Gusanos vivos para pescar
Rodrigo García, director de la carnicería-teatro
26 diciembre, 1999 01:00En el teatro se mezclan dos grandes clases de problemas funcionales o técnicos. Por un lado, están los que se relacionan con las ideas o conceptos. Por otro, los que tienen que ver con la ejecución. Cuando eliges dedicar tu vida, que no es ninguna tontería, a la profesionalización del teatro, no encuentras mayores dificultades (artísticas quiero decir) relacionadas ni con el primero ni con el segundo de los puntos que acabo de enunciar. La ideas y los conceptos son más o menos los que aprendiste en las escuelas y centros de formación teatral. Y la ejecución se alimenta de la experiencia de los colaboradores que te vas a encontrar: directores de escena, técnicos de luz y de sonido, actores veteranos, es decir, profesionales que pueden ayudarte en mucho y darte, por lo general, una certera opinión o un esclarecedor punto de vista estándar acerca de cómo conseguir un teatro bien hecho, una obra que "funcione" o que "guste al público".
Seguro que, siguiendo este camino, uno puede convertirse en un profesional eficaz e incluso en su opuesto, un profesional destacado. Es un destacar menor, ya que te desmarcas sólo por hacer mejor que los demás algo aceptado culturalmente, reglado de antemano. Quiero decir que la dimensión de las ideas con las que el artista trabaja en estos casos son las convencionales y por tanto mínimas: no han requerido mayor elaboración, mayor búsqueda, ni mayor calidad vital, que es para mí lo más importante, ya que asocio vitalidad y vida con una buena dosis de disconformismo y asocio disconformidad con aportar otros puntos de vista, inesperados, sobre los acontecimientos.
Lo que digo acerca de la dulzura de entender el teatro como profesión guarda una llamativa relación con las conductas de algunos animales. Hay perros que buscan mucho mejor que otros el palito.
Por eso considero una conducta bastante salvaje este proceso de acumulación de teatro, es decir de un teatro repetido, que vuelve una y otra vez sobre las mismas ideas, que se cierra en sí mismo y en su artesanal manera de ver las cosas, esta montaña de teatro que se relaciona malamente con otras disciplinas del pensamiento. Y lo considero oficio irreflexivo ya que se revela estimulado, y lo que es peor, participativo del triste momento socio-económico que vivimos: Participativo de un liberalismo amoral y también de la socialdemocracia amoral. Porque la socialdemocracia nos ha confirmado que su valor principal, el de la igualdad, no se aplicaba a todos los seres humanos sino exclusivamente a los miembros de una comunidad que ahora ha decidido expandirse, es decir, cerrarse a toda Europa, lo que representa un pequeño porcentaje de la población mundial mirándose el ombligo.
Mi compañía de teatro no va a contribuir a este pensamiento global creado para afianzar el bienestar de una parte ínfima de la población, y que deja a su paso -su paso es un sendero mínimo en el universo- un reguero sin embargo gigantesco de muertos y lo que es peor, de muertos en vida, de miserables a perpetuidad.
Es que nos parece, tal vez estemos equivocados, que cuando uno trabaja dentro del marco de un teatro cultural aporta su granito de arena a la devastadora desigualdad social global, a la miseria económica y sobre todo, que es lo que nos atañe, a la miseria intelectual.
Por eso elegimos, mi compañía y yo, el camino opuesto a esta profesionalización del arte, a este entrar en el mercado, a hacer lo que ya está pautado de antemano, eso que "tienes que hacer", eso que "se espera de ti" (para cumplir funciones como distraer, divertir o hacer pensar pero siempre teledirigido y estrecho).
Queda claro que no intentamos hacer un buen teatro, sino aportar un comentario privado a la gente que nos viene a ver, aunque generalmente sean pedradas o cachetazos. El músico Edgar Varesse dice: "El artista jamás se adelanta a su época. Es la gente de la época la que está empeñada en retrasarlo todo". Su obra, por citar un ejemplo, ensancha el pensamiento y la libertad humanas, que es, nada menos, la función social del arte. Dicho de otra forma: quien viaje a Barcelona, debería visitar el pabellón de Mies Van der Rohe.
Dedicar tu vida a hacer espectáculos o dedicarlo a hacer obras de arte es algo para mí tan distinto como elegir entre ser tenista o ingeniero de la NASA. Se trata nada menos que de una elección de vida: es el sedal que después vas a utilizar para recoger.
Lo esencial de una obra, la obra de un artista, o de una compañía de teatro, o de un escritor, es la relación impúdica y profunda que establece con la realidad que vive, con la actualidad. Desde la ausencia del pudor podemos ofrecer otra visión. Esto suele ser pesado, una carga, porque implica desnudarte cuando te expresas, y antes, haber atendido a tu día a día con esfuerzo singular; pero esas son las reglas del juego. La "actualidad", para nosotros y para algunos de nuestros amigos artistas a quienes respetamos y de quienes nos nutrimos, nunca la hemos reflejado de manera didáctica, narrativa, ni reductora. Ahí está el misterio. Y allí el esfuerzo.
Tal vez el público nos absorba a todos por igual: a los profesionales del teatro y a los "extremistas de la cultura", los que constituimos la excepción. Es una digestión lenta, pero ya ha empezado: y nos sentimos orgullosos. Aunque parezca mentira, el objetivo es ser asimilados por la cultura, porque cuando un animal traga, engorda. Y apuntamos a engrandecer la barriga, la libertad de pensamiento y acción humanas. Esto suena grandioso pero, por el contrario, es la mar de sencillo: ya que un gran porcentaje de lo que se difunde es basura. Este texto es un preámbulo (de una discusión) y una incitación (a crear, pero antes, a preguntarse en privado acerca de las motivaciones).