Cuando Andy Warhol aterrizó en Madrid se paseó por el Museo del Prado aproximadamente 15 minutos, solo visitó la tienda de regalos. "Ya he acabado, nos vamos", fue la frase más repetida del artista pop durante esta primera visita a la capital en enero de 1983. Vino a presentar su exposición Pistolas, cuchillos y cruces en la galería Fernando Vijande y su objetivo era vender su obra a la jet set madrileña.
Se alojó en el Villa Magna, se hizo amigo de todas, desde Ana Obregón a Pitita Ridruejo, y se codeó por más fiestas que museos, siendo la de la mansión March la más fotografiada. Movido por la curiosidad hacia la arquitectura fascista fue a Segovia, Toledo, Chinchón, El Escorial y, por supuesto, acabó en el Valle de los Caídos. Estuvo nueve días deambulando por el país. Se encaprichó de los dulces de la pastelería Mallorca y solo vendió tres cuadros.
Aunque fue el mayor hito en la carrera galerística Vijande, para Warhol el viaje fue un fracaso empresarial. En realidad, él había acabado en Madrid de rebote. Estaba desesperado por vender su obra y necesitaba ampliar su mercado. La prensa calificó la visita como "un disparate esnob" y "una payasada grotesca de unos acólitos ante un ídolo vacío". En ese momento, en España, Warhol era considerado más como una celebrity, un bicho raro excéntrico, que un artista en condiciones.
Sin embargo, con su llegada, la galería colapsó, a pesar de que el artista había puesto precio a la entrada (algo inaudito en una galería de arte). En total, vendieron 12.000 entradas a 100 pesetas cada una. Arrastró a una larga cola de admiradores y curiosos a la escondida galería Vijalde, que en realidad era un garaje destartalado y que tenía más en común con la Factory neoyorquina que con cualquier galería madrileña del momento.
Todos querían llevarse su propio Warhol. Firmó postales, un bonobús, cajas de cerilla, incluso calzoncillos. Su visita colocó a España en el mapa del arte contemporáneo y en el panorama artístico internacional después de cuarenta años de dictadura.
Ese es el espíritu que intenta transmitir la exposición Warhol & Vijande, cita en Madrid, en el Museo Lázaro Galdiano. Reivindicar la cara B de unos días que no estuvieron "bien contados", aseguró Alaska, madrina de esta muestra y partícipe de aquella en 1983 durante su presentación.
[Warhol en España, de su visita al Valle de los Caídos en 1983 hasta hoy]
"Es sorprendente la visión que se da de la visita en esa época. Solo se habló de las fiestas, pero a un nivel underground, para los que vivimos estos días junto al artista fue como la visita de Dios", añadió la artista, quien desveló que también ha participado en la filmación de un documental sobre esta visita, que saldrá próximamente.
Porque aunque la caída de Warhol en la Gran Vía fue casi accidental, tuvo un gran significado en el Madrid de la década de los 80, en su punto álgido de efervescencia cultural. La exposición, organizada por la Colección Suñol Soler, recrea un pedazo de esa Movida a través de las fotografías de Miguel Trillo en el Rock-Ola, así como de Luis Pérez-Mínguez, Teresa Nieto y Javier Porto.
También gracias a la cápsula del tiempo del propio rey del art pop. Coleccionista compulsivo y sospechoso habitual en casas de subastas y mercadillos, el artista llegó a depositar 300.000 objetos cotidianos en 630 cajas, que se convirtieron en obras de arte per se. Una de ellas contenía fotografías y recuerdos de su viaje a Madrid, algunos de los cuales se muestran en un pequeño espacio de la exposición.
Warhol no viajó a España solo. Le acompañó su fotógrafo de confianza, Christopher Makos, considerado el fotógrafo más moderno de América, quien protagoniza dos de las salas de la muestra. Sus Altered Images, una serie de veinte retratos de gran tamaño que le hizo al artista hace más de cuarenta años, parecen "más contemporáneas" que nunca, incluso "nos llegan a hablar de la inteligencia artificial", aseguró el propio Makos durante la presentación. Las imágenes son "un especie de catálogo sobre la identidad y el género cambiante", en las que Warhol no solo se traviste, sino que altera su género.
La muestra homenajea también a la fascinación mutua entre Vijande y Warhol, tras haberse conocido a finales de los años 60 en la Factory. El galerista, uno de los más internacionales del panorama, viajó con frecuencia a Estados Unidos y supo captar los aires vanguardistas de artistas como Warhol o Robert Mapplethorpe, al que trajo a España un año después, en 1984.
La litografía que el artista le hizo a Vijalde es junto con Cuchillos (1982) dos de las tres obras originales de Warhol que se exponen en la muestra. Ambas se exhiben en una de las salas del Lázaro Galdiano, una colgada al lado del retrato de Carlos IV y otra sobre una cómoda escritorio del siglo XVIII. Modernidad y tradición en una sola sala.
En 1976, Vijalde adquirió para la colección Suñol Soler cuatro obras de Warhol, entre ellas uno de los famosos Maos, los retratos al líder chino Mao Tse Tung, que se encuentra en un espacio reservado de la exposición. Para Rodrigo Navia-Osorio Vijande, presidente de la Fundación Suñol Soler, "uno de los mejores de esta serie" debido a su anomalía respecto a los anteriores. Fue de los últimos que pintó, y por ello, en el que más se implicó. Desde 1975 el cuadro había estado en el salón del mecenas Jose Suñol. Ahora, 45 años después, podrá verse en el Lázaro Galdiano hasta el próximo 21 de julio.