna de sus obras anteriores quedará en la Historia de la Literatura, ni siquiera en la chiquititez literaria de su tierra, sino que -como su nombre- todas quedarán en un olvido misericordioso. Cuando parecíamos amigos, me confesó un día que la facción surrealista de Tenerife (la que convirtió en gloria literaria la revista Gaceta de Arte y todas sus acciones intelectuales y políticas) "era una sintaxis a olvidar". Estábamos tomándonos unos tragos en la barra de Los troncos, ya cerrado, a unos metros precisamente de la casa de Pérez Minik, en la calle de Santa Cruz de Tenerife que debería desde hace años de llevar al nombre del escritor que tantas enseñanzas nos regaló. Y ocurre que lo que carece de sintaxis recordable es precisamente el texto de El delator. Como narración de ficción no sirve para nada porque su objetivo no es, al final, escribir una novela, con todos los elementos de ficción de los que el texto está ayuno; no hay, pues, por mucho esfuerzo que haya hecho el autor -el delator- nada literario; como reportaje periodístico, la redacción es elemental, no llega ni siquiera a cultura general, aunque el delator -el autor- pretenda, como a lo largo de toda su existencia, darnos gato por liebre y hacer pasar por novela lo que a simple vista y ojeo el lector nota que es un panfleto infame, lleno de sordidez y carente de la más mínimo estética y ética literarias.
El delator ha sido ya, salvo esta excepción y dos más (las citadas de los poetas Duque y Martinón), calificada y destinada al silencio. Por vergüenza ajena y por, digo yo, justicia poética que es, al final, la única justicia que se cumple más tarde o más temprano. La literatura, es verdad, suele ser un ejemplo -me refiero a textos de valía literaria- de venganza humana. El autor trata por todos los medios de exorcizar sus fantasmas cotidianos escupiendo sobre ellos y defendiéndose del mundo contra el que está en guerra de la mañana a la noche. Pero, a veces, la insania convierte las tinieblas del corazón de la escritor en su propio espejo. La venganza se vuelve, entonces, contra el autor que se describe sin apenas percibirlo como lo que realmente es en su vida: un ser carente de valores reales, un tipo que se ampara en su sola y exclusiva vanidad enfermiza para tratar inútilmente de alzarse sobre el común de los mortales y demostrarles a todos los demás su insolvente valía y su inexistente talento. Es lo que le ha pasado al autor de El delator: se ha repatriado como lo que es y el texto es un bumerán menor que termina golpeándolo en el centro de su excesiva e intolerante autoestima. De modo que ya no recuerdo su nombre ni su memoria. Y si me he acercado al texto de El delator (ni siquiera el título del panfleto es original suyo) es porque la indignación de muchos amigos escritores me hicieron leer ese texto por curiosidad intelectual y, como digo, venganza poética. Por lo demás, ya lo he dicho antes, es una sintaxis a olvidar. Él -el delator- y su nombre.