Un momento atemporal. Tabacalera. Embajadores, 51. Madrid. Comisario: David Armengol. Hasta el 31 de enero

Han pasado 35 años ya de la I Muestra de Arte Joven de Injuve. Fue en 1985, en el Círculo de Bellas Artes. Era el primer premio destinado a la creación joven en nuestro país y una de las pocas citas en las que se colaba el aire fresco en un momento en el que no sobraban los espacios de arte contemporáneo. Ha llovido tanto que, fíjense, los 50 artistas seleccionados entonces no tenían todavía email, ni internet, y se enteraban de la noticia con un telegrama. El Reina Sofía no había abierto sus puertas y al boom de los museos le faltaba algo menos de una década. 

Bucear en todos estos detalles es posible hoy, para los que no los vivimos en directo, gracias al trabajo de hemeroteca que ha hecho el equipo de Injuve a través de las redes sociales durante el confinamiento. Ahí descubrimos, también, que solo dos años después, en la promoción de 1987, la novedad fueron las “instalaciones”, así, entre comillas en la publicación, por primera vez junto a las pinturas y las esculturas. Se unían entonces a la larga lista de participantes, Berta Cáccamo o Juan Luis Moraza, y un año después se limitaba, con buen criterio, la lista de artistas a 16, Dora García entre ellos. 

Solo analizar sus entresijos –y mencionar, por ejemplo, que 1991 fue una de sus mejores remesas, con futuros Premios Nacionales como Santiago Sierra (aunque lo rechazara) y Montserrat Soto, o que al principio se creó una colección alimentada con estas obras, y que las propuestas de fotografía y audiovisuales estaban separadas de las de arte– podría llevarse por delante el motivo de este texto, que es la exposición con la que se celebran  sus 35 en la nave principal de Tabacalera. Aquí se presentaron también los 25, pero el número 35 tiene más carga simbólica: es el año de corte de casi todos los premios de arte joven. La mayoría de edad artística. El salto al vacío sin red o, lo que es lo mismo, a la carrera profesional sin ayudas.

Cristina Lucas, Dora García, Pello Irazu o Moraza son sólo algunos nombres que han pasado por Injuve 

¿Y cómo sintetizar todas estas historias en una exposición? El comisario de la muestra, David Armengol, se ha alejado de los “grandes éxitos” y se ha dejado guiar por una lectura “más pasional”. El resultado es parecido al de una historia de amor: tiene sus luces y sus sombras, sus subidas y sus bajadas. Empieza en lo más alto, con un jardín de esculturas presidido por el vídeo de Tamara Kuselman Ten In a Line (2009) en el que un grupo de personas –quizá el alter ego de los artistas participantes– permanece de pie, sin hablar, en un espacio neutro mientras un narrador va desvelando sus secretos. Delante están los aceros de ángulos rectos de Moraza (de 1987) y Pello Irazu (1986) y la rueda de hierro de Ibon Aramberri (1997), junto al somier de muelles que sirve a Nuria Fuster para un acertado bricolaje (2007) o Marco Godoy (el más joven de todos ellos) y su Devaluando una imagen (2011) que, sensible siempre a las preocupaciones sociales, recoge en esta instalación varias monedas a las que ha borrado el relieve de su superficie. 

En el resto del montaje no hay un orden concreto, pero sí química entre algunas de las piezas. Cristina Lucas marca el paso en el siguiente tramo con una fotografía en la que la vemos caminar postrados en el suelo. Y las pinturas de Patricia Gadea y Juan Ugalde conforman casi un díptico de traviesas banderas.

Hay temáticas que no tienen época. La ciudad, sus desbordes y su periferia, y el paisaje es una de ellas. Es la protagonista de las cuidadas fotografías en blanco y negro de Sergio Belinchón de finales de los noventa, del díptico Cerca de Almansa, 25 de abril de 1707 (1994) en el que Bleda y Rosa recuerdan episodios históricos a través del paisaje, o las delicadas imágenes del costado de edificios derruidos en las que Flavia Mielnik dibuja las habitaciones desaparecidas. También en la Tierra prometida (2017) del jovencísimo Manuel Diego Sánchez, fotografías intervenidas con hierros que dibujan los perfiles del horizonte.

Vista de la exposición. Foto: Galena

Encontramos casos de artistas que han seguido fieles a su personal estilo años después, como Fernando Renes y el humor de sus dibujos y su reconocible grafía, un jovencísimo Francisco Ruiz de Infante (de hace 30 años), con una instalación en la que ya aparece una pequeña silla escolar, y Miguel Ángel Tornero y su fotografía de Doña Carmen, una anciana un tanto siniestra que vigila cómo le reparan el coche en una cuneta. Están también los juegos con el lenguaje de Marta de Gonzalo y sus acciones improductivas –contar nubes, por ejemplo– junto a Publio Pérez Prieto. E Itziar Okariz con la cabeza afeitada con formas de mapamundi y cresta examinando su nevera en 1992. 

Mencionar otras piezas de entre las más de cien incluidas en la muestra (de Eulàlia Valldosera, Marcelo Expósito, Marlon de Azambuja, Tere Recasens…), acentuaría todavía más todo lo que dejo fuera. Lo más importante de esta exposición es poner en valor la importancia de los premios de arte joven (de los que Injuve fue pionero). Queda en el aire la pregunta de siempre: ¿Y después de los 35, qué? La respuesta está en los nombres de todos esos catálogos: algunos de los artistas se consolidaron mientras que otros se quedaron en el camino de esta difícil carrera de fondo que es vivir del arte en nuestro país.

@LuisaEspino4