La Fundación Banco Santander quiere renovar la mirada de su colección y atraer público nuevo. Si bien cada año organizan dos exposiciones (de julio a diciembre la muestra de sus fondos y en febrero invitan a un coleccionista internacional), en esta ocasión quieren generar un diálogo entre los artistas clásicos de su fondo con las obras de creadores contemporáneos. El objetivo es romper con la linealidad con la que se cuenta el arte, desprenderse de esos bloques estancos y generar preguntas en el visitante. Esta es la premisa bajo la que surge Ecos, que se puede ver en la Sala de Arte Santander de la Ciudad Financiera de Boadilla del Monte hasta el 20 de diciembre.
“El objetivo es dar a conocer la colección y ponerla en relación a la producción actual”, ha indicado Carolina Parra, comisaria junto a Nacho Ruiz de la propuesta. La idea no era hacer un homenaje ni una interpretación sino crear un diálogo entre clásicos y contemporáneos. “Los cruces temporales cambian la forma en que entendemos el arte, nos obligan a volver a empezar”, sostiene. Así, el recorrido lleva al visitante a descubrir estos encuentros por los diferentes espacios de la sala: Santiago Ydáñez (Jaén, 1967) dialoga con la obra de Gutiérrez Solana, los tapices lo hacen con Sonia Navarro Murcia, 1975), los retratos de los siglos XVI y XVII con Mira Bernabeu (Alicante, 1969), la cerámica de Alcora con Fernando Renes (Burgos, 1970), las pinturas religiosas del Siglo de Oro español con Irma Álvarez-Laviada (Gijón, 1978) y los murales de Josep Maria Sert con José Medina Galeote (Gerona, 1970).
“Hay mucho de juego y de divertimento en esta exposición”, comenta Nacho Ruiz. “El eco sufre la deformación del tiempo y el espacio, de manera que lo escuchado, o visto en este caso, es una lejana interpretación de lo que sucedió en el origen”. Esa línea del tiempo que se ve interrumpida empieza con la incursión de la obra de Santiago Ydáñez en el espacio dedicado a Gutiérrez Solana, artista con el que arrancó la colección del Banco Santander. “Ydáñez vive en un pueblo pequeño en el que las relaciones sociales son diferentes a las de las ciudades. Ese componente está también en la obra de Gutiérrez Solana pero en el caso de la obra de este último no entra la luz”. Ese contraste entre uno y otro propicia nuevas lecturas y relaciones, que es el objetivo de la muestra.
A la vuelta de la esquina se encuentra la sala en la que se expone la obra que Josep Maria Sert alumbró para decorar el comedor principal del Waldorf Astoria de Nueva York entre 1929 y 1930, en pleno crack económico. “Fue un encargo caro y se transmite una idea de España que José Medina Galeote interpreta y lleva a su terreno”, añade Ruiz. Su obra, dos grandes lienzos situados entre diferentes partes del mural de Sert, se intuye a medida que más se observa. De consumo lento es también la sala dedicada al retrato de los siglos XVI y XVII que, protagonizada por artistas como Tintoretto o Van Dyck, dialoga ahora con un proyecto de Mira Bernabeu. “El retrato era un símbolo de poder”, comenta Ruiz, y la postura de los retratados transmite un mensaje diferente.
Algo similar ocurre con la obra Panorama New Economy que Bernabeu concibió en 2011. “Fue durante los años de la crisis y se me ocurrió hacer un análisis de cómo esta afecta a los estamentos del arte y la cultura”, recuerda. Para llevarlo a cabo ideó una serie entrevistas con diferentes agentes, a menudo desconocidos. Las fotografías de los protagonistas del arte, divididas según su implicación, abrigan a Manuel Borja-Villel, que aparece en un vídeo que analiza sus respuestas y la cantidad de veces que repite palabras como coleccionista, institución, galería o artista.
También tenían un poso de poder, y de política, los tapices realizados en Bruselas en el taller de Jan Leyniers hacia 1660, que ahora ven detenido su relato original. En este caso, “los telares eran, a menudo, realizados por mujeres a pesar de que la firma sea masculina. Ellas eran silenciadas, reducidas a mano de obra”. Por eso, Carolina Parra ha seleccionado tres obras de Sonia Navarro, artista que desafía los mecanismos de poder y las convenciones sociales. “La belleza de los tapices deja de ser tal cuando entiendes que detrás están esas mujeres que solo podían ser tejedoras y no artistas”, lamenta la artista.
Quienes sí eran considerados artistas son los pintores del Siglo de Oro español, que aquí se miden frente a frente con la obra de Irma Álvarez-Laviada, que nos muestra el reverso de los lienzos en su insistencia en “mirar donde nadie mira”, sostiene Ruiz. Y el último diálogo surge entre la cerámica de Alcora del siglo XVIII y la obra de Fernando Renes, que se inició en esta disciplina hace ahora cuatro años. La pieza que presenta mezcla lo figurativo, lo abstracto, la geometría y el texto: “el azulejo tiene su propio lenguaje, cercano al pixel y me pareció buena idea añadir una frase pesimista pero sin rematarla”, comenta el artista. En la obra formada por 290 azulejos, que se puede entender como una pintura expandida, se puede leer lo siguiente: “Somos dos solitarios que nos hemos encontrado para seguir siendo más solitarios”.
Sin embargo, su intervención no acaba aquí sino que lo hace en el siglo XX junto a piezas Miró y Picasso con un bloque de azulejos en el que se lee “se puede tocar”. El artista quiere interpelar al espectador y observar si alguien descubre que en cada capa de azulejos se esconden escenas creadas por otros artistas. Porque, como dice Renes, de algún modo los artistas juegan con los juguetes de otros creadores.