La Colección 'la Caixa' revisa el concepto de paisaje y plantea un horizonte sin límites
Una exposición reflexiona, con obras de Perejaume, Joan Fontcuberta o Andreas Gursky, sobre un género pictórico tradicional en constante evolución.
Aunque la presente muestra incorpora préstamos de diversos artistas e instituciones, el núcleo de la misma está compuesto por piezas de la Fundación "la Caixa". Acaso, este sea el mensaje subliminal –y más importante– de la exposición.
Más allá de la calidad de las piezas concretas que se exhiben y del tema que se plantea, el paisaje, se trata de una actualización y puesta en valor de los fondos de la propia institución.
La colección de la Fundación "la Caixa", iniciada por María Corral en los lejanos años ochenta, es posiblemente el conjunto de carácter privado dedicado al arte contemporáneo más importante del país.
En apenas diez años la fundación consiguió reunir una panorámica muy completa del arte nacional e internacional de los ochenta y primeros noventa (pintura, escultura, instalación...), completada por obras tardías de maestros reconocidos de generaciones anteriores e incursiones puntuales en lo que representaban los orígenes de aquellas tendencias, es decir, el informalismo.
La inauguración de CaixaForum en Barcelona en 2002 parecía culminar el proceso.
Sin embargo, justo en aquel momento, un cambio en la cúpula de la entidad financiera introdujo una nueva orientación enfocada hacia la asistencia social que eclipsaba la ambiciosa política de adquisiciones de obras de arte realizada hasta entonces.
Fue un seísmo. Y con todo, aunque fuera por inercia –un plan de esta envergadura, no se puede simplemente liquidar–, las compras de arte continuaron, como se deduce de las fechas de producción de las obras expuestas en la muestra propiedad de la fundación.
Y aunque es difícil hacer una valoración desde el exterior, muy posiblemente la colección de la Fundación "la Caixa" continúe siendo el fondo de arte estrictamente contemporáneo más significativo de toda España, lo que permite trazar itinerarios o lecturas de gran amplitud, como es el caso de la exposición que nos ocupa.
La diversidad de obras de la exposición y la dificultad de definir el género hoy son reflejo del tiempo que nos ha tocado vivir
Horizonte y límite. Visiones del paisaje es, pues, una reflexión y una revisión desde la contemporaneidad de un género pictórico tradicional que perdura y tiene continuidad en el presente con nuevos planteamientos y nuevos procedimientos: pintura, pero también instalaciones, fotografía, vídeo, sonido, etc., conforman un conjunto que suma 39 creadores.
Una propuesta de este tipo y con un número tan copioso de artistas, ha de resultar, necesariamente, heterogénea y un tanto deshilvanada. Y en esto el catálogo resulta muy significativo: unos breves textos generales de introducción de las comisarias, Ninfa Bisbe y Arola Valls, y de la especialista en fotografía, Marta Daho, dan paso a una descripción detallada de cada una de las obras expuestas, que es quizás el aspecto más significativo e interesante de la publicación.
Y es que resulta extremadamente difícil realizar una lectura de síntesis que nos ayude a situar el contexto y el sentido del paisaje hoy en día. Aunque la abundancia y variedad de propuestas presentadas dan conciencia de la pervivencia y actualidad del paisaje, no hay manera de definir un marco genérico.
La obra que da la bienvenida y recibe al espectador al entrar en la exposición es Los cuatro horizontes de Perejaume, que pertenece, por cierto, a la colección de arte del Banco de Sabadell. Esta consiste en cuatro molduras doradas de madera que dibujan unas líneas irregulares.
Estas molduras, tal vez, describan un paisaje o una supuesta línea del horizonte, pero la idea fundamental que nos transmite la pieza es que el marco ha explosionado y se han roto todos los límites: cualquier cosa se puede nombrar paisaje.
La ausencia de un marco conceptual, la diversidad de obras de la exposición, la dificultad de definir el género hoy ¿son un problema?, ¿podría argumentarse como una debilidad o falta de discurso?
Al contrario, es reflejo del tiempo que nos ha tocado vivir, un tiempo en el que ya no son posibles los grandes relatos, las taxonomías enciclopédicas que ordenaban la producción artística en clasificaciones jerárquicas.
Cómo situarse, por ejemplo, ante la pieza de Joan Fontcuberta que nos presenta un paisaje ficticio generado por un programa de ordenador. O la de Julius von Bismark, que pinta en blanco y negro una cantera para después fotografiarla. O ante el paisaje ejecutado en plein air por Rémy Zaugg que, ajeno al panorama que tiene enfrente, se apoya en una diapositiva proyectada.
El atractivo de la exposición es que plantea un itinerario abierto, estructurado en categorías laxas que facilitan una aproximación no directiva a la obra de arte. Lo más importante son las piezas en sí mismas y el diálogo que pueden establecer con el espectador.