La historia de amistad del gran maestro del dibujo y el color Amedeo Modigliani y su marchante
El Musée de l’Orangerie recorre la relación del artista con su marchante Paul Guillaume. Más de cincuenta obras dan cuenta de su amistad e influencias.
17 diciembre, 2023 01:34Una interesante exposición en París vuelve a llevar nuestra atención a la figura de uno de los artistas de mayor relieve en las primeras décadas del siglo XX: Amedeo Modigliani (1884-1920). El eje temático de la muestra se sitúa en la importante relación que Modigliani mantuvo con un artista y galerista: Paul Guillaume (1891-1934), que resultó decisiva para su proyección en el intenso ambiente artístico de París en aquella época.
Italiano, y de origen judío, Modigliani se instaló en París muy joven, en enero de 1906. Allí irá conociendo a artistas y poetas relevantes y comenzará a presentar exposiciones a partir de 1907.
En sus inicios fue pintor, pero tras su encuentro con Constantin Brancusi en 1909 se consagró casi exclusivamente a la escultura hasta 1913. Sin embargo, a continuación, se produjo una ruptura tan repentina como total con la misma y, de 1914 a 1920, realizó cientos de cuadros y un importante número de dibujos, centrados únicamente en la representación de la figura humana.
Sus desnudos femeninos dialogan con la 'Venus del espejo'de Velázquez, los desnudos de Ingres, la 'Olympia' de Manet…
También en 1914 se produjo la partida para el frente de guerra de quien había sido su primer mecenas, Paul Alexandre, y entonces tuvo lugar su encuentro con un joven marchante de arte, Paul Guillaume, que se convertiría en su representante hacia el final de 1915.
La relación entre ambos fue muy intensa, compartían un interés profundo por el arte, y en concreto por el arte africano (que tenía una importante presencia entonces en París), así como por la literatura y la poesía. Modigliani realizó toda una serie de retratos pictóricos de su galerista.
Aunque la amistad de Modigliani con Guillaume se mantuvo, el poeta y marchante de arte polaco Léopold Zborowski se convirtió en su representante desde 1916 hasta el final de su vida, y fue él quien le envió a la Costa Azul por la degradación de su salud y para distanciarlo de la policía alemana en París, donde fallecería tempranamente en enero de 1920 a causa de una meningitis tuberculosa.
En la exposición se presentan en total 54 obras: 22 pinturas, 8 fotografías, 8 esculturas, algunos dibujos, y numerosos documentos de archivos. Está organizada en cuatro secciones temáticas: 1) La relación entre Modigliani y Guillaume; 2) Máscaras y cabezas (especialmente africanas); 3) El medio parisino (llamando la atención sobre las afinidades entre las artes visuales y la literatura); 4) Periodo meridional (los últimos años en el Sur de Francia).
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A ello se une una sala en la que se proyecta el vídeo de 4’ 30’’ “Modigliani en los interiores de Paul Guillaume”, realizado a partir de fotografías de archivo que recogen las obras y ambientes del galerista y coleccionista y el papel central que para él tuvo Modigliani.
Con una vida desarraigada, y el sexo y la droga como obsesión, un artista como Modigliani que parecía “fuera de lugar” en los parámetros vanguardistas de comienzos de siglo, al margen de todo “movimiento” y de difícil clasificación, conecta de un modo directo con lo que hoy le pedimos al arte.
Con la interrogación, a través de la representación visual, de la experiencia y los sentidos de la vida humana. Y en esa perspectiva se sitúa el ensimismamiento de sus figuras, la pregunta interior acerca de quiénes somos y dónde estamos.
Gran maestro del dibujo y del color, el universo pictórico de Modigliani ofrece, por lo demás, una síntesis espectacular de elementos de la tradición en una propuesta plenamente personal. Sus desnudos femeninos dialogan con la Venus del espejo de Velázquez, con los desnudos de Ingres, con la Olympia de Manet… Pero en ellos la carnalidad queda contenida por la línea, por el trazo definitorio.
Si en su utilización de la línea podemos desentrañar un trasfondo analítico que nos remite a Cézanne y al Cubismo, esa dimensión incorpora siempre en Modigliani una tonalidad lírica, que se proyecta en la estilización de las figuras. Y estas quedan insertas en un uso de la luz y del color que, si a primera vista, parece próximo al Fauvismo, está también en diálogo con el colorismo intenso de la pintura veneciana en el que se formó artísticamente antes de viajar a París.
En su estilización de las figuras y el cromatismo podríamos situar otra interesante convergencia de Modigliani, en este caso, con el Greco. Aunque si El Greco estiliza las figuras y la luz para rastrear en ellas el reflejo de lo eterno, el planteamiento de Modigliani nos habla sobre todo de los límites espaciales y temporales del ser humano, de la vida como un tránsito, como un estar en movimiento.
Si a todo ello agregamos su atención temática casi exclusiva por la figura humana, estaremos en condiciones de situar el centro de gravedad estético de Modigliani en una especie de comprensión melancólica de lo incierto del destino. Por ello activa en todo momento la figuración, y eso es lo que leemos en sus obras: las vidas nunca están quietas.