Ouka Leele, Bárbara Allende, (1957-2022) se nos ha ido, “la separadora de los amigos” se la ha llevado. Me cuesta hablar de ella en estos términos, para mí es una amiga, una colega, una leal compañera, amiga de amigos, muchos de los cuales también se han ido, como Pepe el Hortelano, su primera pareja o Ceesepe, ilustradores y pintores decisivos en los inicios de su carrera, cuando Bárbara se acababa de ir de casa, con 19 años.
Por entonces Bárbara que firmaba Ouka Lele, con una sola “e”, trataba de combinar su mundo de fantasía y de hadas con el de los malotes de la noche, con el mundo de Star, pero eso duró poco. La serie “Peluquería”, recogida en el libro Principio, Ed. Diorama, 1976, refleja ese momento.
En seguida, a partir de Naturaleza Viva, Naturaleza muertas, recogido en Ed. Arnao, 1986, Bárbara encuentra su propio mundo, el que la trajo hasta hoy mismo, aceptándose como ella misma se veía, “romántica, mística, religiosa en una sentido profundo”, siendo el de Atalanta uno de sus mitos favoritos, la ninfa que se enamoró de Hipomenes para ser luego convertidos por Cibeles en leones salvajes, por cierto, los que guardan el Congreso de los Diputados…
Ouka Leele aporta fantasía a la transición cultural que transforma la España franquista en ese derroche de vida, música, moda, y arte
Desde mediados de los años 70 gracias a experiencias liberadoras como la revista Nueva Lente, capitaneada por Pablo Pérez-Mínguez y Carlos Serrano, o a nuevos espacios como el Photocentro (PH), donde imparten clases y organizan happenings estos dos mismos fotógrafos, junto a Luis Garrido, Carlos Villasante y otros, emerge una generación de fotógrafos que contribuye decisivamente a que la propia imagen de España cambiase, y tuviese más color, y fuese más pop y más experimental, huyendo del tremendismo anterior, buscando peculiares representaciones simbólicas de las cosas que ayudaban a formalizar muchos de los proyectos creativos más importantes de aquel periodo.
Es toda una cruzada contra el trascendentalismo. Ahí nace Ouka Leele, estudiante en el PH. Es un momento de cambio. Con los fotógrafos citados, y con otros como Luis Pérez-Mínguez, Eduardo Momeñe, Alberto García Alix, Javier Vallhonrat, Miguel Trillo, Antonio Bueno, Jesús Peraita, Miguel Oriola, Joan Fontcuberta, Juan Ramón Yuste, y Domingo J. Casas, la fotografía se hace gran arte y empieza a ser coleccionada y aceptada en los grandes museos.
Ouka Leele aporta fantasía a la transición cultural que transforma la España franquista y gris en ese derroche de vida, música moderna, moda, y arte, eso que terminó por ser llamado la Movida: una suerte de momento y movimiento creativo vital, cultural, y social de participación popular que cambió las reglas del juego de lo que entonces se entendía como cultura, hasta entonces patrimonializada por élites tradicionales. Algo que por cierto, la nueva ordenación de la colección del MNCARS, ha menospreciado totalmente.
En una entrevista que le realizamos en La Luna de Madrid, en 1987, con motivo de su primera retrospectiva en MEAC y su participación en la Bienal de São Paulo, Bárbara declaraba: “Sin mis fotos soy mucho menos de lo que en realidad soy. Mi única arma para hacer algo ante la gente es ofrecer lo que hago. Si me guardará mis fotos no sería nada, siempre me he sentido así, de pequeña me sentía como invisible, como que pasaba por un sitio y nadie me veía. Todo mi esfuerzo ha sido siempre materializar mi espíritu. No me basta con mi cuerpo”. Ese número lleva una estupenda portada de Rosy de Palma, y de hecho Bárbara fue una de las artistas que más portadas realizó para esa revista.
Ouka Leele fue un ser especial, aéreo, con un punto delicado, de estar en otra parte. Al principio de su carrera, no hacía fotos en color porque decía que había zonas de la realidad cuyo colorido no le gustaba, de modo que ella prefería iluminar con acuarelas el blanco y negro, creando su propio mundo, su paraíso, ese mundo de hadas, elfos y seres maravillosos al que ahora ha regresado. Hasta siempre, Bárbara.
José Tono Martínez es escritor y comisario de arte. Fue cofundador de La Luna de Madrid y director de la revista entre 1985 y 1987