En el meteórico año 1969, los atroces asesinatos perpetrados por La Familia conmocionaron a la Costa Oeste estadounidense. Charles Manson, autor intelectual de los hechos, salió a la luz como el carismático y maquiavélico líder de una secta de la que llegaron a formar hasta 50 y 60 personas, en su mayoría chicas adolescentes.
Todas provenían de familias acomodadas, pero solo encontraron alivio a su incomprensión y soledad en la comuna de Manson, donde este les ofrecía una forma de vida alternativa a la que sus padres tenían pensado para ellas. Una motivación extra para vivir, para matar. Al otro lado, en la Costa Este, lejos del hippismo y el flower power, otra comuna distinta pero curiosamente similar llevaba años gestándose.
Andy Warhol y toda su troupe de inadaptados, incluida The Velvet Underground, volaron a Los Ángeles en 1966 para presentar allí su performance Exploding Plastic Inevitable y algunos filmes. El viaje fue un fracaso, sin el escudo protector de Nueva York todos habían perdido su magia.
"Nuestra piel pálida y nuestra ropa negra no representaban ninguna amenaza bajo el sol de California. Éramos solo unos pasmarotes; ni siquiera Andy tenía adónde ir", cuenta Mary Woronov, musa del artista, en Swimming Underground (1995), autobiografía que ahora reedita en español Reservoir Books.
La actriz, escritora y pintora estadounidense, que se convirtió en reina del terror independiente de los 70, formaba parte de ese variopinto grupo de músicos, modelos, cineastas, fotógrafos que seguían religiosamente las andadas del rey del pop art.
Su refugio estaba a más de 4.000 kilómetros de la soleada y feliz California, concretamente en la quinta planta del edificio Decker, en Midtown Manhattan. En 1963, Warhol, que ya se había labrado una carrera y una reputación en el ámbito publicitario, estableció allí su estudio de arte: La Fábrica (The Factory).
En pleno apogeo de la carrera espacial, —con la promesa del presidente John F. Kennedy de llevar el hombre a la luna antes de que acabase la década—, La Fábrica, una antigua estación de bomberos sin agua ni calefacción, se revistió de color plateado, adoptando similitues con el interior de una nave espacial.
Fue idea del artista y fotógrafo Billy Name, "el guardián de la fábrica" y "protector del caos", según Woronov, que usó el papel de aluminio de sus paquetes de cigarrillos Camel para forrar las paredes. Aun así, "La Fábrica de Andy no era como los otros estudios de paredes blancas y luces resplandecientes, era oscuro y de aspecto sucio, como si fuese subterráneo", recuerda Woronov.
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Como ocurría con la comuna de Manson, Warhol atraía allí a "los niños sin hogar, a los fugitivos que llegaban a Nueva York como envoltorios de chicles flotando en una alcantarilla, llegaban adolescentes, cínicos y a punto de autodestruirse", relató Dotson Rador en un reportaje para Esquire (1974).
El lugar fue concebido como una especie de residencia de creación que englobase todas las disciplinas artísticas. En La Fábrica, Warhol quiso hacer “4.000 obras de arte en un día”, solo llegó a 500 en un mes. Se cansó de la pintura y probó suerte con el cine. Rodó varios filmes experimentales, junto con Paul Morrisey, como Chelsea girls (1966) o Lonesome Cowboys (1958), donde exploraban la fama, el glamur, la política, la homosexualidad y el sexo.
La mayor parte de las películas estaban protagonizadas por los jóvenes descarrilados que acudían a la Fábrica en busca de fiesta, drogas y evasión. Entre ellos, la cantante y modelo alemana Nico; Gerard Malanga, poeta y mano derecha de Warhol, Edie Sedgwick, la Factory girl por excelencia, o la propia Woronov, que acabó demandando a Andy por no pagarle los derechos de imagen.
"La mitad por lo menos de los chicos de La Fábrica se drogan. Les hacemos salir en las películas porque resultan con frecuencia los más interesantes. Les decimos que no creemos ni en metas, ni en objetivos. No creemos en el arte. Todo es arte. Lo único importante es hacer una película que divierta", reconoció la actriz Viva, amiga íntima de Warhol y habitual en La Fábrica, en el reportaje La Dolce Viva, de Barbara Goldsmith para New York Magazine.
En Swmming Underground, Woronov ofrece un chapuzón dentro de ese mundo, describiéndolo como una paranoia kafkiana, en la que no faltaron anfetaminas, sobredosis e intentos de asesinato. Allí, la vida era un escenario las veinticuatro horas del día, aunque no hubiera nadie, todos se comportaban como si los estuvieran observando.
"La gente nos llamaba los muertos vivientes, vampiros, a mí y a mis hermanos de la noche, que pegábamos los labios al cuello de la ciudad para succionar la energía escena tras escena. Abandonábamos las fiestas dejando atrás un cadáver consumido, tirado sin miramientos en la cuneta. Andy era el peor, empalmaba cinco o seis fiestas por noche, parecía un vampiro: pálido, vacío, ávido e insaciable", relata.
Warhol era sigiloso e introvertido, pero su presencia era como un estruendo. Tanto a él como a Manson les llamaban "brujos" por su influencia y su capacidad para engatusar a los demás. Su magnetismo era tal, que todo aquel que se adentraba en sus dominios, acababa sucumbiendo a sus deseos.
"Mirar fijamente a la cámara de Warhol durante quince minutos fue tan serio para mí como un bautismo, después, igual que una conversa, no podía parar de hablar de que Andy era un genio", escribe Woronov, que tenía solo 20 años cuando se adentró en la cloaca plateada y fue inmortalizada por la cámara de Warhol.
La actriz confiesa cómo estos screen test no eran simples filmaciones, sino una especie de estudios psicológicos con los que Warhol concedía la inmortalidad y sus 15 minutos de fama a personas anónimas.
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"Andy tiene algo místico que te obliga a desear hacer algo para él. Sin embargo, cuando pienso en él, creo que es igual que Satanás. Te aprisiona y no puedes escapar. Antes iba a todas partes yo sola. Ahora parece que no puedo ir a ninguna parte ni tomar la decisión más sencilla sin Andy. Tiene tanta influencia sobre todos nosotros..", aseguró la actriz Viva en el mismo reportaje para New York Magazine.
Al de Pittsburgh le gustaba sentirse cerca del embrollo, notar la energía que irradiaba de puertas para afuera la Fábrica, pero no quería saber lo que estaba pasando de verdad. Por eso, llegó un momento en que era como si el lugar no le perteneciera, como si hubiera adquirido vida propia y estuviera fuera de control.
Warhol, que llegó a decir que "el nuevo arte es negocio", demostró que antes que artista, era un verdadero businessman. Poco a poco sus amistades acabaron despertando del embrujo. Andy simplemente quería robarles el alma y después deshacerse de ellos.
Cuando su adorada Edie Segwick se suicidó, el artista solo preguntó quién heredaría sus bienes; Lou Reed le despidió como manager de The Velvet Underground cuando se dio cuenta de que quería meter más mano de la cuenta en la banda; y la activista feminista Valerie Solanas le atestó seis tiros, acusándole de haber robado el único manuscrito de su obra teatral y querer apropiarse de la idea. "¿Por qué lo hiciste? Podría morir", le preguntó un reportero tras el intento de homicidio. "Me alegro, porque es un pedazo de basura".