Exposiciones

Luis Seoane

Pintor Universal

26 diciembre, 1999 01:00

En la memoria de muchos gallegos, Seoane pervive como un mito multiforme. Encarna el espíritu de la Galicia emigrante, de las raíces y del destierro, el ideal de una cultura entroncada en lo popular y en fin, la resistencia contra la dictadura y contra el largo olvido. Seoane es para sus paisanos algo muy cercano y propio, vivido a través de una herencia diseminada por todas partes, hasta en las piezas más humildes de la artesanía y de la estampa. Pero con todo el respeto que esto merece, hay un Seoane más vasto, más dilatado, que sin dejar de ser nunca un artista gallego, quiso, como él decía, hacer "una pintura absolutamente universal y de nuestro tiempo". Este es el horizonte que nos abre la ejemplar exposición del CGAC, cuyo comisario, Valeriano Bozal, trató al artista en vida y conoce bien su obra y su contexto. Para empezar, la muestra se limita a las pinturas, dibujos y grabados del artista, prescindiendo de los famosos diseños para cerámica y de los tapices basados en sus cartones.

Tampoco está presente, es evidente, el importante trabajo de Seoane como muralista (que en todo caso sí se ha tenido en cuenta en los textos del catálogo). Como complemento a la exposición hay una muestra menor dedicada al Seoane grafista, coproducida con el IVAM, y que irá después a este museo.

Luis Seoane (1910-1979) nació en Buenos Aires, hijo de emigrantes gallegos, pero volvió de niño a su patria de origen. Estudió Derecho en Santiago y comenzó a exponer y a publicar dibujos, al mismo tiempo que iniciaba un duradero compromiso cultural y político con el galleguismo. La Guerra Civil le empujó al exilio, para recomenzar su vida en otra patria, Argentina, de donde nunca regresaría definitivamente, aunque desde comienzos de los años sesenta dividía su tiempo entre las dos orillas del Atlántico.

La exposición se inicia con una brillante obertura que anuncia un motivo conductor: Seoane como constructor de iconos, de imágenes emblemáticas. Aquí están sus pinturas de gran formato de comienzos de la década de los sesenta, como la Gran comercianta o la Gran dama impasible, majestuosas figuras femeninas que condensan la memoria colectiva, versiones del arquetipo del la Mater Galleciae, la Gran Madre galaica. Más que evocar simplemente un origen mítico, estas pinturas recrean una identidad cultural en un lenguaje rigurosamente moderno; no están muy lejos de los ensayos de Matisse y Picasso por reinventar una arcaica edad de oro.
Tras este pórtico, comienza el recorrido en el tiempo. En los dibujos de los años treinta hay afinidades con la figuración lírica y el surrealismo, con los dibujos de Bores, de García Lorca o de José Caballero. Pero poco después se deja sentir también un talante muy distinto, más áspero y cruel, un poco a lo Grosz: por ejemplo en sus dibujos de sátira política contra Franco hacia 1940.

Seoane se convirtió en pintor a partir de 1945. Desde entonces hasta 1951, su obra navega en la estela de un clasicismo picassiano, del Picasso por ejemplo de la Suite Vollard, con sus deformaciones anatómicas y su ambición monumental, en series como el Homenaje a la Torre de Hércules y El ceñidor de venus desceñido. Las líneas fluidas, orgánicas, envolventes no se reducen a la superficie decorativa, sino que sugieren unas formas rotundas, como en el magnífico Desnudo de 1950. Al trasladarse a la pintura, el dibujo clasicista y monumental se alía con colores vivos y encendidos, de audacia fauve. Los temas campesinos, del mar y la emigración son ecos de la tierra, pero muy lejos de los tópicos que el costumbrismo y el regionalismo romántico asigna al noroeste español. Véase si no esa deliciosa Ofrenda al mar, que en vez de brumas ostenta una radiante claridad mediterránea.

Entre 1951 y 1953 se da, como explica Bozal, un momento de transición cuando Seoane se entrega al paisaje. Al pie de los Andes, la geología le sugiere cuerpos, opulentos cuerpos femeninos recostados. Luego pintará también vistas urbanas, como ese Suburbio de Buenos Aires donde late el ejemplo de Torres García, otro artista preocupado por injertar signos arquetípicos en el tronco del lenguaje moderno. En esta etapa, la obra gráfica adquiere una importancia muy marcada y anuncia un lenguaje de creciente abstracción. Aquí está el famoso anuncio de Cinzano, composición pura de planos geométricos al modo constructivista.

Desde 1954 Seoane reintegra los temas campesinos. Su amigo Maside le previene contra el formalismo de la abstracción moderna, que amenaza la expresión de las raíces. Pero la suerte está echada: en adelante, y sin renunciar a las figuras de mariscadoras, de emigrantes, de campesinos en rebelión, el pintor avanza hacia una depuración plástica creciente, con el uso cada vez más franco, más puro de los recursos plásticos, explotando el desajuste entre línea y plano de color: con matizados ocres y azules o con verdes y naranjas furiosos... La exposición nos convence de que la inspiración de Seoane no se fue debilitando con el tiempo. Desde el fondo de la última sala, un espléndido y matissiano Mar del Orzán (1973) nos saluda con una vitalidad más plena y más libre que nunca.