Los museos londinenses se están renovando. En unas semanas se inaugurará la remozada National Portrait Gallery y hace unos días reabrió el Hunterian Museum; la National Gallery anda metida en un obrón en su ala Sainsbury y la Tate Britain ha presentado la primera reordenación completa de la exposición permanente en una década; en el ámbito privado los nuevos proyectos incluyen The Gilbert & George Centre en Spitalfields y el Centre for British Photography, del marchante y coleccionista James Hayman.
El Victoria & Albert se pone al día: está remodelando el Young V&A –sus instalaciones para niños–, construyendo en la zona olímpica un almacén visitable y el V&A East, dedicado a exposiciones y actividades, y acaba de añadir en la sede principal un conjunto de salas a su Centro de Fotografía, que se convierte así en el mayor espacio museístico consagrado a este medio en Reino Unido.
Hay allí colecciones históricas extraordinarias pero ningún museo de la fotografía por lo que el cambio de uso de estas siete elegantes salas (nº 95 a 101) –que ocupan, en el segundo piso, dimensiones similares a las concedidas al diseño en el siglo XX o a la joyería– ha de ser aplaudido con fuerza. Sobre todo porque la fotografía tuvo en esta institución, que se llamó South Kensington Museum hasta 1899, un papel destacadísimo desde que abriera las puertas en 1857.
Hay centenares de obras excelentes, algunas brillantes, otras divertidas o con gran relevancia histórica
Sus patronos, Victoria y Alberto, sentían pasión por ella y reunieron colecciones inmensas de imágenes pero fue su primer director, Henry Cole, quien integró dicha práctica en la decidida vocación didáctica del museo, creando un estudio fotográfico que produjese copias para la investigación y, fíjense, para la venta a los visitantes a precio de coste. Y no solo de las piezas propias. Recuerden que Jane Clifford fotografió por encargo suyo, en el Prado, el Tesoro del Delfín, y que Charles Thurston Thompson, primer fotógrafo oficial del museo, fue enviado a Santiago en 1866 para capturar todos los detalles del Pórtico de la Gloria.
Ya en 1858 celebró el museo su primera exposición de fotografía pero durante muchas décadas el inmenso acervo que se iba reuniendo estuvo bajo custodia de la biblioteca, lo que revela su entonces incierto estatus de “artisticidad”, que no se discutía a otro tipo de fotografía más creativa, pictorialista. ¿Visitaron la exposición de Julia Margaret Cameron en Mapfre? Venía entera del V&A. Cole le organizó una exposición en 1865, le cedió dos salas allí mismo como estudio para hacer retratos y le compró numerosas fotografías. Hoy conserva más de 900.
Poco a poco algunas de las imágenes fueron pasando de los álbumes a los muros, sumando a su condición de documento la de obra de arte. Con dos millones de negativos y copias de muy variada índole y de todas las épocas –complementadas por la polémica adquisición, en 2017, de fondos de la Royal Photographic Society (RPS)– la colección del V&A da para llenar varios museos.
En el Photography Centre se muestran ahora unas 600, la mayor parte de ellas en las dos alargadas salas que se abrieron al culminar la primera fase del proyecto, en 2018, y que se reservan a montajes rotatorios de la colección. El tema elegido para este es Energía. Y da juego. Es un componente imprescindible –luz, natural o artificial– en la producción de la imagen fotográfica, y tiene ramificaciones que, de un lado, facilitan la inclusión de muy diversos autores de renombre y de documentos de todo tipo y, de otro, permitirían dotar de estructura al heterogéneo conjunto.
[Riada postimpresionista en la National Gallery]
Pero el comisario, Duncan Forbes, deja tan solo percibir atisbos de algo así como un orden. Se entiende claramente por qué cada obra ha sido elegida pero falta discurso, hilo. Energía volcánica, eólica, atómica, fuerza muscular, fuerza de trabajo, fuerza mecánica, fuego y fuegos de artificio, flashes, rayos X… Energía espiritual, energía negativa, dinámicas sociales… Y centenares de obras excelentes, algunas brillantes, otras divertidas o con gran relevancia histórica, en buena medida de fotógrafos británicos, de Henry Fox Talbot a Stephen Gill.
El próximo montaje, dentro de un año, pondrá en valor la colección de fotografías de Elton John –suma más de 7.000–, quien hizo en 2019 una donación al museo, a cambio de lo cual fue bautizada con su nombre y el de su marido la sala 101. La paralela, nº 100, honra a The Bern Schwartz Family Foundation, que ha pagado parte de la remodelación.
El Photography Centre tiene dos entradas y dos secciones. Por el Sur se accede a esta primera, histórica; por el Norte el recorrido se inicia con una prescindible introducción técnica que incluye una camera obscura y varios aparatos fotográficos –con infantiles vídeos explicativos– y que da paso a las nuevas salas, altas y espaciosas, dedicadas a la fotografía actual. Todas patrocinadas. Las dos primeras por The Parasol Foundation, que financia un proyecto plurianual, Mujeres en la Fotografía, y es sostenida por una empresaria del porno y los juegos online, ¡toma artwashing!
En ellas se presentarán las adquisiciones recientes, que se efectúan con ayuda del correspondiente grupo de filántropos. En esta primera entrega vemos obras de Liz Johnson Artur, Sammy Baloji, Antony Cairns, Natalie Czech, Vera Lutter, Paul Mpagi Sepuya, Vasantha Yogananthan, Tarrah Krajnak, Noémi Goudal, Gauri Gill y Hoda Afshar. Cada uno de su padre y de su madre.
[Lo mejor de PHotoEspaña en diez disparos]
Hay otras dos salas. Una es la biblioteca de fotografía, comprada a la RPS y sostenida por The Kusuma Trust –creación de un socio de la Sra. Parasol en PartyGaming–, y otra un espacio para creaciones digitales en el que se despliega una discotequera videoinstalación realizada con IA por Jake Elwes.
La conservadora jefa del área, Marta Weiss, afirma que todas estas manos que les han echado para montar el centro no implican manejos del programa, que cumple con la corrección política a la orden del día –identidad, imperialismo, raza, sexualidad, medioambiente– y se pretende inclusivo y universal –el universo de influencia anglosajona: solo hay un artista latinoamericano–. Pero se percibe cierta inconexión y ausencia de foco.