La jornada del sábado del accidentado Primavera Sound madrileño estuvo marcado por el protagonismo absoluto de las mujeres. En los dos escenarios principales, el Estrella Damm y el Santander, tan solo Grupo de Expertos Solynieve, la banda paralela de J de Los Planetas, y el dj Calvin Harris rompieron con el dominio femenino en una gran noche de música en la que la gran diva, la estrella que generó más expectación y congregó a más público, fue Rosalía.

La catalana ha adaptado su show del disco Motomami para girar por festivales este verano, por lo que no hay demasiadas novedades en la puesta en escena, minimalista y rompedora, con el sonido enlatado y sin un solo músico sobre el escenario. A cambio, una cuadrilla de bailarines aporta fuerza al directo y una steady-cam sigue cada paso de la artista para proyectar cada uno de sus movimientos en las enormes pantallas.

La solidez de la voz y la capacidad para realizar llamativas coreografías sin perder fuelle melódico han catapultado a Rosalía a la primera línea del estrellato del pop. Es difícil encontrar un espectáculo tan atractivo en lo visual, casi un videoclip rodado en directo, y, sin embargo, quizá lastrado por el tardío horario de las dos de la mañana, no llegó a conectar del todo con un público que atendió con excesiva reverencia. Nadie se movió de su sitio durante la hora larga de actuación, pero tampoco hubo momentos de auténtica catarsis.

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Rosalía, cuyo setlist estuvo dominado por las canciones de su disco Motomami, se sentó al piano para interpretar Hentai y una versión de Héroe de Enrique Iglesias en un directo que tiene algo de egotrip: todo, también lo estrictamente musical, queda supeditado a los primeros planos de la artista, que aunque los aguanta con envidiable compostura y actitud, pueden llegar a saturar. Un concierto que sin duda convenció a los que ya venían convencidos de casa, pero al que le faltó vuelo para enamorar a los que llegaban con algunas reservas. Aún así, es innegable el talento de Rosalía.

Justo después, casi a las 3.30 horas, la marabunta se dirigió al escenario Amazon Music donde otra gran diva catalana, en este caso del dancehall, se daba un baño de multitudes. Para quienes no vemos a Bad Gyal en directo desde hace algunos años, sorprende cómo ha ganado en seguridad y en presencia sobre el escenario. La cantante, con sus provocadores contoneos, fue además una absoluta ametralladora de hits que impactó directamente en las caderas del público: blin blin, Pussy, Candela, Santa María

Pero hubo mucho más. A eso de las 8 de la tarde, la iraní Sevdaliza, acompañada por un trío de batería, dj y contrabajo, desplegaba un show de r&b electrónico, a veces algo oscuro, que fue conectando poco a poco con el reducido público presente en el Estrella Damn. Y es que el Amazon Music Villano Antillano congregaba a esa hora a la mayor parte del respetable, seguramente aupado por su colaboración con BZRP. El deep-trap de la puertorriqueña Villana Santiago Pacheco es intenso y machacón, y también reivindicativo: se despidió enarbolando la camiseta de Vinicius Jr y criticando el racismo que pervive en España.

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A continuación se produjo el que era el solape más dramático de la noche: Annie Clark y Julian Casablancas coincidían, la primera en uno de los dos escenarios principales y el segundo en el Ron Brugal. Y es que Casablancas no llegaba con los Strokes sino con su banda paralela The Voidz. Finalmente, nos decantamos por ver a la líder de St. Vincent, que dio el que para este cronista fue el mejor bolo de la noche. La de Tulsa salió acompañada de una pintoresca banda de sólidos músicos, guitarra, bajo y batería, además de una corista rebosante de carisma.

St. Vincent ayer en Madrid. Foto: EFE/ Kiko Huesca

Annie Clark ofreció un bolo redondo, donde no solo enamoró con la voz, ejerciendo de crooner en algunos momentos, sino que demostró su dominio de la guitarra con sensuales punteos. Ningún detalle escapa a la teatral apuesta de la artista, que sin embargo no resulta impostada en ningún momento. Fue mágica la interpretación de New York mientras caía el sol, cuando la cantante se bajó a la barrera.

Tras St. Vincent, y faltando todavía un par de horas para la irrupción de Rosalía, Primavera Sound entró en un pequeño bache, sobre todo porque el luminoso pop y los gorgoritos de soprano de Caroline Polachek no lograron retenernos en el escenario principal.

Tan solo Nia Archives, con una propuesta entre el drum&bass y el jungle, le hacía competencia en el Cupra, así que fue el momento de acercarse a la carpa de Boiler Room, donde Channel Tres, que había desplegado su atractivo soul-funk electrónico en el Ron Brugal la noche anterior, ejercía de maestro de ceremonias con un innegable rollazo. De vuelta al escenario principal para coger posiciones para Rosalía, Calvin Harris montaba una fiesta a base de hits comerciales que quizá no pegaba demasiado en un festival que se supone que algo más exquisito en su programación.



Tras el fiasco del jueves, con la suspensión de la jornada por la previsión de lluvia, y un viernes en el que la organización pinchó en la gestión de la llegada y la salida del festival (en ambos casos, fue complicado rebajar las dos horas si se optaba por los buses lanzadera), el sábado fue menos traumático llegar a la Ciudad del Rock de Arganda del Rey, aunque el regreso a Madrid siguió siendo accidentado. Eso sí, aunque el volumen de público aumentó notablemente respecto al día anterior, el recinto mantuvo el tipo y siguió siendo relativamente fácil moverse entre los escenarios, pedir en la barra o utilizar los servicios.

Pero lo cierto es que el festival deja a su paso un sabor agridulce, en el que parece que no se han cumplido las expectativas que había respecto a la venta de entradas —la organización afirma lo contrario—y en el que la logística ha sido decepcionante. Esto nos hace preguntarnos no solo si Madrid es una ciudad preparada para acoger macrofestivales (veremos si Mad Cool logra en su nueva ubicación cierta comodidad para los asistentes), sino también si Primavera Sound volverá a la capital tras esta accidentada edición.