Los variados significados que entraña el acto de caminar se desvelan en dos exposiciones simultáneas en Santiago de Compostela. En el CGAC, Caminos III está focalizada en la creación contemporánea; Caminos creativos, en la Ciudad de la Cultura, sin embargo, despliega una voluntad enciclopédica abrumadora. Ambas convergen en la ruta jacobea como destino de caminantes, turistas y peregrinos y ambas piensan el arte como esa huella indeleble que queda tras los pasos.
Quizá sea la práctica más antigua de la historia de la humanidad. Nos desplazamos para conocer el territorio, también para conquistarlo y disfrutarlo. Desde el nomadismo paleolítico, el éxodo del Antiguo Testamento o la epopeya del Gilgamesh, hasta sus derivas contemporáneas como la manifestación política, el deambulatorio de la ciudad sin rumbo de la flânerie situacionista, o las rutas de senderismo. Tiempo y espacio se funden en nosotros al caminar, nos construyen e incluso nos curan. El camino a pie ha supuesto una fuente inagotable de inspiración como conflicto narrativo y también como experiencia estética.
De estas dos exposiciones sorprende la falta de planificación institucional, pudiendo aprovechar para programar un gran evento expositivo en dos sedes, quizá dejando la parte más contemporánea al CGAC, cuya colección ha estado vinculada desde su creación en 1993 al Camino, y, para la Ciudad de la Cultura, el relato histórico, que en esta ocasión comienza en el siglo XVIII, con los paisajistas del XIX como Corot, Rusiñol o Regoyos, que conviven con artistas contemporáneos como Marina Abramovic, Julian Opie o Dora García.
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Caminos III es la tercera parte de un proyecto expositivo del CGAC, precedido por Caminos I & II, en el que desde junio de 2021 llevan desplegando, de la mano de sus comisarios Santiago Olmo y Alberto Carton, una exhaustiva investigación partiendo de la colección hasta la producción de piezas específicas. En la Ciudad de la Cultura su comisaria Montserrat Pis ha apostado todo a un único proyecto en el que muestra una antología de la creación contemporánea. Mientras en el CGAC hay un menor número de piezas, 14 artistas, en la CdC hay más de 100.
Los recorridos expositivos difieren sustancialmente. En el CGAC encontramos un montaje limpio donde las piezas respiran y en la CdC nos proponen un recorrido caótico, sin plano, creado para perderse. El diseño se despliega en un laberinto de paredes levantadas al amparo de la superestructura arquitectónica con dos zonas diferenciadas: una para las instalaciones inmersivas como la de Cristina Iglesias, Corredor suspendido II, una pieza de 2005 de hierro trenzado cuyas celosías crean un texto para ser recorrido o las bolas de discoteca de John M. Armleder, Global domes XII, de 2000, junto a otro espacio de menores dimensiones para la pintura, la fotografía o las videoinstalaciones.
En la CdC sus cuatro ejes temáticos se difuminan en la maraña de piezas, técnicas y periodos históricos
El objetivo de ambas exposiciones también difiere, uno más ambicioso, el otro más reposado, aunque algunas piezas y periodos históricos se solapen.
No solo los discursos de ambas exposiciones son convergentes. En la CdC sus cuatro ejes temáticos: (Desplazarse para crear, Desplazamientos creativos, Arte en marcha y Desplazar al público) se difuminan en la maraña de piezas, técnicas y periodos históricos que liberan al espectador de la tiranía de seguir un recorrido y lo identifican como flâneur accidental. El CGAC incide en la intrahistoria, relatos más marginales y diversos que ponen el cuerpo en los espacios públicos. Ambas albergan buenas piezas.
En la CdC, grandes nombres que deleiten a todos los públicos. Desde las piezas de caminos creadas en iPad de David Hockney, fotos de los paisajes encontrados de Richard Long y Hamish Fulton, los paisajes impresionistas de Meifren Roig o Anglada Camarasa, o la contemporaneidad de Francis Alÿs en Pasos prohibidos, realizada durante la pandemia, en la que recorre a ciegas el techo del bungaló en el que pasa su confinamiento midiendo con sus pasos sus límites para no caer.
En el CGAC, las impecables fotografías de Mar Caldas de mujeres que se desplazan para trabajar, los bellos libro-objetos de Miguel Ángel Blanco en los que recoge materiales de su estancia en Brión, la exposición pública como performance política de Kubra Khademi, con un corsé metálico que atrapa su cuerpo caminando por las calles de Kabul o la primera performance de Priscilla Monge, en la que visibiliza su menstruación por las calles de San José de Puerto Rico en el año 98.
Dos modelos de viaje, dos propuestas institucionales para un mismo relato en el que la experiencia estética articula el paseo como epistemología, manifiesto o contemplación y nos enfrenta con nosotros mismos celebrando la diversidad del mundo y del arte. Aunque algunos sean tortuosos, e incluso no tengan salida, elijan su camino.